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martes, 13 de enero de 2015

Una feroz tormenta acaba con una mañana primaveral


Transcurría una mañana soleada en el exterior,  y en la oficina en una tertulia amena que
propiciaba las confidencias, en un ambiente tranquilo, sin el movimiento de entradas y salidas, ya que hoy habían acudido pocas personas con necesidades o asuntos pendientes.

Hablábamos de todo, arreglamos algunos aspectos desagradables del mundo, celebramos la cantidad de trasplantes de órganos que se llevan a cabo en nuestra generosa España, y poco a poco fuimos centrándonos en nosotros mismos, comenzando por nuestros animales de compañía, y siguiendo con nuestras habilidades y aficiones.

El clímax de esta entrañable mañana lo marcaron las palabras de nuestro amigo N. Un joven que no llega a la treintena, y llevaba en la calle unos pocos años. Llevaba, porque la semana pasada consiguió un contrato de trabajo, pequeño pero suficiente para dejar la calle. Todos nos alegramos con él, y él a cambio nos dio esta respuesta, que marca el clímax de esta mañana feliz: “Yo le debo mucho a la calle”, ante nuestra sorpresa siguió dando sus explicaciones: “me ha ayudado a valorar cosas que realmente importan. He visto los peligros también. Y, siguió, claro que yo no he caído en la droga, la bebida…”

Pero eso, le digo, es mérito tuyo, tú has sido dócil y fuerte, dócil a las enseñanzas de la vida y fuerte para mantenerte lo más limpio posible. Es un chico extraordinario, porque él no tuvo una infancia en familia y acogedora, él estuvo en un hogar para niños. Todavía recuerdo un día, cuando él vino por primera vez, y me dijo que había escuchado lo mismo que yo les decía, en el hogar donde había recibido acogida y formación, del que guardaba buen recuerdo, pues había aprendido cosas buenas.

Bien, pues llegó en un santiamén la hora de cerrar y despedirnos.

Pero, no, un rezagado vino a la oficina a reclamar una carta, y venía un tanto alterado. Salió y volvió, más alterado aún, al punto de exigirle a voces a la trabajadora que pidiera esa carta. Él no se atenía a razones y fue subiendo el tono hasta la amenaza, amenaza que uno de los presentes quiso frenar, pero terminó en una pelea espantosa. Gracias a que acudió la policía inmediatamente, no hubo que lamentar daños mayores.

Una mañana feliz que terminó en un susto, y el susto en una queja, una queja que no es nueva, de vez en cuando tenemos que lanzar al aire, para ver si alguien con autoridad y medios la recoge, porque es un problema social de primer orden, y urgente:

¿¡Qué hacemos con las personas que sufren deficiencia mental, que vagan por las calles, o de albergue en albergue, provocando situaciones imprevisibles, y poniendo en peligro la integridad de ellos mismos y la de cualquier persona que se interponga en su camino, o intente reconducir su desvarío!?

1 comentario:

  1. Esta pregunta nace del dolor humano.

    “¿¡Qué hacemos con las personas que sufren deficiencia mental, que vagan por las calles, o de albergue en albergue, provocando situaciones imprevisibles, y poniendo en peligro la integridad de ellos mismos y la de cualquier persona que se interponga en su camino, o intente reconducir su desvarío!?”

    Lo interesante seria buscar una respuesta adecuada desde la «caridad»…

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Espero comentarios adjuntos en alguna de las entradas de mi página web, preguntas cortas e interesantes, en el formulario de este portal o por correo electrónico. Las interpretaciones que se den a esta exposición: clara, concisa, profunda y precisa no es responsabilidad de Diego García; sino de la persona que escribe la critica positiva o negativa, no se responde por daños o perjuicios que se causaran por dichas notas.

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