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domingo, 11 de noviembre de 2012

Cuando llegue a Viejo... (el Padre Juan)

La primera vez que lo vi nos formábamos para hacer la fila e ingresar a lo que sería el inicio del segundo grado de primaria, yo tenía siete años. 
En la pequeña oficina a la derecha de la capilla del colegio había un nuevo cura, ya pintaba canas, era delgado y de cara afable. Se vestía con su sotana negra que lo hacía ver simplemente más alto y uniformado, (no me atrevo a decir que usara la misma de siempre pero mientras pudo estar activo nunca anduvo sin su sotana). Junto con su juego de llaves a la cintura lo acompañaba un gran rosario, que no era otra cosa más que una real muestra de su amor a María (sería uno de los grandes promotores del ejército azul en Costa Rica), y al final del mismo (rosario) había un crucifijo que aguantaría, como el mismo Cristo que representaba en la imagen, todas las temporadas de servicio del Padre Juan Gamboa.
Para cuando Juan llegó al colegio yo ya había hecho mi primera comunión, en el “Don Bos” no se daban largas a estos asuntos sacramentales. Aunque se me preparó bien, recuerdo, me hubiera gustado estar bajo las alas de Juan para este momento, como sea, a partir de su llegada iríamos haciendo mellas poco a poco.
Varias cosas nos fueron acercando, lo primero de lo primero Dios. La forma en que nos compartía la famosa clase de religión era magna, siempre gustó no solo de darnos clase, si no de inmiscuirnos en lo que nos enseñaba, hasta hoy los pasajes bíblicos que nos compartió quedan en mi mente como un gran rotafolio con imágenes a todo color sobre los pasajes imponentes que hacía que esto no se olvidara nunca, además, hay que decir, lo contaba como si fuera un testigo ocular. Otra cosa que nos acercó bien y para siempre fue la música. Juan tocaba el órgano en todo momento, en especial en la Misa, y siempre estaba atento a que de alguna manera fuésemos participando con el canto en la Celebración.  Tenía una reproductora de cinta de un cuarto en donde tenía grabada las versiones de la misa que se habían puesto de moda después de lo que fuera el Vaticano II y Puebla, con todas las maravillosas adecuaciones de una Iglesia para con su pueblo y sus fieles, sin duda una de las vitales, poder allegarnos a Dios en nuestra lengua vernácula sin perder, por el contrario, ganando universalidad. El latín seguirá siendo el idioma oficial de la Iglesia, pero tomen en cuenta que no era la lengua natal del mismo Jesús, toca admirar la lengua oficial en casa al mismo tiempo que logramos hablar la de todos los hombres para llevarles el Evangelio. Juan se tomaba horas para que ensayando con su gran reproductor, más su órgano, más las letras bien aprendidas y ensayadas, la Misa fuera lo más salesiana posible. Para la secundaria, al yo ingresar al mundo de los guitarristas era cosa de minutos para que también me integrara al cantar de la Misa y similares. Eso terminó de acercarnos, y para esa etapa de mi vida, Juan y varios de mis compañeros de clase  nos escapábamos a muchos lugares a cantar las Misas que le tocara celebrar en muy diferentes lugares, desde basureros hasta parroquias del Valle central. Puedo recordarlo caminando por todos esos lugares con un paso firme y con su sotana muy bien puesta.
Finalmente en aquel principio de conocernos lo que nos terminó de presentar fue el hecho de que yo era uno de sus mejores clientes para comprar un poco de todas las cosas que el buen Juan hacía por vender el tiempo entero, para poder patrocinar obras y misiones suyas y de la Obra Salesiana.(rosarios, imágenes, estampas, libritos de oración, etc.)
Durante la primaria fue siempre el cura directamente relacionado con nuestra formación espiritual, todo lo que tenía que ver con Dios y similares era asunto de el Padre Juan para con nosotros. Solo se le podía comparar con el buen y viejo Padre Mario Morera, quien aunque estaba retirado siempre estaba presente como un alma buena por todo el colegio, y participaba activamente en Misas, pero especialmente en el Sacramento de la Reconciliación. El Padre Morera a la hora de la confesada era como un puesto bueno de tacos frente a uno malo, toda la fila estaba de su lado, y en mucho era no solo porque fuera generoso con la penitencia, sino porque sabía oír, y como buen viejo lobo de mar no había pecado o asunto que lo impresionara y que no pudiera tratar y ayudar desde el confesionario.
Para los últimos años de colegio, Juan y yo nos separamos un poco en contacto, aunque no en relación, yo estaba en la energía de la adolescencia con mil sueños, en especial musicales, y aunque lo veía poco, siempre era un punto de referencia semanal para estar con él en la Misa, en la novena de María Auxiliadora y por supuesto cuando se le llegara a ofrecer algo de hecho.
