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sábado, 29 de noviembre de 2014

Vergüenza nacional




Los políticos deben tener competencia profesional pero, sobre todo, idoneidad moral. Portugal está estupefacto con el hecho de hallarse detenido el ex primer ministro y  esperar enjuiciamiento en un establecimiento carcelario. Es un caso judicial, que corresponde a las autoridades competentes resolver, pero con una innegable trascendencia histórica y moral.

No obstante de tratarse de la “Operação Marquês’, ni siquiera el de Pombal recibió un tratamiento tal cuando, por la muerte de D. José I, fue cesado y desterrado lejos de la corte.  En la atribulada historia de la República, rica en episodios rocambolescos –hubo un gobierno que, por estar presidido por un homónimo del romanticismo francés, pasó a la historia como los miserables de Victor Hugo…- no consta nada semejante a este episodio. Tanto más bizarro cuanto, aún hace poco, se proponía el nombre del anterior jefe del gobierno para la gran cruz de la Orden de cristo…

Los medios de comunicación social reaccionan al inédito acontecimiento con comprensible excitación. Primero, fueron las cámaras de televisión a registrar imágenes del vehículo que transportaba al ex primer ministro, de momento detenido, inmediatamente después de su llegada a París. Después, las pasajeras imágenes del sospechoso, al llegar y partir, en coche, del campus de la justicia. Por último, su perfil sombrío, entrevisto por las rendijas de una ventana de la alfacinhadomus iustitiae que, por ironía del destino, fue por él mismo inaugurada, cuando presidía el gobierno.

La noticia, insólitamente escandalosa, suscitó comentarios de todo tipo: desde los que lamentaban el espectáculo montado a costa del caso, hasta los profetas de última hora, que ahora dicen que desde siempre imaginaron este infausto despropósito. Muchas fueron las voces que se levantaron para condenar, pero también hubo quien salió en su defensa o, por lo menos, se compadeció de él.

Abundan los análisis forenses, políticos y sociológicos, pero poco se ha dicho del aspecto moral que es, al final, lo esencial. Por eso, la relevancia penal deriva del carácter éticamente probable de los actos supuestamente practicados. Puede alguien, aunque sea una excepción, incurrir en responsabilidad criminal sin culpa moral, especialmente por infringir, inconsciente e involuntariamente, normas vigentes. Con todo, la naturaleza de los hechos ahora apreciados y que, en sede propia, habrá que probar, indican una crasa inmoralidad.

En la literatura cristiana medieval, es recurrente la apelación a la formación moral del príncipe. Maquiavelo subvirtió la moralidad pública cuando la subordinó a razones de eficacia política. Algunos de los estadistas contemporáneos parecen responder a este perfil, sobre todo cuando, despreciando los valores morales, lo reducen todo a la lógica del poder. En nombre del laicismo, se desecharon los principios cristianos, pero estos límites, aunque entendidos como trabas confesionales al ejercicio del poder, eran, al final, la garantía que defendía a la sociedad de la corrupción y de la ambición de los aventureros sin escrúpulos.

El arte de la gobernación debe ser ejercido en pro del bien común y desempeñado por hombres buenos. Sólo quien, en su vida personal y social, prueba su idoneidad moral, debe obtener, por sufragio, la confianza del electorado. Como dice francisco Sá Carneiro, “la política sin riesgo es un aburrimiento y sin ética, una vergüenza”. Es excesivo el rigor puritano de los que, para destruir un posible candidato, son capaces de desenterrar una insignificante veleidad pueril, sucedida mucho tiempo atrás, pero se paga cara la temeridad de elegir, para cargos públicos de gran responsabilidad, a quien no da suficientes pruebas de sabiduría, prudencia y honestidad. No basta calibrar la competencia técnica de los políticos: hay que evaluar principalmente su carácter moral.


Este caso no es sólo un escándalo político, social o mediático. El perjudicialmente probada esta sospecha, será más grave que la deshonra de una persona, de un partido, de una ideología o un régimen. Igualmente los que son ajenos al régimen, la ideología o el partido y la persona en causa, no pueden dejar de sentir esta vergüenza como propia. Desgraciadamente, esta infamia es de todos nosotros, porque mancha en buen nombre de Portugal.

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