viernes, 7 de noviembre de 2014
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¿Es cierto que Martín Lutero murió siendo católico?
¿Es cierto que Martín Lutero murió siendo católico?
Es una pregunta que he escuchado en algunas ocasiones: ¿Se arrepintió
Lutero al final de su vida de haberse apartado de la Iglesia Católica? ¿Expresó
algún deseo de volver a su seno? La verdad no he encontrado ninguna
bibliografía seria (ni católica ni protestante) que narre tal cosa, por el
contrario, todo indica que lamentablemente murió -según sus propias palabras-
reafirmando su odio hacia el Papa y a la Iglesia Católica. Dios haya
tenido piedad de su alma.
Reproduzco para los lectores un extracto de la obra del renombrado
historiador Ricardo García Villoslada, Martín Lutero, Tomo II,
En Lucha contra Roma, donde se narra lo ocurrido durante los últimos
días de su vida.
La víspera de la muerte de Martín Lutero
Poseemos varios relatos de las últimas horas de Martín Lutero,
redactados inmediatamente después de su muerte por testigos presenciales, de
suerte que nos es muy fácil reconstruir la escena final. Tal vez exageraron
tendenciosamente el espíritu de piedad y la continua oración, como si pintaran
la muerte de uno de aquellos santos a quienes tan poca devoción tenía el
Reformador; pero sustancialmente parecen objetivos y exactos.
«Desde el día 29 de enero hasta el 17 de febrero inclusive—leemos en el
relato de J. Jonas y M. Coelius—estuvo en Eisleben conferenciando (con los
condes), y entre tanto predicó cuatro veces; una vez recibió públicamente la
absolución de un sacerdote estando en el altar y dos veces comulgó. En la
segunda de estas comuniones, o sea, el domingo 14, fiesta de San Valentín,
ordenó y consagró dos sacerdotes según el uso de los apóstoles… Todos esos
veintiún días, al anochecer, se levantaba de la mesa de la gran sala (en la
planta baja) para subir a su cámara a eso de las ocho o antes. Y todas las
noches pasaba un rato junto a la ventana, haciendo oración a Dios con tanta
seriedad y diligencia, que nosotros, Dr. Joñas, M. Coelius, Ambrosio, su
sirviente, y Juan Aurifaber Weimariense, que estábamos en silencio, le oíamos
algunas palabras y nos admirábamos. Luego se volvía de la ventana alegremente
como aliviado de un gran peso, y conversaba con nosotros la mitad de un cuarto
de hora; y seguidamente se iba a la cama» (Bericht vom christlichen Abschied…
D. Martini Lutheri: WA 54,488; STRIEDER, Authentische 25-26.).
«Todo el tiempo que estuvimos en Eisleben en estos negocios de los
condes y señores fue normalmente a comer y cenar, y en la mesa comió y bebió
bastante bien, y alabó la comida y la bebida, que tanto le gustaba siendo de su
tierra. También durmió y descansó bastante todas las noches. Su criado
Ambrosio, yo el Dr. Jonas, sus dos hijos menores, Martín y Pablo, juntamente
con uno o dos sirvientes, nos quedábamos con él en su aposento, y, al ir a la cama,
todas las noches le calentábamos los almohadones, según su costumbre» (W.
KAWERAU, Der Briefwechsel des J. Jonas II 177. Carta de Joñas a Juan Federico
de Sajonia escrita el día 18 de febrero «umb vier Hor frue» (STRIEDER, 3))
Es de notar que el aposento era grande; medía, según Grisar, 8 X 2,58
metros. Según Paulus, 7,42 metros de longitud; de anchura, 2,45 metros en un
extremo y 3,75 en el otro. En esta parte más ancha se abría otro aposentillo o
alcoba, reservada a Lutero. El miércoles 17 de febrero ya no intervino en la
pacificación de los condes, porque tanto estos señores como otros amigos,
viéndolo muy fatigado, le rogaron que no viniese más a las reuniones, que se
tenían en la planta baja, sino que se quedase en su habitación descansando. En
efecto, ese día permaneció en su habitación, tendido en un sofá o camilla de
cuero, quitados los calzones, o paseando y orando. Pero al mediodía y a la cena
bajó a la sala grande y se sentó en su silla de siempre. «En la noche del mismo
miércoles, antes de la cena, empezó a quejarse de una opresión en el pecho, no
en el corazón, y pidió que le diéramos friegas con paños calientes, después de
lo cual dijo: ‘La opresión disminuye un poco‘. Para la cena bajó a
la gran sala inferior, porque decía: ‘El estar solo no causa alegría‘.
En la cena comió bastante y estuvo de buen humor, contando chistes»
(KAWERAU, Der Briefwechsel 177; STRIEDER, 4.).
