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miércoles, 8 de octubre de 2014

Serie Principios básicos del Amor de Dios – Dios es fiel

“Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él”.
(1 Jn 4, 16)
Este texto, de la Primera Epístola de San Juan es muy corto pero, a la vez, muestra la esencia de la realidad de Dios al respecto del ser humano que creó y mantiene en su Creación.
Es más, un poco después, tres versículos en concreto, abunda en una verdad crucial que dice que: “Nosotros amamos, porque él nos amó primero”.
Dios, pues, es amor y, además, es ejemplo de Amor y luz que ilumina nuestro hacer y nuestra relación con el prójimo. Pero eso, en realidad, ¿qué consecuencias tiene para nuestra existencia y para nuestra realidad de seres humanos?

Que Dios sea Amor, como es, se ha de manifestar en una serie de, llamemos, cualidadesque el Creador tiene al respecto de nosotros, hijos suyos. Y las mismas se han de ver, forzosamente, en nuestra vida como quicios sobre los que apoyarnos para no sucumbir a las asechanzas del Maligno. Y sobre ellas podemos llevar una vida de la que pueda decirse que es, verdaderamente, la propia de los hijos de un tan gran Señor, como diría Santa Teresa de Jesús.
Decimos que son cualidades de Dios. Y lo decimos porque las mismas cualifican, califican, dicen algo característico del Creador. Es decir, lo muestran como es de cara a nosotros, su descendencia.
Así, por ejemplo, decimos del Todopoderoso que muestra misericordia, capacidad de perdón, olvido de lo que hacemos mal, bondad, paciencia para con nuestros pecados, magnanimidad, dadivosidad, providencialidad, benignidad, fidelidad, sentido de la justicia o compasión porque sabemos, en nuestro diario vivir que es así. No se trata de características que se nos muestren desde tratados teológicos (que también) sino que, en efecto, apreciamos porque nos sabemos objeto de su Amor. Por eso el Padre no puede dejar de ser misericordioso o de perdonarnos o, en fin, de proveer, para nosotros, lo que mejor nos conviene.
En realidad, como escribe San Josemaría en “Amar a la Iglesia “ (7)
“No tiene límites el Amor de Dios: el mismo San Pablo anuncia que el Salvador Nuestro quiere que todos los hombres se salven y vengan en conocimiento de la verdad (1 Tim II, 4).”
Por eso ha de verse reflejado en nuestra vida y es que (San Josemaría, “Forja”, 500)
“Es tan atrayente y tan sugestivo el Amor de Dios, que su crecimiento en la vida de un cristiano no tiene límites”.
Nos atrae, pues, Dios con su Amor porque lo podemos ver reflejado en nuestra vida, porque nos damos cuenta de que es cierto y porque no se trata de ningún efecto de nuestra imaginación. Dios es Amor y lo es (parafraseando a San Juan cuando escribió – 1Jn 3,1- que somos hijos de Dios, “¡pues lo somos!”) Y eso nos hace agradecer que su bondad, su fidelidad o su magnanimidad estén siempre en acto y nunca en potencia, siempre siendo útiles a nuestros intereses y siempre efectivas en nuestra vida.
Dios, que quiso crear lo que creó y mantenerlo luego, ofrece su mejor realidad, la misma Verdad, a través de su Amor. Y no es algo grandilocuente propio de espíritus inalcanzables sino, al contrario, algo muy sencillo porque es lo esencial en el corazón del Padre. Y lo pone todo a nuestra disposición para que, como hijos, gocemos de los bienes de Quien quiso que fuéramos… y fuimos.
En esta serie vamos, pues a referirnos a las cualidades intrínsecas derivadas del Amor de Dios que son, siempre y además, puestas a disposición de las criaturas que creó a imagen y semejanza suya.
Dios es fiel
Si hay un principio que, derivando del Amor de Dios, pone en claro aquello que es Dios es, sin duda alguna, el cumplimiento de la virtud de la fidelidad.
A lo largo de los siglos desde que el Creador reveló al hombre su nombre y desde el mismo momento en el que el ser creado a su imagen y semejanza creyó en su existencia, el segundo ha actuado como ha actuado y el Primero, Quien lo creó, ha seguido su Plan, previsto desde la eternidad. Y, para ello, ha tenido que mantener su fidelidad al mismo por mucho que, las circunstancias de su creatura, no aconsejasen hacer eso.
El caso es que se puede plantear, alguien desavisado puede hacer eso, que la fidelidad de Dios no es demostrable como si se tratara de algún principio científico o algo así.
Sin embargo, en las Sagradas Escrituras hay pruebas más que suficientes como para creer, de una vez por todas, que Dios es fiel.
Así, por ejemplo,
“Has de saber, pues, que Yahveh tu Dios es el Dios verdadero, el Dios verdadero, el Dios fiel que guarda la alianza y el amor por mil generaciones a los que le aman y guardan sus mandamientos”(Dt 7,9).
“Señor, tu amor llega hasta el cielo, hasta las nubes tu fidelidad” (Sal 35,6; cf. 56,11; 33,4).
“De mi boca sale una sentencia, una palabra irrevocable” (1s 45,23)
en el sentido, exacto, de la fidelidad de su Palabra.
También San Pablo en varias de sus Epístolas nos muestra la perpetua fidelidad de Dios que, además, se nos pone como instrumento espiritual para perseverar en nuestra fe:
1 Cor 10, 13
“No habéis sufrido tentación superior a la medida humana. Y fiel es Dios que no permitirá seáis tentados sobre vuestras fuerzas. Antes bien, con la tentación os dará modo de poderla resistir con éxito”.
1 Tes 5, 24
“Fiel es el que os llama y es él quien lo hará”.
2 Tes 3,3
“Fiel es el Señor; él os afianzará y os guardará del Maligno”.
Y, cómo no, en el último libro de la Santa Biblia, el Apocalipsis (19, 11) se habla de Dios como el “Fiel” y el “Veraz”.
Pero, en realidad, ¿en qué consiste la fidelidad de Dios?
A lo largo de las Sagradas Escrituras, como hemos visto arriba, a Dios se le menta como adalid de la fidelidad. Pues bien, en las mismas Escrituras Santas se ponen ejemplos de qué significa eso.
Así, por ejemplo,
Isaías 49,15
“¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Pues aunque ésas llegasen a olvidar, yo no te olvido.”
Isaías 41,10
“No temas, que contigo estoy yo; no receles, que yo soy tu Dios. Yo te he robustecido y te he ayudado, y te tengo asido con mi diestra justiciera.”

