1.1 La primera
lectura nos presenta la imagen viva de la eficacia de la Palabra, de la cual
dice Dios: "no volverá a mí sin resultado". Acerquémonos a esta
imagen y descubramos su sabor y su fuerza nutritiva.
1.2 Nieve y lluvia
"bajan del cielo". Pertenecen al ámbito de aquello que el hombre no
domina. Son un regalo. Así es también la Palabra.
1.3 Hay que
"empapar" la tierra para fecundarla. Así también la Palabra hace su
obra "empapándonos", es decir: colmándonos interiormente,
penetrándonos, llenando nuestros vacíos interiores. Cuando esto permitimos a la
Palabra nos fecunda y hace dar fruto.
1.4 Lluvia y nieve
"vuelven" al cielo. Así también la Palabra: a nosotros llega y de
nosotros sale. Viene sola pero no retorna sola, pues ha hecho posible el
milagro del pan y de la semilla. La Palabra llega del cielo como enseñanza y
vuelve al cielo como plegaria y como alabanza. En nuestras súplicas de hijos y
en nuestra gratitud de redimidos habla la Palabra con la fuerza de sus frutos.
2. La perfecta oración.
2.1 El catecismo de
Juan Pablo II nos ofrece una preciosa reflexión sobre el Padrenuestro.
Escuchemos textos tomados de los números 2765 a 2772.
2.2 La oración al
Padre nos la enseñó y nos la dio el Señor Jesús. Esta oración que nos viene de
Jesús es verdaderamente única; es la oración "del Señor". Por una
parte, en efecto, por las palabras de esta oración el Hijo único nos da las
palabras que el Padre le ha dado: El es el Maestro de nuestra oración. Por otra
parte, como Verbo encarnado, conoce en su corazón de hombre las necesidades de
sus hermanos y hermanas los hombres, y nos las revela: es el Modelo de nuestra
oración.
2.3 Pero Jesús no nos
deja una fórmula para repetirla de modo mecánico. Como en toda oración vocal,
el Espíritu Santo, a través de la Palabra de Dios, enseña a los hijos de Dios a
hablar con su Padre. Jesús no sólo nos enseña las palabras de la oración
filial, sino que nos da también el Espíritu por el que éstas se hacen en
nosotros "espíritu y vida" (Jn 6,63). Más todavía: la prueba y la
posibilidad de nuestra oración filial es que el Padre "ha enviado a
nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre!" (Ga
4,6). Ya que nuestra oración interpreta nuestros deseos ante Dios, es también
"el que escruta los corazones", el Padre, quien "conoce cuál es
la aspiración del Espíritu, y que su intercesión en favor de los santos es
según Dios" (Rm 8,27 ). La oración al Padre se inserta en la misión
misteriosa del Hijo y del Espíritu.
2.4 Este don
indisociable de las palabras del Señor y del Espíritu Santo que les da vida en
el corazón de los creyentes ha sido recibido y vivido por la Iglesia desde los
comienzos. Las primeras comunidades recitan la Oración del Señor "tres
veces al día", en lugar de las Dieciocho Bendiciones de la piedad judía.
Según la Tradición apostólica, la Oración del Señor está arraigada
esencialmente en la oración litúrgica. En todas las tradiciones litúrgicas, la
Oración del Señor es parte integrante de las principales Horas del Oficio
divino. Este carácter eclesial aparece con evidencia, sobre todo, en los tres
sacramentos de la iniciación cristiana.
2.5 En la Liturgia
eucarística, la Oración del Señor aparece como la oración de toda la Iglesia.
Allí se revela su sentido pleno y su eficacia. Situada entre la Anáfora
(Oración eucarística) y la liturgia de la Comunión, recapitula, por una parte,
todas las peticiones e intercesiones expresadas en el movimiento de la
epíclesis, y, por otra parte, llama a la puerta del Festín del Reino que la
comunión sacramental va a anticipar.
2.6 En la Eucaristía,
la Oración del Señor manifiesta también el carácter escatológico de sus
peticiones. Es la oración propia de los "últimos tiempos", tiempos de
salvación que han comenzado con la efusión del Espíritu Santo y que terminarán
con la Vuelta del Señor. Las peticiones al Padre, a diferencia de las oraciones
de la Antigua Alianza, se apoyan en el misterio de salvación ya realizado, de
una vez por todas, en Cristo crucificado y resucitado.
2.7 De esta fe inquebrantable brota la esperanza que suscita cada una de
las siete peticiones. Estas expresan los gemidos del tiempo presente, este
tiempo de paciencia y de espera durante el cual "aún no se ha manifestado
lo que seremos" (1Jn 3,2). La Eucaristía y el Padre Nuestro están
orientados hacia la venida del Señor, "¡hasta que venga!" (1Co 11,26
).
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