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sábado, 18 de enero de 2014

Miradas que ven gigantes

Moisés, en su día, envió una avanzadilla de espías para tantear un poco cómo era eso de la tierra prometida (Num 13). Los señores espías “llegaron al valle de Escol, donde cortaron un sarmiento con un racimo de uva que transportaron en un palo entre dos, junto con granadas e higos.” Y luego volvieron de su inspección.
“Esto fue lo que contaron: «Entramos al país a donde nos enviaron. ¡Realmente es una tierra que mana leche y miel: ¡aquí están sus productos! Pero el pueblo que vive en ese país es muy poderoso. Las ciudades son muy grandes y fortificadas, hemos visto incluso a los descendientes de Enac.” (Según la tradición Enac era un gigante que había vivido en Palestina)
Caleb era el espía enviado por parte de la tribu de Judá junto con otros espías, uno de cada tribu:

“Caleb calmó al pueblo que murmuraba contra Moisés. «Subamos, les dijo, y conquistemos ese país, que somos capaces de más.» Pero los hombres que habían subido junto con él le replicaron: «No podemos atacar a ese pueblo porque es demasiado poderoso para nosotros.»”
“Y se pusieron a desacreditar la tierra que habían visitado. Les decían a los Israelitas: «La tierra que hemos explorado es una tierra que devora a sus habitantes. Los hombres que allí viven son muy altos. Si hasta vimos gigantes. A su lado teníamos la impresión de que éramos langostas y así nos veían ellos.»”
Dirá San Francisco de Sales sobre la vida devota:
“Los que desalentaban a los israelitas, para que no fueran a la tierra de promisión, des decían que era una tierra que «devoraba a sus habitantes», es decir que su ambiente era tan dañino, que era imposible vivir allí mucho tiempo y que sus moradores eran gentes tan monstruosas, que se comían a los demás hombres como a las langostas. Así el mundo, mi querida Filotea, difama tanto cuanto puede la devoción, pintando a las personas devotas con aire sombrío, triste y melancólico, y diciendo que la devoción comunica humores displicentes e insoportables. Mas, así como Josué y Caleb aseguraban que no sólo era buena y bella la tierra prometida, sino también que su posesión había de ser dulce y agradable, de la misma manera el Espíritu Santo, por boca de todos los santos y Nuestro Señor por la suya propia, nos aseguran que la vida devota es una vida dulce, feliz y amable.”
Felices gigantes…

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