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miércoles, 5 de febrero de 2014

El Padre chucho y los sacerdotes 'vedettes'

Salvo porque la fama les venga de la santidad, ninguna otra fama me gusta de los sacerdotes. Siempre son famas problemáticas, con o sin culpa. Los sacerdotes no somos ministros de Dios para ser famosos o aplaudidos o condecorados u homenajeados. Huir de todo eso es lo más sensato que puede hacer cualquier buen cura. También los obispos. Y los arzobispos. Con los cardenales no me meto. También los fieles que admiran a sus sacerdotes deben ayudar a que dicha buena mirada sirva únicamente para orar por ellos y para hacerles fructífera su vida pastoral y nada más.

Tengo en mente al conocido padre Chucho, de la Diócesis de Fontibón, situada en la margen suroccidental de la ciudad de Bogotá. Lo conocí como alumno en el Seminario Mayor de Bogotá cuando yo hacía parte del equipo director de esta institución. Venía de una sencilla familia de apellidos Orjuela Pardo, quizás del norte o del oriente de Cundinamarca. Creo que se ganaban la vida con una tienda de barrio o una panadería, vecina del Cantón Militar del Norte de Bogotá. Tanto es así que ingresó al Seminario de Bogotá, pero para servir dentro del clero castrense. Luego se decidió por la Arquidiócesis de Bogotá y finalmente la división de esta jurisdicción en otras nuevas diócesis lo situó en la de Fontibón. Ya desde niño, como dicen las biografías de los grandes, se destacaba por sus dotes musicales y luego resultó tener habilidades de comunicador social, con las cuales saltó a ese foso de leones que se llama “la fama”. Y lo hizo a través de su trabajo pastoral por la pantalla de TV, con mucha acogida de las gentes sencillas.
Después comenzaron la leyenda y el cuento. Que anda en carro blindado, que tiene guardaespaldas, que está rico de dinero, que lo llaman de todas partes, que viene de una familia muy importante, que es inmortal. No tengo ni la menor idea de si algo de esto es cierto, excepto lo de la inmortalidad por el bautismo, pero lo dudo casi todo. Pero el tema no es el oropel. El asunto de fondo es que el padre Jesús Hernán Orjuela Pardo, como figura en su partida de bautismo, está experimentando el dolor, el agobio y la vaciedad de ser famoso como sacerdote. Tanto que amenazó con asilarse en un monasterio, es decir, tiene que estar muy desesperado. Su fama no le permite hacer celebraciones en nuestras pequeñas iglesias y debe acudir a los espacios comunes de las barriadas, y esto ha sido pan fresco para los amigos de toda protesta. En fin, nada importante, pero sí diciente de cómo la fama se vuelve fuente de toda clase de resentimientos en una sociedad resentida por esencia.
Unas pocas cosas le bastarían al padre Chucho, como lo llama la turba: recordar sus sencillos orígenes, seguir ejerciendo su ministerio con poder espiritual, alegría y discreción, desmontar cualquier parafernalia si es que en realidad existe, y vivir como un sencillo cura, que es un estado de vida muy suficiente para cualquier persona sincera y de fe profunda. Y por encima de todo, dejar ver que el centro de todo es Nuestro Señor Jesucristo. Nada de afiches ni calendarios con fotos del padre Chucho, nada de venta de peregrinaciones encabezadas por el padre Chucho, nada de entrevistas radiales o televisivas para hablar del padre Chucho, nada de homenajes al padre Chucho, nada de discos cantados por el padre Chucho. Todo sea Jesucristo y que cada uno de sus ministros sea simplemente antorcha que se consume lentamente, iluminando el rostro amoroso y salvador del único que venció pecado y muerte, Jesucristo, Señor Nuestro.
Todos los sacerdotes que han sido vedettes, bien sea por construcción propia o por obra de sus admiradores, todos, sin excepción, terminan mal. Unos dejan el ministerio para escribir artículos de autoestima. Otros se rodean de grupitos de mutuo elogio que intoxican. Otros terminan en ruptura con la madre Iglesia, que les transmitió el orden sagrado. La mayoría acaba por causar inmensa confusión cuando no escándalo en sus antiguos admiradores al ver el desenlace meándrico de sus vidas. El buen padre Chucho, porque es buen sacerdote, está a tiempo de romper con la borrachera de la fama y mucho le ayudaría un superior claro y pronto en su intervención. Y nuestra oración.
Rafael de Brigard, Pbro.



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