Transcurría una mañana
soleada en el exterior, y en la oficina
en una tertulia amena que
propiciaba las confidencias, en un ambiente tranquilo,
sin el movimiento de entradas y salidas, ya que hoy habían acudido pocas personas
con necesidades o asuntos pendientes.
Hablábamos de todo,
arreglamos algunos aspectos desagradables del mundo, celebramos la cantidad de
trasplantes de órganos que se llevan a cabo en nuestra generosa España, y poco
a poco fuimos centrándonos en nosotros mismos, comenzando por nuestros animales
de compañía, y siguiendo con nuestras habilidades y aficiones.
El clímax de esta entrañable
mañana lo marcaron las palabras de nuestro amigo N. Un joven que no llega a la
treintena, y llevaba en la calle unos pocos años. Llevaba, porque la semana
pasada consiguió un contrato de trabajo, pequeño pero suficiente para dejar la
calle. Todos nos alegramos con él, y él a cambio nos dio esta respuesta, que marca
el clímax de esta mañana feliz: “Yo le debo mucho a la calle”, ante nuestra
sorpresa siguió dando sus explicaciones: “me ha ayudado a valorar cosas que
realmente importan. He visto los peligros también. Y, siguió, claro que yo no
he caído en la droga, la bebida…”
Pero eso, le digo, es mérito
tuyo, tú has sido dócil y fuerte, dócil a las enseñanzas de la vida y fuerte
para mantenerte lo más limpio posible. Es un chico extraordinario, porque él no
tuvo una infancia en familia y acogedora, él estuvo en un hogar para niños. Todavía
recuerdo un día, cuando él vino por primera vez, y me dijo que había escuchado
lo mismo que yo les decía, en el hogar donde había recibido acogida y formación,
del que guardaba buen recuerdo, pues había aprendido cosas buenas.
Bien, pues llegó en un santiamén
la hora de cerrar y despedirnos.
Pero, no, un rezagado
vino a la oficina a reclamar una carta, y venía un tanto alterado. Salió y
volvió, más alterado aún, al punto de exigirle a voces a la trabajadora que
pidiera esa carta. Él no se atenía a razones y fue subiendo el tono hasta la
amenaza, amenaza que uno de los presentes quiso frenar, pero terminó en una
pelea espantosa. Gracias a que acudió la policía inmediatamente, no hubo que
lamentar daños mayores.
Una mañana feliz que
terminó en un susto, y el susto en una queja, una queja que no es nueva, de vez
en cuando tenemos que lanzar al aire, para ver si alguien con autoridad y
medios la recoge, porque es un problema social de primer orden, y urgente:
¿¡Qué hacemos con las
personas que sufren deficiencia mental, que vagan por las calles, o de albergue
en albergue, provocando situaciones imprevisibles, y poniendo en peligro la
integridad de ellos mismos y la de cualquier persona que se interponga en su
camino, o intente reconducir su desvarío!?
Esta pregunta nace del dolor humano.
ResponderEliminar“¿¡Qué hacemos con las personas que sufren deficiencia mental, que vagan por las calles, o de albergue en albergue, provocando situaciones imprevisibles, y poniendo en peligro la integridad de ellos mismos y la de cualquier persona que se interponga en su camino, o intente reconducir su desvarío!?”
Lo interesante seria buscar una respuesta adecuada desde la «caridad»…