Es sabido que la iniciativa de dar la comunión a los católicos divorciados en una nueva unión es una iniciativa fundamentalmente alemana. Su principal promotor es el Cardenal Kasper y otros obispos alemanes, como el Card. Marx, presidente de la Conferencia Episcopal alemana, Mons. Gebhard Fürst de Stuttgart o Mons. Zollitsch de Friburgo, se han mostrado plenamente de acuerdo con ella. Resalto lo de alemanes porque su nacionalidad tiene bastante que ver con el tema de negar a alguien la comunión.
En Alemania, la Iglesia se financia a través de un sistema peculiar. Los ciudadanos se inscriben públicamente en un registro oficial como pertenecientes a una religión particular o a ninguna y, a la hora de hacer la declaración de Hacienda, tienen que pagar un
impuesto religioso especial y bastante cuantioso (casi un 10% de los impuestos totales), el llamado
Kirchensteuer o “dinero de la Iglesia”, en beneficio de ese grupo religioso. Si uno se declara oficialmente luterano, por ejemplo, paga el impuesto para financiar a la comunión luterana. Lo mismo sucede con los inscritos como católicos, que deben pagar el
Kirchensteuer para la financiación de la Iglesia Católica.
Como consecuencia, las diversas confesiones religiosas en Alemania y, en particular, la Iglesia Católica, disponen de mucho dinero. Gracias al Kirchensteuer, la Iglesia en Alemania recibe cada año una cantidad del orden de los cinco mil millones de euros. En consecuencia, las organizaciones caritativas alemanas, como Adveniat, disponen de muchos fondos y en todos los países de misión se sabe que, para conseguir dinero, conviene acudir a esas organizaciones. Por desgracia, esta abundancia de dinero también tiene efectos perversos, como por ejemplo el aburguesamiento del clero, que vive muy bien, y la burocratización de la Iglesia, con diócesis que tienen un enorme número de funcionarios.
Últimamente, además, el sistema ha demostrado ser autodestructivo, porque los ciudadanos que no tienen religión según los registros oficiales del gobierno simplemente pagan menos impuestos, en lugar de contribuir a algún tipo de fines sociales. Esto hace que muchos alemanes (cientos de miles cada año) decidan dejar de ser oficialmente luteranos, católicos, etc. para ahorrarse así el impuesto religioso.
En los últimos años, las cifras de los que hacen eso han sido tan grandes que, en 2012, los obispos alemanes dictaron un decreto que establecía que los católicos que se hubieran borrado del registro gubernamental alemán de católicos para no pagar el impuesto no podían acceder a la confesión, a la comunión ni a la confirmación, excepto en peligro de muerte. Las protestas contra esta decisión fueron muy grandes, por la apariencia inevitable de que se estaban vendiendo los sacramentos y por la posibilidad de cumplir el mandamiento de ayudar a la Iglesia en sus necesidades a través de aportaciones directas, pero los obispos alemanes no dieron su brazo a torcer.
El sistema alemán es ciertamente extraño a ojos no alemanes y puede resultar escandaloso. Sin embargo, no podemos olvidar que, a lo largo de la historia, ha habido muchas formas de organizar el cumplimiento del mandamiento de “ayudar a la Iglesia en sus necesidades”. En algunas épocas, esto se ha hecho mediante el diezmo obligatorio recogido por el Estado y en otras por aportaciones directas de los fieles a sus parroquias o a otras obras de la Iglesia. También han existido sistemas mixtos, como el español en la actualidad. A mí, el sistema alemán me parece inadecuado y he experimentado personalmente que el exceso de dinero es causa directa de una cierta podredumbre en la Iglesia alemana, pero reconozco que, al menos teóricamente, entra dentro de lo admisible.
En cualquier caso, lo que resulta insoportable a oídos católicos es que, de forma simultánea, los obispos alemanes defiendan la prohibición de comulgar para los que no pagan el impuesto religioso y la posibilidad de comulgar para los que viven en adulterio sin propósito de la enmienda. Parece ser que un mandamiento de la ley de Dios, que por su propia naturaleza es indispensable y que afecta a todos, se considera menos importante que un mandamiento de la Iglesia que, por su propia naturaleza, es dispensable y, sobre todo, admite muchas modalidades de cumplimiento.
¿Cuál es el mensaje que esto envía a los católicos y al mundo? Aparentemente, quepuedes dejar a tu mujer y vivir en adulterio público sin intención de cambiar esa situación, pero no te preocupes que seguirás recibiendo la comunión. Lo único que no puedes hacer, el pecado imperdonable que te apartará de la comunión sin apelación, es dejar de pagar el Kirchensteuer. En otras palabras, que lo verdaderamente importante es el dinero y todo lo demás se puede arreglar. Tristísimo.
Además, lo escandaloso de la propuesta alemana queda aún más claro por el hecho de que esos divorciados, si pueden comulgar como defienden estos obispos, tendrán razones para seguir pagando el Kirchensteuer, motivación que desaparecería si ya no pudieran acceder a la comunión y a la absolución sacramental, porque podrían ahorrarse el impuesto sin temor a las amenazas episcopales. Es decir, la apariencia inevitable es que lo que importa es que esos divorciados sigan pagando el impuesto religioso, aunque sea a costa de mantenerse en pecado grave sin propósito de la enmienda.
Es difícil imaginar algo más lejano de la sencillez y pobreza evangélica que tanto elogia el Papa Francisco. La propuesta de permitir el acceso a la comunión para los católicos divorciados en una nueva unión es errónea, la haga quien la haga, porque contradice el mandato expreso de Cristo y la Tradición de la Iglesia, pero queprecisamente sean los obispos alemanes los hacen esa propuesta es de una desfachatez que no encuentro palabras para calificar.
1Efectivamente, el dinero empobrece espiritualmente a cualquiera, incluída la Iglesia.
ResponderEliminarEs verdad mi amigo.
ResponderEliminarPor este motivo en Pontífice que tenemos habla de pobreza y de justicia.
Gracias por tu comentario.
Romualdo N.