Éxodo 3 ,7-8

”Dijo Yahveh: ‘Bien vista tengo la aflicción de mi pueblo en Egipto, y he escuchado su clamor en presencia de sus opresores; pues ya conozco sus sufrimientos. He bajado para librarle de la mano de los egipcios y para subirle de esta tierra a una tierra buena y espaciosa; a una tierra que mana leche y miel, al país de los cananeos, de los hititas, de los amorreos, de los perizitas, de los jivitas y de los jebuseos.”
Y lo máximo en el sentido de la virtud de la fidelidad que muestra hasta dónde llega Dios entendiendo lo que eso significa lo vemos en el hecho, salvífico y redentor, de haber envidado a su Hijo al mundo
Mt 1, 21.23
“Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados. Todo esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del Señor por medio del profeta: ‘Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel’, que traducido significa: ‘Dios con nosotros’”.
Para, además, concedernos la vida eterna:
Jn 3, 16
“Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna”.

Y, por último, la confirmación de la extrema fidelidad de Dios se recoge en el Evangelio de San Mateo cuando, en un momento determinado dice Cristo (28, 20)

”Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”
Y es que, como recoge San Pablo en la Segunda Epístola a Timoteo (2, 13):
“Si somos infieles, él permanece fiel, pues no puede negarse a sí mismo.”
Dios es fiel porque sólo puede ser fiel y, por tanto, otra cosa ni podemos esperar del Señor y ni, además, ni nos conviene pues si no lo fuera hace mucho tiempo que el ser humano habría dejado de existir.
Gracias, pues, sean dadas, a la santa fidelidad de Dios.
Eleuterio Fernández Guzmán

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