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miércoles, 7 de noviembre de 2012

Dispensar el sexto mandamiento


Tengo mucho afecto al agustino P. Miguel Ángel Keller, hoy vicario general en la archidiócesis de Panamá. Somos muy amigos y hemos compartido tareas pastorales en España. Recuerdo en una ocasión en que alguien nos decía que en el trabajo pastoral deberíamos preguntar a la gente que qué era lo que le gustaba. Su respuesta, como siempre, clara y contundente: “a la gente lo que le gustaría es que le dispensáramos el sexto mandamiento, pero no seré yo quien lo haga”.
Cuento esta anécdota pensando en las lecturas de mañana domingo. Amós no hubiera tenido problemas si su predicación se limitara a cuatro vaguedades o a alimentar el ego de sus oyentes. Pero… tenía que hablar en nombre de Dios y lo hizo, denunció las maldades de aquel pueblo e invitó a la conversión. Como es natural le echaron del santuario.
El evangelio viene a abundar en lo mismo. En la necesidad de predicar el evangelio de Cristo, íntegro, sabiendo que puede provocar rechazo.
Es demasiado evidente la tentación de predicar no la palabra íntegra de Cristo tal y como nos la transmitido la Iglesia, sino un mensaje edulcorado, acomodaticio, que no molesta, que no interpela,  que justifica cualquier forma de vivir. Nosotros predicamos a Cristo, el Señor, en quien Dios quiso recapitular todas las cosas, el que nos ha mostrado el tesoro de gracia que viene de Dios. Anunciamos que por Cristo, por el Hijo, por su sangre, hemos recibido la redención, el perdón de los pecados.
Y anunciamos que esto tiene consecuencias en la forma de vivir. Creer en Cristo es aprender a vivir en el amor a Dios, celebrar su presencia, aprender a dialogar con el Padre, escuchar su voz, cumplir sus mandamientos. Creer en Cristo es amar al hermano, es vivir en la verdad, en la paz, la sinceridad, el respeto a la persona, el respeto a la vida, la donación a los pobres.
Nos parece que anunciar íntegro el mensaje de Cristo es escándalo y una forma de echar a la gente de la Iglesia. Nos parece que somos “demasiado duros”, que necesitaríamos algo un poco más light. Esto ya pasaba en tiempos de Cristo. Muchos se alejaban porque su lenguaje era duro, tanto que hasta el mismo Jsús dice a los apóstoles que si también ellos quieren marcharse. Pero su respuesta es contundente: “¿A dónde vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna”.
El mundo necesita una palabra clara, el reto de convertirse del todo a Cristo, la valentía de dejar la antigua vida de pecado para abrazar la novedad de Dios. Curiosamente cuando predicamos el evangelio con claridad, sin ocultar sus exigencias, es cuando la gente en lugar de marcharse, viene a Cristo.
Anunciar el evangelio en su radicalidad con palabras y obras. Aunque nos echen de Betel, aunque tengamos que abandonar algún lugar y sacudirnos el polvo de los pies. No importa. No estamos para caer bien a todo el mundo, sino para profetizar en verdad en nombre del Señor.

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