Sé que muchas de mis reacciones le preocupaban, pero le admiro que se haya abstenido de confrontarme en varias, posiblemente apostando a la enseñanza que me compartió de niño y apostando a aquel versículo de Proverbios que dice: “Instruye al niño de pequeño, para que cuando crezca no se aparte del camino”. (Prov. 22,6).
En fin Juan era parte de los activos de mi vida y su presencia era total seguridad para mi persona de niño y de adolescente. 
La Graduación (¡Atrévete a ser diferente!)
Finalmente llegó el día de formalizar la salida del colegio hacia la aventura de la vida, lo aprendido debía ser probado. En el momento del mismo acto, en lo que hacíamos fila para salir a lo que sería nuestro desfile, cada alumno pasaba con su familia y eso tomaba tiempo, éramos de la camada nacida en el 1962-63 que fue un año altamente prolífico en Costa Rica, y sumábamos cerca de ochenta entre los dos salones de clase, y por lo tanto, al ser yo de apellido Valverde, pues podía tomarme mi tiempo y relajarme en lo que todo esto llegaba a avanzar.
Justo ahí llega el Padre Juan y con la mirada me saca de la fila, nos vamos a la esquina que daba entre la Capilla y su oficina, y ya estando ahí me dice: “Toma esto es para ti”. Se trataba de un botón de exalumno salesiano que, aunque se nos iba a entregar a todos, no tenía para nada que ver con el valor sentimental y espiritual de éste que ahora se me entregaba un poco antes del formal en la ceremonia. Continuó: “Un último favor. Viene un época maravillosa para ti y para tu vida, vas a escuchar muchas voces y muchas opiniones, pero lo más importante sigue estando dentro de ti. Atrévete a ser diferente, atrévete a ser tú mismo. La voz que tienes que aprender a escuchar está dentro de ti. Y no tengas miedo que tu Maestro y tu Maestra siempre van a estar contigo, cuenta con eso”. Me puso el botón en la solapa de la camisa y me dio la licencia de regresar a la fila. Para muchos solo era el Padre Orientador, el cura de las clases de religión, para mí era un amigo de toda la vida, unos de los regalos más tangibles de Dios para ayudarme a suplir con creces la figura paterna que no estuvo. Debo confesar que no le entendí a cabalidad lo que me dijo, pero ciertamente tampoco lo olvidé, eso era imposible.
El Padre Juan se fue.
No me fue tan simple dejar la institución como si nada, seguí yendo a cantar misas, a visitar a los amigos, a estar un rato en la institución que había formado mi vida. Un tarde al llegar vi la oficina de Juan cerrada, y me fui a preguntarle al portero del colegio donde podía encontrarlo. El tono de este amigo fue casi fúnebre, “El Padre Juan se fue”, fue su fría respuesta, como bien sabía que éramos amigos, me la quiso jugar con la forma de decirlo, como para que sonara a entierro, pero no, era algo mucho más de Juan, algo más que morirse a destiempo. Se había ido de voluntario a Nicaragua, a colaborar con los colegio de allá, con la pequeña aclaración que se trataba de la época de oro de los Sandinistas llegados al poder, con su moda comunistoide criolla, y en donde no podía faltar, sería impensable, la persecución para con la Iglesia y su formación de pensamiento libre frente al sistema.(Hoy hasta el escritor Ernesto Cardenal los acusa de traidores a los principios básicos del Sandinismo). Esa tarde me sentí mal por no poderme despedir, y por no poderlo ver en su momento, pero el tiempo me tendría un buen par de sorpresas.
Cuando por fin, en mi propio caso, y como bien lo diría Juan Pablo II tuve mi encuentro con un Jesús, Vivo, Auténtico y Resucitado, toda aquella semilla sembrada en mi vida por hombres como Juan tomó nueva fuerza y empezó a dar el fruto en mí que el mismo Dios había planeado. Uno de mis deseos mayores era poder compartírselo al buen Juan un día, pero no alimentaba la esperanza dado los caminos geográficos que habíamos tomado, yo en México y él en Nicaragua.
Fue hasta años después cuando con mi esposa y  mis dos hijos mayores que eran un par de chiquillos en ese momento, entramos en una visita a Costa Rica a un lugar de esos de malteadas, buen ambiente, y buena música, con la misiva de que los chicos disfrutaran el lugar. Apenas entramos desde la puerta se veía algo que en mí solo tomó nano-segundos para ubicarme, una sotana negra y una cabeza canosa, acompañado de algunos chicos, era el buen Padre Juan. Me le acerqué y con voz baja en medio del bullicio le dije: “Padre Juan”. Siempre tuvo problemas para oír, pero siempre supe que oía cuando le convenía, eso que ni que. Me reconoció de inmediato a pesar de la nueva barba que traía en mi apariencia, y me saludó como si solo no me hubiera visto desde el anterior recreo después de clase, aunque con mucha alegría.(ojo que no era muy efusivo tampoco). Le presenté a mi familia y en un momento de la conversación, sin previo aviso me dijo a quema-ropa, “¿Te atreviste a ser diferente?. Desde mi impotencia y contra su currículo solo pude decirle que ahí la llevaba, que estaba en esas y que era la bandera de mi vida. De ahí no pasó.