Se habló también de cosas serias, de la vida y de la muerte, y dijo
Lutero que en la vida futura, eterna y bienaventurada, nos reconoceremos los
que aquí fuimos amigos. A la pregunta cómo sería eso, respondió: «Como Adán,
que, sin haber visto antes a Eva, la reconoció en seguida cuando el Señor se la
presentó, pues no le interrogó: ‘ ¿Quién eres?’, sino que dijo: Tú
eres carne de mi carne» (Bericht vom christlichen Abschied: WA
54,489; STRIEDER, 26.). Terminada la cena, se levantó y subió a su aposentillo
(inn sein Stüblin).
«En tus manos encomiendo mi espíritu»
Sigamos oyendo el relato más largo de los testigos presenciales. «Subieron
tras él sus dos hijos, Martín y Pablo, y M. Coelius. Según su costumbre, se
asomó a la ventana de su aposentillo, orando. Se fue Coelius y vino Juan
Aurifaber Weimariense. Entonces dijo el Doctor: ‘Me viene un dolor y
angustia, como antes, en torno al pecho‘. Observó Aurifaber: ‘Cuando
yo era preceptor de los condesitos, vi que, si les dolía el pecho o sentían
cualquier otro mal, la condesa les daba unicornio; si queréis, lo mandaré
traer’.‘Sí’ dijo el Doctor…
»Cuando nosotros subimos, se quejaba de fuerte dolor al pecho.
Inmediatamente empezamos a darle friegas con paños calientes, según
acostumbraba a hacerlo en casa. Sintiendo alivio, dijo: ‘Estoy mejor’.
Vino corriendo el conde Alberto con el maestro Juan (Aurifaber), trayendo
unicornio. Habló el conde: ‘¿Cómo está, querido señor Doctor?’ Respondió
el Doctor: ‘No es necesario, ilustre señor; ya comienzo a estar mejor’.
El mismo conde raspó el unicornio, y, cuando el Doctor sintió mejoría, se
marchó, dejando a uno de sus consejeros, Conrado de Wolfframsdorff, con
nosotros, Dr. Jonas, M. Celio, Juan y Ambrosio. Por deseo del Doctor, se le
administró dos veces polvo de unicornio en una cuchara con vino. A eso de las
nueve se puso en su camilla o sofá (Rugebetlin), diciendo: ‘Si pudiera
dormir media horita, creo que todo iría mejor’. Durmió hora y media suave y
naturalmente hasta las diez… Cuando a las diez en punto se despertó, dijo: ‘
¡Cómo! ¿Estáis aquí todavía? ¿Por qué no os vais a la cama?’ Respondímosle: ‘No,
señor Doctor; ahora tenemos que velar y cuidaros’.Entonces quiso levantarse
y anduvo un poco por la estancia… Al echarse de nuevo en la camilla, que estaba
bien preparada con tablas calientes y almohadones, nos dio a todos la mano y
las buenas noches, diciendo: ‘Doctor Jonas y maestro Coelius y demás, orad
por nuestro Señor y por su Evangelio para que le vaya bien, pues el concilio de
Trento y el miserable papa se embravecen duramente contra él‘. Pasaron
la noche a su lado en su aposento el Dr. Jonas, los dos hijos, Martín y Pablo;
el criado Ambrosio y otros sirvientes…
» Durmió bien con un resoplido natural, hasta que el reloj dio la una.
Despertóse entonces y llamó a su criado Ambrosio, ordenándole que calentase el
aposento… Preguntóle el Dr. Jonas si de nuevo sentía debilidad. Respondió:
‘¡Ay, Señor Dios, qué mal me siento! ¡Ah, querido Dr. Jonas! Pienso
que yo, nacido y bautizado en Eisleben, aquí quedaré’… Entonces él, sin
apoyo ni ayuda de nadie, dio unos pasos por el aposento hasta la camarilla, exclamando
en el umbral: In manus tuas commendo spiritum meum. Redemisti me,
Domine, Deus veritatis» (Ibid., 489-90; 26-28.)
Como la opresión del pecho no cesaba, se acostó en el sofá. Temiendo por
su vida, se mandó aviso—no obstante lo avanzado de la hora—a algunos amigos. A
toda prisa vinieron el secretario de la ciudad, Juan Albrecht, con su mujer y
con dos médicos; poco después, el conde Alberto con su esposa, y el conde y la
condesa de Schwarzburg. Esta última tuvo la precaución de traer ungüentos y otras
medicinas, con las que pensaba poder aliviarlo y fortalecerlo. Jonas y Coelius,
acercándose a la cabecera, le sugirieron: «Reverendo padre, invocad a
vuestro amado Señor Jesucristo, nuestro sumo sacerdote y único mediador». Y
como notaran que tenía la camisa empapada de sudor: «Mucho habéis
sudado, lo cual es bueno; Dios os otorgará la gracia de recobrar la salud».
