La sala en la que entra Jesús rebosa, por tanto, devoción a la ley mosaica, cuyo cumplimiento estaba por encima, incluso, del bien del prójimo. Jesús le va a dar un verdadero sentido a la ley que da vida, la que está llena del Espíritu Santo: el sábado y toda la ley están al servicio del hombre; nunca al contrario. Por eso ha curado en sábado a pesar de la violenta oposición del orden religioso establecido.
En el evangelio de hoy, San Lucas destaca que había dos clases de personas en ese banquete y a cada uno de ellos Jesús les predica con el poder de su corazón. A Jesús no lo compran ni lo callan por una cena. Que valentía la de Jesús, que corazón profético el del Mesías.
- 1. “Los primeros puestos, según la mirada de los hombres, no son los primeros puestos según la mirada de Dios”.
Notando que los invitados escogían los primeros puestos, Jesús inicia un discurso de mesa, una enseñanza realizada a lo largo de una comida para exponer su doctrina de salvación: el banquete escatológico del reino, hacia el que caminaba él y quiere que caminemos nosotros.
Los fariseos cuidaban mucho de su honor, gustaban de ocupar los primeros puestos en las sinagogas y de los saludos en las plazas. Estaban convencidos de tener derecho a los primeros puestos. Con la misma seguridad con que ocupaban los primeros puestos en la mesa, juzgando que les correspondían como propios, creían saber cuál era su puesto en la mesa del reino de Dios: los primeros, sin ninguna duda.
A veces nos creemos los primeros y esa idea nos hace daño. Precisamente en el libro del Génesis se nos narra que el pecado del hombre consistió en querer ser tanto como Dios o más que él; la envidia de Caín, consistía en querer estar por encima de Abel y por envidia lo asesinó.
La historia de la humanidad está marcada por la sangre derramada por ser más, o tener más que el vecino. Como sabemos, ni los discípulos de Jesús se libraron de esa búsqueda de los primeros puestos en el Reino de Dios. Los evangelistas nos lo atestiguan cuando los hijos de Zebedeo querían estar en los primeros puestos del Reino.
Jesús va a cambiar la lógica del mundo por la lógica de Dios. La vida verdadera no se conquista con honores, buscando la propia grandeza, sino con el servicio hacia los otros. Nunca debemos actuar con el fin de pasar por encima de los demás o para que nos admiren. Para Dios los están en el último puesto, esos son los que están en el primer puesto de su corazón.
Jesús nos recomienda ocupar los últimos puestos, saben que es lo mejor de los últimos, que siempre están libres y no hay aglomeraciones porque nadie quiere ser último. El señor nos previene para que no busquemos ser orgullosos, vanidosos; para que evitemos vivir de apariencias y de vacío.
En el Reino Mesiánico la autoridad debe ser humildad y servicio de amor. Quienes no se guíen por esta norma de Cristo se encontrarán con la sorpresa de que a la hora del juicio ellos pasarán a ser los últimos, mientras los que acá fueron servidores humildes ocuparán los primeros puestos.
Para Jesús lo más importante es ser humilde para amar. Pero el hombre orgulloso, engreído, el que se desvive por ocupar los primeros puestos, por lucir, por aparentar, es un hombre que no sabe amar, que está obsesionado por sí mismo; sólo ve a los demás en función suya, para dominarlos, para que le admiren. No le queda sitio para el amor, para los demás.
Aquí viene la paradoja del evangelio: Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.” Esto hay que entenderlo desde la humildad. Es la condición para el amor; sólo el que es humilde sabe amar y ama en la medida en que es humilde.
No consiste la humildad en negar las propias cualidades, que son dones divinos que hay que hacer fructificar, como nos enseña Jesús en la parábola de los talentos; ni tampoco en negarse a aspirar a hacer cosas grandes, que suele camuflar pereza, ni en hablar mal de sí mismo, o en fingir que se tienen tantos y tantos defectos, sino en un conocimiento verdadero de sí mismo, por el cual el hombre desprecia su maldad.
La humildad es la llave para abrir los tesoros del cielo. Cristo nos dice que hay que amar no solamente la humildad, sino también amar a los humildes; en ellos, en esos que nos parecen despreciables, en esos hay una presencia de Cristo, hay una enseñanza de Cristo, hay amor de Cristo; porque Cristo en esas personas, lo mismo que con estas palabras, nos está enseñando en dónde tenemos que poner nuestro corazón.
- 2. Jesús les predica a los que le han invitado: al jefe de los fariseos le dice que cuando de un banquete no hay que invitar a los amigos, a los hermanos, a los parientes o a los vecinos, sino a los pobres, a los lisiados, a los cojos, a los ciegos.
El contraste es significativo: cuatro categorías sociales, suficientemente acomodadas como para corresponder a un gesto de benevolencia, se oponen a otras cuatro, incapaces de devolver el obsequio.
Se debe invitar a los pobres, a los marginados de los que no se puede esperar recompensa, a los que no acrecientan el propio honor y la propia influencia y con los que tampoco es un placer comer. A esas gentes, a las que se solía excluir del culto oficial del templo, es precisamente a las que hay que invitar para evitar toda idea de compensación. Aquí el llamado es a servir y amar.
Sólo el que baja del pedestal del poder y de la riqueza y va al encuentro del hermano, del igual que él, aunque tenga distinta función, puede descubrir el rostro de Dios. Porque Dios se ha hecho hombre, pobre, perseguido, marginado, despreciado, lo último de la insensata escala social.
Hay gente que parece que no sea feliz si no saca la cabeza por encima de los demás. Y es capaz de cualquier cosa para conseguirlo: desde el hombre de negocios que estafa todos los millones que puede porque quiere ser el más rico, hasta el que en casa pega a su mujer para sentirse así más poderoso. O el que habla mal de los vecinos o de sus compañeros de trabajo para quedar bien. O el que en una asociación o en la misma iglesia, intenta siempre hacer las tareas que más lucen y es incapaz de colaborar en las tareas más escondidas.
Que no seamos de los que buscan las medallas más que el compromiso, los aplausos más que el sacrificio, la publicidad más que la utilidad y la verdad. Que nos dediquemos a los trabajos despreciados por los que se creen importantes; esos trabajos para los que no hay condecoraciones ni agradecimiento, por amar a los que son despreciados por el mundo: los marginados los pobres, los desplazados.
La humildad cristiana consiste en reconocer que debemos doblegar el corazón por el arrepentimiento, para que nuestra fe no sea pobre, nuestra esperanza coja y nuestro amor ciego.
- 3. ¿Quién es el que ha ocupado de un modo más decisivo el último puesto y nos predica con autoridad sobre este tema?
La respuesta es Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango… se rebajo. La kénosis de Cristo es el gran punto de referencia de toda humildad para los cristianos. “Por eso Dios lo levantó sobre todo”, y le dijo: “sube más arriba”, es decir, le concedió “el Nombre-sobre-todo-nombre”.
Cuanto tenemos que aprender de Cristo Jesús. Ante Dios no valen pretensiones ni suficiencias, sino coherencia y humildad. La invitación nos llega no por merecimientos humanos, sino por gracia.
http://padresaid.wordpress.com/2011/10/29/%E2%80%9Clos-primeros-puestos-segun-la-mirada-de-los-hombres-no-son-los-primeros-puestos-segun-la-mirada-de-dios%E2%80%9D/
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