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miércoles, 21 de mayo de 2014

Perder la fe con dignidad

Conozco, supongo que todos conocemos, apersonas que han perdido la fe. En otro tiempo fervorosos, militantes, con una vida ejemplar en muchos casos, gente de “iglesia” de siempre, practicantes habituales. Laicos, sacerdotes, religiosos y religiosas que llevaron su vida cristiana y su vocación específica con dignidad y que al cabo de los años dejaron todo para acabar instalados en un cómodo agnosticismo y la negación de lo que había sido el motor de su vida.

No quiero entrar en las causas. El fondo del corazón solo Dios lo escudriña. Quién sabe si todo fue fruto de una deficiente formación o incluso deformación, si mandaron las circunstancias de la vida, si arriesgó en su quehacer y se quemó, si se perdió en la buena intención de ser uno más. Cada persona es un mundo y su interior su sagrario particular.
Gente hay que perdió su fe con dignidad. Me explico. Poco a poco se fueron dando cuenta de que se les iba de la vida hasta que un día se descubrieron en el vacío. Esta gente hace mutis por el foro, abandona la práctica cristiana y cada cual a lo suyo. Lo que en un momento era fundamental en su vida desapareció y hay que empezar a vivir en consecuencia. Abandono total de la práctica religiosa y alejamiento de la institución como uno se aleja de la sociedad de colombofilia si han dejado de importarle las palomas. Pero nada más. Una cosa es que no le importen las palomas, y otra que se líe a tiros con ellas y queme la sede de la asociación.

Otros hay que necesitan culpar a los demás de su situación. El doctor Vallejo-Nágera, un señor y un gran creyente, afirmaba en su libro “La puerta de la esperanza” que hay que tener valor para asumir lo que pasa en la vida de cada uno sin necesidad de culpar a los demás, y que si uno perdió la fe pues no pasa nada, una pena, pero lo que no vale es echar la culpa a aquel cura tan malo y a sor Generosa y sus pellizcos. Parece mentira, en la era de la libertad y el sé tú mismo, tener que justificar mi vida por lo que hagan los demás.Qué tristeza de persona sin más argumentos ¡y en cosas de la fe! que lo que una vez le hizo un cura o que si la monja era mala. Estos son los simples.

Pero los hay que más que simples son orgullosos y se creen que acaban de inventar la pólvora y están en disposición de cargarse la teología de los últimos dos mil años. No es que hayan dejado de creer, no, es que la Iglesia lleva equivocada dos mil años, la teología es un conjunto de sinsentidos y durante veinte siglos todos hemos vivido equivocados. Todos. Desde San Pedro a Francisco, de San Agustín a Ratzinger, pasando por Santo Tomás, Santa Teresa o San Juan de la Cruz.

Es igual que uno haya contemplado las catedrales más bellas y los monasterios más perfectos y llenos de santidad. Nada significa la herencia cristiana en Europa y el resto del mundo. Equivocados Antonio Abad, Benito, Isidro el labrador, Teresa de Calcuta, Francisco de Asís, Francisco Javier, Juan María Vianney, Maximiliano Kolbe… Todo equivocado, todo antievangélico, todo pecado y condenación.

Qué tristeza. Y digo yo… aunque solo sea por humildad y no meter la pata, ¿no se da cuenta quien así piensa que se está pasando un poco? ¿Alguien es capaz de decir que todos equivocados en veinte siglos menos yo y los cuatro que piensan como yo? ¿Alguien se atreve a afirmar que su fe y su vida son más ciertas que la de Rafaela y Joaquina rezando el rosario, las monjas de clausura de A., Pepe y María con sus cuatro hijos yendo a misa el domingo, el cura de B. diciendo seis misas cada fin de semana y los feligreses que acuden y echan una mano en lo que pueden?

Claro que se puede perder la fe, desgraciadamente. Lo que no se puede perder es la dignidad. Y cuando uno para justificarse no encuentra otro razonamiento que la maldad del cura de su pueblo o burlarse de la teología de Tomás de Aquino, no es que haya perdido la fe. Ha perdido la dignidad. Y eso aún es peor.

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