Toda la
vasta historia de la humanidad está tejida por pequeñas historias innumerables,
que se parecen entre sí como si fueran clónicas: un hombre se enamora de una
mujer y, con la magia de su amor, ambos transmiten el misterio de la vida. La
literatura, espejo siempre del vivir, es también la repetición incesante de ese
mismo argumento, con un ingrediente dramático que lo hace más real y atractivo:
un hombre, una mujer y un pero. En la primera literatura occidental, Ulises se
enamora de Penélope, pero estalla la guerra de Troya, y su estrenado matrimonio
tiene que sobrevivir veinte años al borde del naufragio. En la primera
literatura española, Rodrigo Díaz de Vivar está profundamente enamorado de doña
Jimena, pero es desterrado por el rey. Después se enamoran Calisto y Melibea,
pero las formas de su amor no son las formas de su época. También Hamlet se
enamora de Ofelia, pero por medio hay un río y una rama que se parte al
cruzarlo. Don Quijote suspira por Dulcinea, pero es un loco que persigue un
sueño. Romeo y Julieta se juran amor eterno, pero sus familias se odian. Sonia
se enamora de Rodian Ralkolnikov, pero su novio es un asesino que ha de cumplir
condena en Siberia…
Mucho después nace el cine, y sus historias repiten los mismos
argumentos de la literatura: desde Charlot y la florista ciega de Luces en la
ciudad, hasta el amor en Cyrano, Titanic, Tierras de penumbra, Deliciosa Martha
o Doctor Zivago. Siempre un hombre, una mujer y un pero. La representación
literaria o visual de un amor homosexual hubiera sido técnicamente posible,
pero nos hubiera dejado sin arte, nos hubiera privado de la gran literatura o
del gran cine. Un amor homosexual hubiera dado una literatura enrarecida, muy
por debajo de las cimas de nuestros clásicos, de esos cuatro versos -por
ejemplo- de Miguel Hernández:
Una querencia tengo por tu acento,
Una apetencia por tu compañía,
Y una dolencia de melancolía
Por la ausencia del aire de tu viento.
No es necesario aclarar que estas afirmaciones son lo contrario
a un prejuicio, pues se limitan a presentar a posteriori la evidencia de una
constatación. A pesar de lo dicho, ciertos políticos quieren dar carta de
normalidad legal a su obsesión homosexual, olvidando la mencionada evidencia:
que la homosexualidad ha sido siempre una rareza. Por eso, tales legisladores
chocan de frente contra la misma realidad, que sigue siendo lo que es aunque se
piense al revés, como advirtió Antonio Machado. Quizá sean gobernantes
políticamente correctos, pero me temo que su corrección, si logra pasar a la
historia, lo hará como una anécdota estúpida.
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