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lunes, 5 de noviembre de 2012

La tortilla se nos dará por añadidura


Perdón ante todo por el anacronismo de meter la imposible tortilla de patatas en tiempos de N.S. J., pero como figura literaria me vale.
No es baladí la respuesta a quién es Jesús.Seguro que todos hemos sufrido en algún momento, sin desdeñar la buena voluntad, la imagen de un Jesús precursor del movimiento hippie que pareciera que se pasaba el día de convivencia con los amiguetes y añadidos en torno a la tortilla de patatas, la bota de vino y la observación de flores y aves. Un Jesús ciertamente guay, amable, que sonríe, que todo lo acepta, que nada condena, y al que sólo le faltara compartir una chinita de costo con los apóstoles en fumeque solidario.
Ya. Ya sé que exagero, pero no me digan que un poco de razón no tengo. ¿Qué seguidores puede tener un Jesús así? Pues entiendo que gente mezcla de optimismo naïf, ecologismo barato, buenismo inconsistente, relación más que con Dios con la positividad y abuso de la palabra compartir, sin especificar el qué y el cómo.
Jesús es otra cosa. Es el Hijo de Dios, el Mesías, el que había de venir. Es el siervo, el que da la vida entera sin importar insultos ni salivazos. El que tenía que ser condenado y ejecutado, y resucitar al tercer día. Jesús es el Hijo de Dios, el salvador, el que pide todo, el que todo lo da por los hombres y su salvación y les pide entregar su vida por la causa de Dios y del Reino.
Seguir a Cristo, al del evangelio, es una opción dura, muy dura. Gratificante, perfecta, salvadora, santificadora. Pero muy dura.
Por eso Cristo no se anda jamás con palabras blandas ni bonitas. Seguir a Cristo es mucho más que una opción central coordinada (449), un compromiso preferencial compasivo (393) o un proceso radical trascendente (172). Es olvidarse de sí mismo, de sus proyectos, de sus ideas preconcebidas, de su yo, de su “pues yo creo”, de su ego en toda la extensión de la palabra, para abrazarse a su cruz, la que Dios quiera, y marchar con Jesús dónde Él nos pida, sabiendo que somos pecadores, pero dispuestos a dar la vida. Nos guardamos demasiado la propia vida, pero sólo el que la da, la gana. Qué cosas.
¿Y los pobres? Pues atendidos y muy bien atendidos. Interesante la dicotomía que nos quieren hacer tragar según la cual los “observantes” se olvidan de los pobres. Supongo que se refieren a la beata Teresa de Calcuta, digo yo.
Seguir a Cristo como hijos de la Iglesia. Olvidándonos de nosotros mismos. En obediencia generosa, aceptando gozosos nuestras cruces, que unidas a la de Cristo son fuente de vida y de gracia. Generosos con los pobres. Con alegría. Con mucha alegría.
Y si un día nos apetece, nos juntamos, celebramos la fe, nos reímos, pasamos la bota de vino y nos tomamos una tortilla de patatas. Pero esto no es la fe. Es una reunión de amigos y si son creyentes mejor. La fe es creer en Cristo el Señor, y seguirle en su Iglesia. La tortilla se nos dará por añadidura.

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