Casi todos carecemos de una vida mejor… por eso buscamos nuevas y mejores
formas de lidiar con el mundo, a la búsqueda de la felicidad que creemos
merecer.
Necesitamos tanto de
pan como de una vida buena. No siempre luchamos por ambas con la misma fuerza. Algunos
se conforman y desisten de su felicidad. Esta hambre, que no cesa, corroe aún más
el interior de los que la ignoran.
Somos el reflejo directo
de aquello de lo que nos alimentamos.
Esta hambre buena de un
mundo mejor ha de llevarnos a dar de comer
quien tiene hambre, viviendo la caridad de una forma tan concreta como eficaz, tan humana como divina.
El hambre es un
problema grave, a la espera de solución… a pesar de que ya estemos en el siglo
XXI. ¿Cuánta riqueza fue, es y será resultado de condenar al hambre a otros? Se
trata de una violencia silenciosa que se basa en la indiferencia. Un muro de
silencio y oscuridad… que levantan los que escogen fingir.
Tal vez el hambre de
amor verdadero sea una de las causas de este lento holocausto. Lleva a algunos
a intentar saciar su hambre de felicidad con bienes materiales y no miran los
medios para alcanzar eso que creen que les satisfará. Y tienen castillos con
veinte cuartos donde su soledad es mayor que en cualquier otro lugar. Tiene
muchas camas, pero no tiene paz ni sueño alguno. ¡Tiene de todo!¡Sólo le falta…
lo esencial!
¿Cómo puede alguien ser
feliz sin solidaridad ni comunión?¿Tendrá paz y conseguirá sonreír de espaldas
al mundo?¿A dónde mirará?
Dejar de comer esto o
aquello, al contrario de entristecernos, puede ser que en cierta forma nos
permita comprender que somos capaces de dominarnos, que no tenemos que ser esclavos
de nuestros apetitos más inoportunos, que podemos ser mucho más que un simple
cuerpo que alcanza la satisfacción de sus necesidades.
¿Qué es esencial en
nuestra vida?¿Qué no lo es?¿Por qué razón perdemos nuestro tiempo y nuestras
fuerzas con lo que no lo es? A algunos les basta una hora o dos sin comer para comenzar a valorar los
alimentos que tiene a su disposición y que cree, la inmensa mayoría del tiempo,
que son insignificantes y sin valor.
Hay quien –se imagina-
llega a medir su riqueza por la capacidad que tiene de generar desperdicios…
Claro, cuántas veces sólo
nos damos cuenta del valor de algo después de perderlo… o quedar privado de él,
aunque sea de forma temporal.
Más que una persona
aislada, cada uno es miembro de una comunidad. Nuestra responsabilidad va mucho
más allá de garantizar nuestra subsistencia individual. Importa saber y sentir
que somos parte de diversas familias… siendo la mayor de todas la humanidad. Tenemos
obligaciones en cada una de ellas. Unos las asumen, otros no… como en cualquier
familia.
Cuando mi existencia
significa aliento y alimento para otra persona, estaré en el camino acertado…
rumbo a lo mejor del mundo y a lo mejor de mí.
Es el egoísmo de unos
lo que condena al hambre a otros. Basta que nos demos cuenta de que sólo es propiamente
nuestro aquello que hubiéramos sido capaces de dar…
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