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viernes, 1 de agosto de 2014

De la sociedad light al humanismo cristiano


Cuando utilizamos el término light todos estamos de acuerdo es que hay una reducción de determinadas sustancias. Lo bebido o comido light, queda desnaturalizado. Lo curioso es que en la vida diaria las personas también pueden ser light. Que es tanto como decir que carecen de planteamientos sólidos, que admiten ese relativismo absurdo que convierte el buenismo en una moda. Tenemos que asumir que incluso la política se ha vuelto light. No existen en este siglo XXI en occidente ninguna ideología o filosofía que realmente determine al ser humano, por unas características concretas. Que nos haga permanecer unidos en unas mismas raíces. Tal vez lo único que asoma por el horizonte es la ética del bien común. Que todavía está en sus albores.

La sociedad occidental y sus fundamentos se tambalean por carecer de estructuras sólidas. Por dar la espalda a la ley natural, por olvidar el origen cristiano que antes mantenían unidas a las familias como primera célula de la sociedad y a los pueblos arraigados bajo una misma estructura de pensamiento. Hoy el equivalente a la fuerza moral que sacudió el Imperio Romano dándole la vuelta al calcetín y pasando del paganismo a la fe hasta en los más altos estamentos. Hoy insisto, el único impulso aglutinador de los pueblos pasa por el fanatismo de los talibanes y ayatolas, declarando la guerra santa a Occidente.
Hay por tanto una necesidad más que urgente de que el humanismo cristiano vuelva a tener carta de naturaleza en esta sociedad. Pero desde arriba no vendrá el cambio. Será desde abajo, mediante el goteo diario de cristianos comprometidos en todos los frentes, que no tienen miedo de manifestar que una fe les hace sentirse felices y realizados. Que dan testimonio de que Dios es el amigo del hombre, su creador y el que siempre le espera con los brazos abiertos.
Esa convicción de encontrar al Señor de tu vida, el centro que guía como una brújula tus actos y pensamientos tiene que notarse. Porque estoy convencida de que son más las buenas personas que los corruptos y mentirosos compulsivos que han estado llevando las riendas de este país. Lo repito una vez más. Si el hombre pierde su trascendencia en el sentido religiosos y filosófico del término, pues el trascender se aplica a la unidad y la totalidad del ser. Seguiremos yendo cuesta abajo hasta que se derrumben los cimientos cuarteados de esta civilización.
Y hablo de civilización porque lo que acontece en este incipiente siglo XXI es precisamente una mutación que afecta a toda la sociedad y que está dando lugar a otras reglas de pensamiento, otros medios de comunicación, otros fenómenos que recuerdan los peligrosos totalitarismos del pasado siglo, mutados con otras siglas y llevados a cabo con otro pelaje, pero que en definitiva llevan camino de finalizar igual de mal.
Y ahora podemos hablar de la banalidad del mal, que nos hace a todos cómplices de unas estructuras podridas, como fueron cómplices los alemanes del Tercer Reich. No olvidemos que en el paréntesis de dos décadas la civilización occidental se desgarró completamente en el siglo pasado. Y algo similar lleva camino de sucedernos por estar en ese bamboleo de intentar poner una vela a Dios y otra al diablo.
El ser humano tiene que optar. Y debe saber donde se encuentra la distinción entre el bien y el mal. Debe reconocer los subterfugios y engañifas que se venden como oro siendo en realidad metal de oscura procedencia. Por eso es tan importante educar a la sociedad en unos determinados valores, que algunos con su ingeniería social han estado socavando a lo largo de tres décadas.
Todas las culturas se han hundido en el mismo barrizal, cuando han perdido el sentido ético de la honradez y se han olvidado las virtudes del ser humano que configuran también una determinada sociedad. Insisto que en ello nos va la supervivencia como civilización. Y es obvio que estamos hartos de observar en las últimas décadas como pasito a pasito vamos directos al precipicio.
No puedo olvidar sin embargo que el cristianismo en una religión de esperanza, acostumbrada a las tribulaciones, persecuciones y eliminaciones, de muchos que han sido y siguen siendo semilla de otros cristianos. Al final de la historia tenemos prometida la victoria. Pero mientras tantos, no podemos desentendernos de lo que acontece a nuestro alrededor porque si alzamos los hombros seremos cómplices de una monstruosidad.

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