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domingo, 1 de junio de 2014

La Prudencia

INTRODUCCIÓN
La prudencia es una virtud. Aquella que dispone a la razón práctica para discernir en toda circunstancia nuestro verdadero bien y a elegir los medios rectos para realizarlo.
Dice el catecismo de la Iglesia Católica que la prudencia no es timidez, temor, doblez o disimulación. Es la virtud que guía directamente el juicio de conciencia. De tal forma que el hombre prudente decide y ordena su conducta según este juicio; y gracias a la prudencia aplicamos sin error los principios morales a los casos particulares y superamos las dudas sobre el bien que debemos hacer y el mal que debemos evitar.
Es la principal entre las virtudes cardinales, por ello se le considera auriga de las virtudes, porque las dirige y gobierna todas.

FUNCIONES DE LA PRUDENCIA:
1 Consultar, deliberar o indagar los medios y las circunstancias para obrar honesta y virtuosamente.
2 Emitir un juicio o conclusión sobre los medios hallados, dictaminando cuáles deban emplearse u omitirse aquí y en este momento.
3 Imperar u ordenar la ejecución del acto, aplicando a la operación los anteriores consejos y juicios. Este último es el acto más propio y principal de la prudencia.
TIPOS
a. Prudencia natural o adquirida.
Es la que recae sobre el campo ético o de honestidad natural siguiendo el dictamen de la recta razón. Se adquiere y perfecciona por el ejercicio cada vez más intenso de los actos prudentes.
b. Prudencia sobrenatural o infusa.
Es la que tiene por objeto la moralidad sobrenatural y procede de un hábito infundido por Dios y gobernado por las luces de la razón iluminada por la fe.
c. Prudencia mística.
Es la más alta prudencia sobrenatural que puede darse en esta vida. Procede no de la simple razón natural iluminada por la fe, sino de la inspiración directa e inmediata del Espíritu Santo, que imprime su modalidad divina al acto de la prudencia infusa reforzada por el don de consejo.
PARTES QUE LA INTEGRAN
Se les conoce como partes integrales y son los distintos elementos que integran o ayudan a una virtud para su perfecto funcionamiento. Las relativas a la prudencia son ocho:
Memoria de lo pasado. Ya que la experiencia es madre de la ciencia.
Inteligencia de lo presente, para saber discernir, si lo que nos proponemos hacer es bueno o malo, lícito o ilícito, conveniente o inconveniente.
Docilidad para pedir y aceptar el consejo de los sabios y experimentados.
Sagacidad, que es la prontitud de espíritu para resolver por sí mismo los casos urgentes, en los que no es posible detenerse a pedir consejo.
Razón, que produce el mismo resultado que la anterior en los casos no urgentes, que le dan tiempo al hombre para resolver por sí mismo después de madura reflexión y examen.
Providencia, que consiste en fijarse bien en el fin lejano que se Intenta (providencia: de procul videre, ver desde lejos), para ordenar a él los medios oportunos y prever las consecuencias que se pueden seguir del acto que vamos a realizar.
Circunspección, que es la atenta consideración de las circunstancias para juzgar, en vista de ellas, si es o no conveniente realizar tal o cual acto.
Cautela o precaución contra los impedimentos extrínsecos que pudieran ser obstáculo o comprometer el éxito de la empresa.
Aunque en cosas de poco momento pudiera prescindirse de alguna de estas condiciones, cuando se trate de cosas o empresas de importancia, no habrá juicio prudente si no se tienen en cuenta todas ellas. De ahí la gran importancia que en la práctica tiene su recuerdo y frecuente consideración.
SUBDIVISIONES
Se les conoce como partes subjetivas (o esenciales) las diferentes especies en que se subdivide una determinada virtud. La prudencia se divide en dos especies fundamentales:
a. La prudencia personal es la que se encarga de dirigir los actos individuales del que la posee. Pueden distinguirse en ella los ocho elementos integrales que acabamos de examinar.
b. La prudencia social es la que se refiere al bien común de la sociedad. Admite cuatro subespecies distintas: gubernativa, políticas, familiar y militar, según los diferentes grupos en que se puede dividir la multitud.
