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miércoles, 4 de febrero de 2015

Dominico responde a sacerdote jesuita que justifica aborto

El P. Carlos Novoa, jesuita colombiano, probablemente gusta de la polémica. Quizás cree que generar discusión es un modo de hacerse visible, o de hacer visible lo que él piensa, o de obtener cierta relevancia para la palabra de la Iglesia, y el Evangelio, como él los entiende. O quizás cree que los medios de comunicación pueden y deben divulgar otras versiones de ser Iglesia, de modo que, por ejemplo, no se la asocie con un patrón retrógrado y desueto de cultura, o con la clase dominante, o con un partido político, que en el caso de Colombia se traduce así: “No se piense que la Iglesia se asocia con el modelo típico del partido conservador.”

Es que sucede que este partido, el conservador, ha propuesto la penalización del aborto voluntario en todos los casos, revirtiendo efectivamente la normativa actual pero sólo reciente en Colombia, según la cual se considera legal abortar en ciertos casos, como por ejemplo, si el embarazo es fruto de una violación. La iniciativa del partido conservador fue apoyada por distintos sectores políticos de variadas procedencias, pero finalmente no pasó, fue archivado, y en ese contexto el periódico EL ESPECTADOR, segundo de mayor circulación en Colombia, y decano de la prensa no eclesiástica, entrevistó al P. Carlos Novoa, S.J., vinculado desde hace muchos años a distintos cargos académicos y directivos de la Universidad Javeriana en Bogotá.

Tengo al P. Novoa por persona inteligente y brillante, por lo cual no creo que no se diera cuenta de hacia dónde iban las preguntas que la periodista le dirigía según predecible libreto. Y por ello veo esta entrevista como una oportunidad miserablemente perdida para llevar a mucha gente el verdadero pensamiento de la Iglesia. Novoa ha desperdiciado ese areópago y en cambio ha dejado en el aire numerosas dudas o incongruencias con la fe que profesamos los católicos. Me imagino que cierto tipo de prensa sabe a quién entrevista para crear polémica, ganar lectores y de paso dar una que otra bofetada a la Iglesia. Por contraste, a un verdadero jesuita, que los hay, no lo entrevistará esta clase de prensa. Porque hay que saber que los jesuitas fueron fundados para defender y hacer avanzar la obra de evangelización de la Iglesia pero las cosas se presentan de tal modo que la obediencia que ellos dicen tener al Papa se convierte en contradecirlo para mejor servirlo; y la manera de muchos de ellos de propagar el Evangelio es primero acomodarlo a lo que los oídos del mundo quieren oír, para después decir que los obispos no saben o no quieren difundir lo que ellos sí difunden, llegando al extremo ridículo de creer que sirven a la Iglesia en el proceso de destruir la fe de mucha gente a la que iban a ayudar a madurar.
Digo esto con claridad y con amor, porque debo mucho a la Compañía de Jesús, y porque he tratado a verdaderos discípulos de Ignacio de Loyola, de modo que mi conclusión primera es que debemos orar mucho pues es evidente que el demonio se ensaña contra la Orden Religiosa más numerosa y en cierto modo más poderosa. ¿Se imaginan ustedes cómo sería la situación de diversa, si contáramos con jesuitas fieles a la Iglesia, no para creer que tienen el derecho de corregirla sino para escucharla y servirla con el ardor propio de los valientes guerreros, soldados de la causa del Evangelio? Sí hay unos cuantos muy buenos, que son doctos y santos, y que ponen todas sus notables capacidades a disposición de Jesucristo; otros, lamentablemente, parecen confundir relevancia con eficacia del Evangelio, así como también confunden acercar la fe a la gente con cambiar la fe para que parezca que más gente la acepta.

Pero vayamos a la entrevista–una oportunidad miserablemente perdida.

Pregunta la periodista Cecilia Orozco Tascón (COT): ¿Los deberes éticos que nacen de la teología se le pueden imponer a una sociedad entera? Su segunda pregunta es: ¿Se puede violentar la conciencia de otros con el argumento de que priman las creencias religiosas del grupo más numeroso o el más poderoso?
A ver, P. Carlos: no se necesita ser demasiado brillante para saber hacia dónde va esta mujer. La premisa de la que ella está partiendo es que los argumentos contra el aborto son puramente religiosos, y que hay un grupo en la sociedad (los católicos) que pretenden imponer a todos, sobre la base de su fe religiosa, una ley que afectará a todos, creyentes o no. Ese es el punto de partida de ella. ¿Cómo había que responderle? En primer lugar denunciando el juego de ella con palabras como estas:Cecilia, usted parece asumir que toda la argumentación en contra del aborto es religiosa. ¿Sobre qué base cree usted eso? O si usted no piensa eso, Cecilia, no use el verbo “imponer.”
Pero Novoa quiere abrir un espacio distinto de conversación. Afirma que “estamos cargando las tintas donde no hay que cargarlas.” Y explica su punto de vista así:
el problema del aborto no se soluciona con la prohibición ni encarcelando a nadie. No podemos manejar de cualquier manera lo que implica ese drama, ni podemos asimilarlo a un homicidio que se comete con premeditación y alevosía. Ese planteamiento no tiene presentación desde la óptica de la ética teológica, de la ética filosófica o de la jurisprudencia, porque en la mayoría absoluta de los casos el aborto es un drama que se presenta cuando las mujeres se quedan sin otra alternativa.
Oportunidad miserablemente perdida. Analicemos lo que dice Novoa:
1.   El aborto no se soluciona con la cárcel. (¡Pero nadie ha dicho que la cárcel sea “la” solución! La cárcel tampoco es la solución para el secuestro, pero ¿hay entonces que evitar encarcelar a los secuestradores porque la cárcel no arregla el secuestro? Bien se sabe que todo crimen trae consigo un aspecto punitivo junto a otros, por ejemplo: profiláctico o educativo. A partir de este punto uno siente que el entrevistado ha perdido el Norte).

