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sábado, 3 de enero de 2015

¿2015: Um año de revolución para la familia cristiana?

P. Gonçalo Portocarrero de Almada


http://observador.pt/opiniao/2015-um-ano-de-revolucao-para-familia-crista/

Es saludable que la Iglesia sea conservadora en su fe en Cristo, pero progresista en su acción pastoral, que ha de ser cada vez más auténtica y audaz en el anuncio del misterio de la salvación universal.

Con seguridad, los pronósticos son sólo al final del partido, como un avisado futbolista gustaba decir, se puede aventurar que, en 2015, la familia va a dominar la temática eclesial. Por eso, en octubre de este año, tendrá lugar un nuevo sínodo que, teniendo en cuenta lo ya efectuado, así como la encuesta realizada a escala mundial y, más específicamente, a las conferencias episcopales de todo el mundo, deberá relanzar la pastoral familiar católica.

El clima de alguna tensión entre las diversas tendencias teológicas y pastorales en el sínodo pasado aún no está superado y es de creer que tienda a agudizarse con la inminente realización de la última y definitiva asamblea sinodal. Hasta la fecha, todas las afirmaciones no tuvieron otro mérito que no fuese el de relanzar la discusión, pero sin ningún resultado práctico. Pero, el próximo sínodo no podrá quedarse en la mera declaración de intenciones o de principios. Se espera y muy vivamente se desea que concluya con algunas reformas de carácter pastoral, so pena de que la enorme expectativa creada se malogre. Lo que, de verificarse, afectaría negativamente al pontificado de Francisco.

Las divergencias entre las dos principales alas sinodales, son de carácter teórico y práctico. Ambas comparten el mismo entendimiento sobre la esencia de la familia y sobre la sacralidad del matrimonio cristiano. El cardenal Walter Kasper tuvo el mérito de recordar la dolorosa situación de cristianos divorciados y vueltos a casar civilmente y que esperan, de la autoridad eclesial, una actitud de solicitud pastoral. A su vez, el cardenal Edmund Burke, privilegiando un entendimiento más doctrinal de la cuestión, consideró que una eventual agilización de las declaraciones de nulidad de los casamientos canónicos se podría traducir, como recientemente dijo Le Figaro Magazine, en una especie de “divorcio católico”.

Desde el punto de vista práctico, la cuestión es especialmente delicada porque, en ciertas comunidades católicas centroeuropeas, en rebeldía con Roma, ya se admiten divorciados a la comunión o, por lo menos, se tiene por seguro que, en breve, recibirán la deseada autorización para una vida sacramental plena. Si por ventura la exhortación postsinodal no legitimara esta práctica, los fieles que se encuentran en esa difícil situación pueden no acatar el mantenimiento de la actual disciplina, en cuyo caso podrían abandonar formalmente la Iglesia católica.

No deja de ser paradógico que sean las fuerzas llamadas progresistas las que más parecen pugnar por un ejercicio autoritario del poder papal, mientras el episcopado tenido por más conservador entiende que Francisco es su principal triunfo, como guardián que es de la ortodoxia y de la tradición eclesial. Por así decir, el Papa tiene la facultad de mantenerse independiente de las diversas opiniones, que van mucho más allá de la impropia, por demasiado política y simplista, oposición entre progresistas y conservadores. Privilegiando un estilo más pastoral que teológico, es probable que quiera introducir algunas novedades en la actual pastoral de la Iglesia, especialmente en relación a los tres puntos que no obtuvieran los dos tercios de votos sinodales, sino que fueron incluidos en la relación final: los nº 52 y 53, sobre la admisión a la comunión eucarística espiritual, respectivamente, de los divorciados recasados civilmente; y el nº55, en que se hace una referencia a las familias en que haya alguna persona con tendencia homosexual.

Se dice, en la jerga eclesial, que hay algunas cosas que ni el Espíritu santo sabe: cuantas congregaciones femeninas existen en la iglesia, cuanto dinero tienen los franciscanos, o lo que piensa un jesuita… Por muchos que sean los tan meritorios institutos de la vida consagrada, no son ciertamente infinitos y los fondos de los virtuosos seguidores del pobre de Asís, siendo mendicantes, serán siempre escasos. Es mucha, ciertamente, la sabiduría humana y sobrenatural de los religiosos de la venerable Compañía de Jesús, insignes en la evangelización por la cultura y por la ciencia, pero no tanta que se equipare a la omnisciencia divina. Pero, lo que piensa el Papa Francisco… ¡sólo Dios lo sabe!

Probablemente, ni los que entienden que nada debe cambiar, ni los que, por el contrario, quieren alterarlo todo, tienen razón. Es saludable que la iglesia sea conservadora en su fe en Cristo, pero progresista en su acción pastoral, que ha de ser cada vez más auténtica y audaz en el a nuncio del misterio de la salvación
universal. El superior general de la Compañía de Jesús, el padre Adolfo Nicolás, dice que Francisco no lidera sólo una reforma, sino una auténtica “revolución”. Por eso, la tradición eclesial, de que el Papa es el máximo garante, no puede ser entendida como obsoleto inmovilismo, sino como dinámica fidelidad al Espíritu Santo.


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