De acuerdo al Manual Diagnóstico y Estadística de los trastornos mentales de la American Psychiatric Association: 'La sintomatología esencial de este trastorno consiste en un fracaso crónico y progresivo en resistir los impulsos a jugar y en la aparición de una conducta de juego que compromete, rompe o lesiona los objetivos personales, familiares o vocacionales' (...) 'Los problemas característicos suponen un aumento extraordinario de las deudas personales e incapacidad consiguiente para pagarlas y hacer frente a otras responsabilidades financieras, con lo que se alteran las relaciones familiares y la atención al trabajo, recurriendo a actividades financieras ilegales para poder pagar'.
Estamos, pues, ante una enfermedad mental de carácter social. El juego patológico, al igual que el resto de conductas adictivas o dependientes, genera una situación problema con importantes implicaciones sociales. La capacidad del jugador para el desenvolvimiento normal de su vida diaria se ve gravemente afectada, de tal manera, que se presentan alteraciones en las relaciones familiares, irregularidades en el trabajo y actividades financieras ilegales. En mayor o menor grado, la desestructuración familiar está presente en el entorno de los jugadores patológicos, que se traducen en un deterioro progresivo de la convivencia, no sólo conyugal, sino también paterno-filial.
Esto puede verse agravado por problemas de índole económica que aparecen en no pocos casos. Sin olvidar que un entorno conflictivo no es el lugar más adecuado para la formación en los valores humanos y cristianos de los miembros más jóvenes de la generación. El ámbito laboral es otro espacio social a considerar. Cuando el nivel de adicción al juego es considerable, resulta fácil encontrar excusas para distraer parte del tiempo que debería dedicarse al trabajo, o simplemente, el estado anímico del sujeto le impide desarrollar su labor de manera satisfactoria y algo puede empezar a fallar. La situación puede complicarse si se delinque, accediendo de manera ilegal a bienes económicos de la empresa, o de clientes. Aparecen los problemas legales e incluso el despido laboral.
No podemos olvidar al ama de casa. La mujer jugadora que se dedica a las tareas domésticas también tiene su ámbito laboral: el hogar. Normalmente, el ama de casa está sola, los niños en el colegio, el marido en el trabajo... ¿quién le impide entonces dar una escapadita al bingo o a las máquinas de azar? ¿O la ciberadicción a jugar en la red? Puede que no emplee grandes sumas de dinero, pero tendrá que hacer verdaderas maravillas para tener el trabajo a punto. El deterioro de la economía doméstica, las tensiones en el seno de la familia, discusiones, etc., terminan por desestabilizar la convivencia.
Respecto al ámbito grupal-relacional, es factible que sea afectado en un sentido u otro. No es raro que el jugador pida prestado dinero. Así es que los amigos pasan a ocupar el status de acreedores, por lo que se procura evitarlos, sobre todo, si las posibilidades de devolver el préstamo son escasas o nulas. El jugador patológico no es un jugador social. Generalmente juega siempre solo. Por otra parte, cada vez emplea más tiempo en el juego, y consecuencia de ello es un aislamiento social cada vez mayor. En definitiva, la vida del jugador patológico pierde calidad, abarcando un amplio espectro: desde el grave deterioro de la convivencia familiar, hasta el desarraigo familiar, laboral y social, que ya supone una verdadera marginación.
El juego en sí, no es nocivo. Resulta evidente que la actividad lúdica es importante para el equilibrio emocional del ser humano: el juego infantil, en su concepción evolutiva, los juegos de pasatiempos que favorecen la interacción social. En virtud de la justicia social, gastar el dinero irresponsablemente es moralmente inaceptable. Dice el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 2413) que:
Los juegos de azar (de cartas, etc.) o las apuestas no son en sí mismos contrarios a la justicia. No obstante, resultan moralmente inaceptables cuando privan a la persona de lo que le es necesario para atender a sus necesidades o las de los demás. La pasión del juego corre peligro de convertirse en una grave servidumbre. Apostar injustamente o hacer trampas en los juegos constituye una materia grave, a no ser que el daño infligido sea tan leve que quien lo padece no pueda razonablemente considerarlo significativo. La utilización de los juegos de azar o de apuestas en sí misma, no es inmoral. Sí lo es, el uso inadecuado de los mismos. Son actividades que necesitan de un riesgo, normalmente económico y es en ellas donde las personas que presentan conducta dependiente o adictiva, no tóxica, encuentran su infierno particular.
Hay personas que se gastan en el bingo lo que necesitan en su casa. Esto es una inmoralidad. Y si lo que gastan es lo que les sobra, que lo den de limosna a personas que lo necesiten. Pero el dinero no es para jugárselo a no ser que sea en pequeñas cantidades, aunque el juego es un vicio en el que se empieza por cantidades pequeñas y a veces se termina jugándose lo inconcebible. La ludopatía (adicción al juego) es un problema tan grave como las drogas. Los ludópatas experimentan una necesidad de jugar como la que tiene un heroinómano de pincharse. Es una enfermedad que esclaviza.
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