2.   No se puede asimilar el aborto a un homicidio. (Sucede que la Iglesia enseña con claridad que la eliminación voluntaria de un ser humano es un homicidio. Uno ve que este sacerdote no está enseñando lo que creemos los católicos. por ejemplo el Catecismo, n. 2274 dice: “Puesto que debe ser tratado como una persona desde la concepción, el embrión deberá ser defendido en su integridad, cuidado y atendido médicamente en la medida de lo posible, como todo otro ser humano.” El n. 2268 define como homicidio voluntario exactamente lo que todos entendemos: supresión de la vida. El aborto es un homicidio, P. Carlos Novoa. Tu misión como servidor de Cristo no es halagar los oídos o los ojos de nadie, sino los de Aquel a quien escogiste servir.)

3.   El aborto es un drama. (Estamos de acuerdo. Y es dramático que una mujer, por su culpa o la de otros, llegue a considerar el ser humano vivo que lleva en las entrañas. Luego la solución es apoyar a esa mujer para que no mate a ese ser y no se despedace psicológicamente a sí misma.)

Novoa cita después a Juan Pablo II, que en el n. 17 de Evangelium Vitae habla del drama que suele acompañar a las opciones contra la vida. Bien dice el Papa que la situación interior de quien toma una decisión de ese tamaño suele ser dura en grado sumo y que ello atenúa responsabilidades. Estamos de acuerdo todos: la responsabilidad del sujeto puede atenuarse notablemente en medio de las circunstancias a veces espantosas por las que está pasando. Pero ese principio de hermenéutica jurídica no elimina la necesidad de la ley sino que invita a la prudencia del juez, que en este caso, lo mismo que en todo crimen, debe sopesar las circunstancias de cada implicado. Lo correcto no es dejar sin castigo el aborto, nivelando por lo bajo la responsabilidad, sino castigar durísimamente semejante crimen, aunque teniendo presente que en algunos casos la responsabilidad pueda ser menor. Oportunidad miserablemente perdida para haberle aclarado eso a millones de potenciales lectores. Sobre todo por un hecho: al expresarse como lo ha hecho, el P. Carlos Novoa deja también sin castigo a los médicos abortistas y en general a los que se lucran de esa industria infame de muerte.

A partir de ese punto en la entrevista, COT lleva con confianza el agua a su molino. Una vez que ha quedado “claro” que el aborto no es un homicidio y que además no debe ser penalizado, la única pregunta lógica es la que ella hace, y que debe ser traducida así: “Según todo eso, ¿cómo se le pudo ocurrir a alguien proponer de nuevo la penalización del aborto voluntario?” La periodista, croe yo, logró todo lo que quiso: desacreditar al Procurador General, desacreditar la propuesta, mostrar que en ningún caso podría ser vinculante, y sobr todo: llevar al entrevistado a contradicciones como la siguiente:
Un absoluto ético es aquel horizonte contra el cual yo no puedo actuar jamás. Los absolutos éticos en el consenso mínimo universal son la base de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, Personales y Sociales de 1948: la dignidad de la persona humana y la solidaridad. Nadie puede actuar en contra de esos absolutos. En cuanto a la vida humana, debo protegerla, pero hay ciertos momentos en que puedo actuar contra ella.
Hablando así, Novoa deja claras varias cosas:
1.   La ONU es la que determina los “absolutos éticos.” Es decir, mejor prepararnos para el absoluto ético de la permisividad frente al homosexualismo, los llamados derechos reproductivos, la corrupción de las mentes de los niños a través de una supuesta “educación sexual” que ya ha mostrado por dónde va, y un largo etcétera. Y preparémonos para recibir el ataque, bajo acusación de “intolerancia” por no decirle “amén” a esa agenda.

2.   Es un absoluto ético la dignidad de la persona humana. Pero en cambio NO es un absoluto ético respetar al embrión ni al feto. Luego, ni el embrión ni el feto tienen estatuto de personas humanas.

3.   Hay que proteger la vida pero también actuar contra ella, incluso si se trata de vida inocente.

No estoy seguro de que en sus mejores sueños la periodista hubiera deseado más “ganancia.” En cuanto a la fe católica, pues, ya se sabe lo que diré: fue una oportunidad miserablemente perdida. Los últimos comentarios de Novoa, ya sin ayuda de la periodista, muestran que para él cabe exhibir para escarnio al católico incoherente. No parece interesarle mostrar al católico que vive su fe, la ora, la practica, la defiende en público.

Pido a Dios que no vuelva a verse semejante cuadro deplorable, remedo de conversación, en que perdió tan tristemente la fe y también la misma razón, obligada a retorcerse para encontrar donde justificar lo injustificable.



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