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sábado, 22 de noviembre de 2014

Discusiones eclesiales



En la Iglesia se discute hace dos mil años, pero el Papa garantiza su fidelidad a Dios.

Discuten las comadres y se saben las verdades. ¿¡Y, cuando son los compadres –sacerdotes, obispos o hasta cardenales- quienes discuten?!

El sínodo extraordinario sobre la familia ya anda por ahí, pero aún hay mucha polvareda en el aire. Mucha gente quedó sorprendida al ver a obispos contra obispos, cardenales contradiciendo a cardenales e, incluso, el Papa Francisco animando la discusión, invitando a los padres sinodales a que hablaran con total espontaneidad y libertad. Si, hasta en las familias más unidas, hay fraternales divergencias, ¿¡por qué se escandalizan!? Un padre de familia numerosa disfrutaba viendo a los hijos luchar entre sí porque, decía, ¡era señal de que estaban fuertes y saludables!

Este ejercicio de colegialidad episcopal no es nuevo en la historia bimilenaria del cristianismo. El papa gobierna la Iglesia universal en unión con todos los obispos: cada uno, más allá de la responsabilidad directa sobre parte del rebaño que le es confiada, participa también en la solicitud de Pedro por todas las iglesias. El
ejercicio de esta colegialidad, que el Vaticano II promueve, puede ocurrir por vía de los concilios ecuménicos, con la presencia de todos los obispos, o de los sínodos, en los que sólo participa una representación del episcopado mundial. Tanto el concilio, como el sínodo, actúan siempre bajo la autoridad del Papa (cfr. Código de Direito Canónico, cânones 749, 331-334), que los convoca, preside y refrenda en sus conclusiones. Una decisión conciliar, o sinodal, aunque sea unánime, no sancionada por el Vicario de Cristo, carece de cualquier valor normativo.

¡En la Iglesia se discute… hace dos mil años! De hecho, ya en los primeros años surgieron fuertes controversias, especialmente en relación a la cuestión de las prácticas judaicas, que algunos fieles, procedentes del judaísmo, querían imponer a los gentiles convertidos a la fe de Cristo. “Habiéndose suscitado una gran controversia”, fue necesario reunir, en Jerusalén, el primer concilio que, presidido por Pedro, contó con la presencia, demás de Santiago, Pablo, Bernabé, “otros apóstoles y presbíteros”. Al primer Papa le cupo por fin decidir, contra la facción de los judaizantes, no imponer a los gentiles convertidos la observancia de la ley de Moisés (cfr. Act 15, 6-29) .

Concluido el concilio de Jerusalén, Pablo se propuso hacer un nuevo viaje apostólico con Bernabé, el cual quería llevar con ellos al evangelista Marcos, que los había acompañado en el inicio de la misión anterior, habiendo abandonado después. Por este motivo, Pablo no lo quiso aceptar “y hubo tal desacuerdo entre ellos, que se separaron uno del otro” (cfr. Act 16, 35-40). O sea,: un santo, Pablo, discutió fuerte y desagradable con otro santo, Bernabé, por causa de otro santo, Marcos! ¡Todos santos y, con todo, no se entendían sobre esta cuestión pastoral!

Más aún, en materia de esa naturaleza, pero no doctrinal, también Pedro mereció la corrección fraterna de Pablo, que públicamente le recriminó el hecho de no comer  con los gentiles, por el recelo de los circuncisos (cfr. Gal 2, 11-14). De hecho, el papa, cuando habla de fe o de moral, invocando su máxima autoridad, es infalible, pero no goza de esa prerrogativa en cuestiones de gobierno, como se prueba por el hecho de que Clemente XIV extinguió, en 1773, la Compañía de Jesús que, en 1814, un sucesor suyo, Pío VII, restauro, y a la que, por más señas, pertenece el actual Papa.


Es saludable este ejercicio apasionado del derecho de opinión, porque la Iglesia, que es jerárquica, es también, en la comunión de la fe, un espacio de libertad. Pero las comprensibles divergencias pastorales no pueden afectar a la esencia del mensaje revelado, ni herir la unidad eclesial. Como el Santo padre recordó, cualquier sucesor de Pedro, “dejando de lado cualquier arbitrio personal”, es, “el garante de la obediencia y de la conformidad de la Iglesia con la voluntad de Dios, el evangelio de Cristo y la Tradición de la Iglesia”.

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