La locura de la paciencia
En los sueños casi nunca se espera. En el mundo irreal, los deseos y las
voluntades se concretan de forma casi inmediata. En la vida real, el día a día,
la paciencia es esencial a quien pretende alcanzar algún bien. Tenemos que
tener el coraje de la esperanza, contra el cual pueden siempre poco las
maldades de este mundo y de los otros, así como las angustias y la desesperanza
de nuestro corazón.
Esperar es una especie
de oración. Una creencia que se extiende en el tiempo y se renueva, a veces sin
darnos cuenta. Una construcción gota a gota. Lo que es bueno… se conquista.
Hay un tiempo para todo
y para cada cosa. Para lanzar la simiente, después para esperar, y a continuación
para recoger. Después, esperar un poco más y sembrar. Esperar. Recoger. Esperar.
Sembrar…
La impaciencia hace
imposible la construcción de algo que permanezca más allá de los sueños del
momento. Sólo la esperanza, cuando se alía con la paciencia, construye lo que
permanece.
Nuestra existencia
exige una fe paciente más que fuerza bruta o apasionada
La esperanza es la
esencia de los héroes. Es la fe que nos mantiene orientados, sabiendo siempre
donde nace el sol, portador de la luz que pone fin a la noche y nos despierta. El
naciente.
Es ese rumbo que
determina el significado de nuestra vida y el valor de cada uno de nosotros. Lo
que somos depende de aquello por lo que, en los días y noches de nuestra existencia,
decidimos luchar.
Pero la paciencia,
cuando es puesta a prueba, disminuye. Es pues esencial que sepamos reconstruirla
después de cada combate. Que tendremos esperanza por nosotros mismos es un
excelente principio de la felicidad.
Algunas veces se
confunde esperar con no hacer nada. Pero quien espera ya está realizando,
porque no tiene tiempo, la promesa de su esperanza se cumple en la eternidad.
Muchos son los que
desisten de sí mismos a la primera contrariedad, a la segunda noche o en el
medio de un desierto cualquiera de la vida. Tener esperanza es, muchas veces,
una locura. Implica hacer frente a las evidencias aparentes más allá de todos los
sufrimientos reales.
En la vida hay
primaveras e inviernos, otoños y veranos. Todo pasa… Sólo el amor y la verdad
se renuevan. A ningún hombre le es posible dominar el tiempo y conducirlo como
en los sueños. Somos cogidos por sorpresa, a veces sin darnos cuenta, hasta que
aprendemos que nuestra vida depende mucho más de lo que hacemos nacer en nosotros
que de aquello que creemos merecer.
¡Hay quien tiene miedo
de tener esperanza y hay también quien tiene miedo de no tenerla!
La paciencia, mucho más
que la fuerza, es la esencia de las grandes obras… y la vida de cada uno de
nosotros es una opera prima. La única. Que debe ser trabajada, mantenida y
perfeccionada hasta el último instante.
Hay quien no sabe
sufrir. Hay hasta quien prefiere morir a tener que enfrentarse de forma
paciente a los dolores de una larga agonía cualquiera… Las amarguras de la vida
son parte de ella. La alegría es sólo la mitad de la felicidad. Además porque,
en verdad, nuestra vida es mucho más de lo que parece…
¡No importa cuanto
tiempo vivimos. Lo importante es la amplitud de la existencia, a qué profundidad
y altura decidimos vivir, con que largura y anchura construimos nuestro mundo!
La paciencia y la
esperanza, más que esperar que algo acontezca en el mundo, transforman el
interior de quien las tiene, preparándolo para lo que ha de ser. Para lo que,
en el fondo, ya es. Así sabrá mantenerse firme en la certeza del futuro que
espera y por el cual está dispuesto a sufrir. Al final, ningún flagelo es mayor
que la esperanza de la paciencia más profunda!
Nada en esta vida es
estable. Un breve instante es tiempo suficiente para que lo imposible se haga
real. Para el bien y para el mal.
El amor lo espera todo.
Incluso con poco se vive bien, cuando se espera lo infinito.
¡Cuán cierto es lo que aquí se dice hoy! Es este un entrenamiento de soldado, o más aún, de caballero andante consagrado a la búsqueda de un Ideal, mientras va haciendo el bien por donde quiera que vaya, ayudando al desamparado o necesitado, y agradeciendo los favores que quisieran otorgarle. Yo estoy convencido que estos caballeros existen hoy igualmente, el Ideal nunca muere, y una buena prueba la tenemos en cada crónica; es más, quizá ya se esté produciendo el resurgir de aquel Ideal en nuevos caballeros dispuestos a combatir por un mundo más humano, donde la Justicia sea respetada, y donde los débiles tengan protección y amparo…
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