Por José Luís
Nunes Martins
Mi honra no depende de
la opinión de los otros. Es una cualidad personal que depende sólo de mí. Se
funda en mis acciones y sólo de ellas depende. Puedo honrar a alguien, pero no
puedo contribuir a su honra, sino a través de mi ejemplo.
El mérito que resulta
del ejercicio de las virtudes (y de los deberes) no es algo que obtenga siempre
la estima o la admiración ajena, muchas veces el resultado es precisamente el
opuesto: indiferencia y desprecio. Pocos se llevan bien con quien hace lo que
ellos no hacen, pero debían.
Quien espera el
reconocimiento de la multitud vive en un plano donde nada es lo que parece, ni,
por supuesto, la admiración. Para la multitud, hoy, las apariencias valen mucho
más que la verdad.
A veces, en un contexto
formal, nos referimos a otros utilizando la fórmula Vuestra Excelencia, al mismo
tiempo que la mayoría de nosotros no tiene la menor idea de la verdadera
excelencia de esa persona, de lo que será capaz, si es honrada o… si ya no lo
es.
Es comprensible que
deseemos de ser tenidos en buena estima por nuestros semejantes y por los que
están más próximos, queremos merecer su aprecio y estar a la altura de la
dignidad de su atención. Pero es esencial buscar siempre la honra, nunca las
honras.
Ser responsable pasa
por tener siempre presentes los fundamentos de lo que escogemos ser, las
respuestas a las preguntas sobre el por qué y el para qué de nuestras
decisiones… debemos ser íntegros y consistentes. Aunque eso nos cueste el
sacrificio de la reprobación de las opiniones ajenas.
La honra es la práctica
de la virtud, no es una vanidad. Se trata de algo que se conquista con mucha
dificultad, pero que se puede perder con la mayor de las facilidades. Nos cabe
a cada uno de nosotros construir y velar por su honra. Sabiendo que nuestra
propia existencia es, en sí misma, un premio enorme, que se constituye como un
pilar fundamental de una dignidad que no depende de nadie más. Mantener la
honra de luchar por ser lo mejor que podamos y debamos ser, es más importante
que conquistar las más ilustres glorias mundanas.
A veces la honra
resulta herida. Basta un simple descuido y el daño puede ser trágico… pero, aún
así, cumple a quien la perdió luchar por reconquistarla. Restableciendo lo que
es. Alcanzando lo que pueda. Llegando a ser todo cuanto debe.
La honra de alguien
vale más que cualquier fama. Resulta de la voluntad de ejercer sus talentos y
cumplir el deber de ser virtuoso, en un mundo donde las modas, reglas y premios
no están en consonancia con la verdadera excelencia.
La reputación, las
venias son siempre realidades pasajeras, el mundo las da y las retira, en una
lógica infantil que no es sino un juego de humores superficiales, momentáneos y
sin el menor fundamento profundo.
Nuestra existencia es toda ella un conjunto de
enorme sorpresas, conviene mucho tener la capacidad de comprender que vivimos
en un mundo que nada nos debe…
La actitud correcta
ante la vida es la humildad absoluta… lo que somos y todo cuanto tenemos son
dádivas puras, que nos llegan sin que se espere nada a cambio… ser capaz de disfrutar de ellas, aceptando su
completa temporalidad, es ver la vida a la luz de la verdad.
Que en cada uno de
nuestros días no falte el agradecimiento y la súplica.
En mis noches más
oscuras, que yo no olvide que mi mayor honra es ser quien soy y poder retribuir
la gratuidad de este don de la vida, siendo dádiva para la vida de los otros.
La existencia es una
limosna. Un don inmerecido. Que será sólo para quien lo supiera acoger y
fortificar… con verdad y honra… pero sin garantía ninguna.
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