VIRTUDES DERIVADAS
Se conocen también como partes potenciales y son aquellas virtudes derivadas de una virtud cardinal, que se parecen a ella en algunos aspectos parciales o recaen sobre actos secundarios, preparatorios o menos difíciles. Son esencialmente distintas de la cardinal correspondiente, pero se relacionan con ella como los satélites con su planeta.
La prudencia tiene tres virtudes derivadas o partes potenciales:
1. Eubulia (Rectitud en el consejo), que inclina al hombre a encontrar los medios más aptos y oportunos para el fin que se pretende. Es virtud distinta de la prudencia—aunque se ordena a ella—, porque lo propio de la eubulia es aconsejar, y lo propio de la prudencia es imperar o dictar lo que hay que hacer. Hay quien sabe aconsejar y no sabe mandar.
2. Synesis (sensatez), que inclina a juzgar rectamente según las leyes comunes y ordinarias. Es lo que el vulgo suele llamar «sentido común» o «sensatez»; y se distingue de la prudencia y de la eubulia por esta su misión judicativa, no imperativa o consiliativa, como la de aquéllas.
3. Gnome (Agudeza de Juicio), que desempeña el mismo papel que la anterior en los casos excepcionales y raros no previstos por la ley. Se relaciona íntimamente con la epiqueya (cf. n. 116,b) cuyo acto dirige rectamente.
VICIOS OPUESTOS A LA PRUDENCIA
Santo Tomás, siguiendo a San Agustín, los distribuye en dos grupos distintos: los que se oponen manifiestamente a la prudencia y los que se le parecen en algo, pero en el fondo son contrarios a ella.
Vicios manifiestamente contrarios a la prudencia
1. La imprudencia. Que afecta a la prudencia misma y a todas sus partes integrales y subjetivas y se subdivide en tres partes potenciales por oposición a las correspondientes de la prudencia, a saber:
    a. La precipitación, que se opone al consejo o eubulia, obrando temeraria y precipitadamente, por el solo ímpetu de la pasión o capricho.
    b. La inconsideración, por la cual se desprecia o descuida atender a las cosas necesarias para juzgar rectamente, contra el juicio, la synesis y el gnome.
     c. La inconstancia, que lleva a abandonar fácilmente, por fútiles motivos, los buenos propósitos y determinaciones dictados por la prudencia. Se opone directamente al precepto o mandato de la misma.
2. La negligencia. No cualquiera, sino la que supone falta de solicitud en imperar eficazmente lo que debe hacerse y del modo que debe hacerse. Se distingue de la inconstancia, de la pereza y de la indolencia en que la negligencia no impera, la inconstancia no cumple lo imperado, la pereza no lo comienza a tiempo y la indolencia lo realiza flojamente, sin cuidado y sin esmero. Si lo que se omite es algo necesario para la salvación o se omite por desprecio, el pecado de negligencia es mortal.
Vicios falsamente parecidos a la prudencia
La prudencia de la carne. Es una prudencia falsa e inmoral que tiene por objeto el pecado, y se manifiesta en una habilidad maligna para encontrar los medios oportunos de satisfacer las pasiones (concupiscencias) desordenadas de la carne, en las que se coloca el último fin de la vida. Es de suyo pecado mortal y supone un gran error en los principios mismos de la prudencia al colocar el último fin en los bienes del cuerpo, en los que de ninguna manera consiste, ya que la prudencia legítima no puede ser inmoral, ni un hombre prudente puede ser moralmente perverso.
La astucia, que supone una habilidad especial para conseguir un fin, bueno o malo, por vías falsas, simuladas o aparentes. Es pecado aunque el fin intentado sea bueno, ya que el fin no justifica los medios, y hay que obtenerlo por caminos rectos, no torcidos.
El dolo, que es la astucia practicada principalmente con las palabras.
El fraude, o astucia de los hechos.
La solicitud excesiva de las cosas temporales o futuras, que supone una imprudente sobreestimación del valor de las cosas terrenas y una falta de confianza en la divina Providencia.

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