El replicó: «Mi sudor es el sudor frío de la muerte». Y rezó esta
plegaria, según la transmiten Jonas y Coelius, siempre de acuerdo en todo:
«¡Oh Padre mío celestial, Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Dios
de toda consolación! Yo te agradezco el haberme revelado a tu amado Hijo
Jesucristo, en quien creo, a quien he predicado y confesado, a quien he amado y
alabado, a quien deshonran, persiguen y blasfeman el miserable papa y todos los
impíos. Te ruego, señor mío Jesucristo, que mi alma te sea encomendada. ¡Oh
Padre celestial! Tengo que dejar ya este cuerpo y partir de esta vida, pero sé
cierto que contigo permaneceré eternamente y nadie me arrebatará de tus manos» (Ibid., 491;
28-29.)
Siguió recitando algunos versículos del Evangelio y de los Salmos. Luego
repitió tres veces: Pater, in manus tuas commendo spiritum meum. Redemisti me,
Deus veritatis. Y quedó tranquilo, inmóvil, silencioso. El descanso eterno
¿Conservaba aún el conocimiento? «Lo menearon un poco, lo frotaron, lo
airearon, lo llamaron, pero él cerró los ojos sin responder. La esposa del
conde Alberto y los médicos le frotaron el pulso con toda clase de aguas
confortativas… Estando así tan quieto, le gritaron al oído el Dr. Joñas y el
maestro Coelius: ‘Reverendo padre, ¿queréis morir constante en la
doctrina y en el Cristo que habéis predicado?’ Con voz claramente
perceptible respondió: ‘Sí’. Volvióse entonces hacia el lado
derecho y empezó a dormir, casi un cuarto de hora, tanto que los presentes,
excepto los médicos, esperaban una mejoría…
»Entre tanto llegó el conde Juan Enrique de Schwartzenburg con su
mujer.Pronto la cara del Doctor palideció completamente, la nariz y los pies se
le pusieron fríos, y con una respiración profunda, pero suave, entregó su alma,
con tanta paciencia y serenidad, que no movió un dedo ni meneó la pierna. Y
nadie pudo notar—lo testificamos ante Dios y sobre nuestra conciencia— la menor
inquietud, tortura del cuerpo o temor de la muerte, sino que se durmió pacífica
y suavemente en el Señor, como cantó Simeón» (Ibid., 492; 29).
Era el 18 de febrero de 1546, jueves, a las tres menos cuarto de una
mañana frígidísima66. Martín Lutero había muerto. Aquella mano que había
esgrimido incansablemente la pluma como una espada invencible, caía ahora
lánguidamente sobre su cuerpo yerto. Aquellos labios de elocuencia torrencial
quedaban cerrados para siempre. Aquellos ojos centelleantes se habían apagado,
cubiertos por los grandes párpados. Aquel corazón que tan encendidas hogueras
de odio había alimentado, ya no volvería a latir. La cara—según el dibujo que
poco después le sacó Fortenagel—quedó muy abotagada, con su carnosa sotabarba,
mas no repulsiva .
Afirma Ratzeberger que, terminada la cena del día 17, tomó Lutero en su
mano un poco de tiza y escribió en la pared aquel conocido verso: «En
vida fui tu peste; muerto seré tu muerte, ¡oh papa!» (Pestis
eram vivus, mo riens ero mors tua, papa). Pero Ratzeberger no estaba
presente, y ninguno de los testigos, que narran minuciosamente todo lo sucedido
en aquellas últimas horas, refieren semejante hecho, aunque tanto Jonas como
Coelius muestran conocer ese antiguo verso luterano. Por lo cual debemos pensar
que Ratzeberger se equivocó de tiempo; Lutero no escribió ese verso en Eisleben
poco antes de morir, sino en Altemburg en su viaje de regreso de Coburg, a
principios de octubre de 1530. Verso que en su grave enfermedad de Esmalcalda
(1537) dejó a sus amigos para que lo pusieran en su sepulcro como su mejor
inscripción funeraria (M. RATZEBERGER, Die handschriftliche Geschichte 138).
«Yo muero en odio del malvado (es decir, del papa),
que se alzó por encima de Dios»(«Ego morior in odio des Boswichts, qui
extulit se supra Deum» (Tischr. 3543b III 393).).
Estas palabras las pronunció también en Esmalcalda, pero de igual modo
las podía haber pronunciado en Eisleben a la hora de la muerte, porque no cabe
duda que en su pecho alentó siempre toda la fuerza de su odio inveterado contra
el «anticristo» de Roma.
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Acerca de Diego García
Mi nombre es Diego Fernando García, soy el administrador del Pensamiento Serio.
Soy un lector de filosofía, libros que hablan de pensamiento humano, mi corriente filosófica es: neo-realismo analógico.
Escritor de blog, artículos, creador del proyecto «pensamiento serio» Es un sitio de filosofía sociedad y religión católica. Con recursos como: texto, imagen, audio , vídeo, diapositivas y diferentes formatos adaptados a este espacio.
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