Después de eso solo puede ver un par de veces más. Una justo un 12 de diciembre cuando tuve un concierto en mi colegio después de años de esperar la oportunidad, ese día se me juntaron amigos ticos de todas mis órbitas de amistad. Un poco antes de comenzar decidí, junto con Luis Alvarez, un amigo y cómplice de aquellos tiempos, ir a la capilla para hacer un poco de oración y para estar solo un momento en un lugar que me recordaba con creces que Dios me había oído en mis oraciones de niño y de adolescente. Al llegar al lugar y buscando mi sitio favorito, este estaba ocupado, el buen Padre Juan estaba ahí rezando su rosario y esperándome. Solo me dijo, “sabía que ibas a venir, déjame darte mi bendición y ten un buen concierto, hoy en especial en el día de la Guadalupana”.
Finalmente en una de las pocas y maravillosas ferias católicas que se realizaron en Costa Rica, los organizadores se la ingeniaron para invitar a Juan a estar en mi concierto, fue una super sorpresa verlo ahí. Al final pasó para darme un abrazo, ya se le veía un poco más viejo, me hizo una crítica al oído para mejorar la música (ese era Juan), me regaló unos ornamentos para Altar de Iglesia para llevarlos a México, y como no había cambiado un ápice en nada, tomó el micrófono y aprovechó para anunciar unos libritos devocionales que traía y que necesitaba vender para apoyar misiones salesianas en el mundo, en fin...ese era Juan.
Para sus últimos días en este planeta, con ayuda de amigos costarricenses, lo estuve monitoreando desde mis viajes en gira, para el 28 de junio del 2007 sabía que estaba en sus últimos momentos, y desde allá me avisaban de su estado. Había sufrido ya hacía años de un derrame del que se recuperó magnificamente, al punto de no notarlo si no lo sabías. Ahora su corazón comenzaba a avisar que hasta ahí llegaba. En la mañana del 29 de junio, día de los apóstoles Pedro y Pablo, un día justo para que un apóstol se vaya al cielo, Juan se encontraría con Jesús. Ese día yo cantaba en Tuxtla, Chiapas, y en el concierto tomé un maravilloso tiempo para darle espacio a una canción llamada “Cuando llegue a Viejo” que siempre he dedicado al buen Juan, me partí en mil pedazos al hacerlo, pero como dice otra hermosa canción: Si su esfuerzo da frutos aún, no se han ido del todo. 
En el concierto del 24 de Mayo del 2008 en Costa Rica, celebrando los cien años de la presencia de los salesianos en el país, al final, un cura de nombre Guido A. Maroto, a quien yo había dejado de ver hacía casi 30 años cuando éramos amigos del colegio y cantábamos la misas juntos, pasó al escenario y haciendo recuerdo de mil anécdotas con Juan, me dijo que a él (a el Padre Maroto) le había tocado estar con Juan en sus últimos momentos, a esto sacó a colación el dato de su gran rosario colgado a la cintura, y en ese momento, sin anestesia alguna, me entregó el crucifijo del mismo que estuvo en las manos de Juan al partir con el Padre. Hoy simplemente lo tengo en mi escritorio para que me recuerde mucho y me acompañe en la carrera hasta el final de la misma, desde que llegó ese símbolo de amor y de fidelidad en el que Juan creyó totalmente, la vida no ha sido la misma, se los puedo asegurar.
El corazón.
Solo unos meses antes de morir, dos grandes amigas Ana Rosa y Gaby fueron a visitarlo al colegio, ya hablaba poco y tenía problemas motrices evidentes. Ellas lo entrevistaron y el les compartió un par de cosas desde su poder hacerlo: primero les dijo que su mayor alegría y bendición fue el haber sido sacerdote, que eso era su todo y su máximo. Y luego con su mano temblorosa en medio de un corazón me escribió con su mano un testamento y un aviso. BIEN Y PAZ. TE ESPERO EN EL CIELO. EN EL CIELO REZAREMOS Y CANTAREMOS JUNTOS CON MARIA AUXILIADORA ALABANZAS A DIOS.  Y luego su firma.

Eso es lo único que faltó de hacer con Juan, cantar un rato como allá en la niñez, pero bueno, para eso es el cielo, para reencontrarnos con los amigos delante del Verdadero Amigo. Su memoria sigue en mi vida, sus enseñanzas son parte vital de mí, su ejemplo un reto y una meta, y su crucifijo un recordatorio de la fidelidad de Dios, eso de que además del Rey sepas que hay amigos esperándote en el cielo es otro sabor de boca.
Sin dudarlo puede haber adultos que te hayan hecho la vida de cuadros, pero nos los dejes hacer sombre sobre toda la luz que te hicieron llegar los que te amaron y creyeron en ti, finalmente es tu decisión.

“Aquellos que han amado no saben del tiempo” (De la canción “Cuando llegue a viejo”)



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