14 de fevereiro de 2015
¿D quién es la culpa
cuando se está solo? ¿De quien está sin nadie o de los que no se aproximan a él?
Será fácil decir que son todos y, más fácil aún, que es sólo de quien se aísla
y cierra la puerta. Difícil es así mismo asumir esa culpa.
Hoy el respeto por el
espacio del otro sirve de disculpa a la falta de buena voluntad. Es necesario
invertir mucho tiempo y cuidado, ya que estas puertas no se pueden echar abajo.
Es preciso sensibilidad e inteligencia para saber el momento cierto de abatir
la puerta… y, después, esperar. Sin prisas. A veces, mucho tiempo…
La soldad forzada es la
tierra de los miedos, que crecen fuertes y de manera desordenada, destruyendo
las esperanzas. Hay incluso quien, de este modo, se cree despedido de su propio
futuro. En este silencio frío, una palabra, una sonrisa, un simple gesto de
simpatía pueden significar un alivio de la carga y hasta invertir la espiral de
violencia contra sí mismo. En las soledades perdidas, la fragilidad humana y la
dependencia de afectos son mucho mayores.
Para quien está solo y
mira al mundo desde las lágrimas, los días son noches sin fin. Las puertas se
cierran, muchas veces, sólo para que no entre más mal. Para alejar a los que
creen que con un toque de magia todo se convierte en un paraíso. Son los
peores. No quieren siquiera percibir… que la paciencia envuelve la resistencia en
un sufrimiento constante, que tener esperanza en la angustia es casi imposible…
que oír a alguien decir siempre que la culpa de la oscuridad es sólo nuestra
duele mucho… demasiado… Flagelo sobre flagelo, porque, en verdad, no sólo es
nuestra, es reducir todo a una sola causa y no tener el respeto y la humildad
de querer saber lo que doy a quien está solo. Si la solución fuese simple y
dependiese sólo de nosotros ya no estaríamos sufriendo.
No estamos solos.
Podemos estar solos, pero nuestra esencia necesita del otro. De alguien.
Necesitamos compartir lo que somos y lo que son otros. Quien se cierra en sí
mismo por creerse en un plano diferente de aquel donde están los otros, se
condena a una pobreza de espíritu. Quien abandona a los otros por miedo a sus
dolores, se aparta de la felicidad.
Es precio derribar los
muros entre el otro y yo. Todos. Llamar a las puertas de los que están encerrados, escondiendo y conteniendo
mil sufrimientos. Con paz, paciencia y atención, pedir ayuda cuando no somos
capaces. Procurando mirar, las manos y los hombros de quien nos puede ayudar a
cargar nuestra cruz…
¡Que nadie condene a
nadie a la soledad! Nunca como hoy hubo anta gente aislada. Triste y agraviada
por un mundo que se cree a sí mismo confortable y en buen camino… llevar calor
a quien se siente infeliz es tan difícil como importante. Para el otro y para mí
mismo. Ser quien soy pasa por ir al encuentro del otro. Al fortalecer su corazón
vacío, estoy creando un mundo mejor para él y para mí. Si alguien puede hacer
todo solo, la verdad es que si cada uno hiciera lo que le es posible… todo
puede ser hecho!
Es esencial que yo sea
capaz de salir de mí mismo, poniéndome detrás, con humildad, reconocer que el
otro puede tener problemas más serios que los míos, e ir allá, donde él está,
donde él tiene los dolores, respetándolo, garantizándole que no está solo… mostrándole
que sus sufrimientos pueden ser indiferentes para el mundo, peo no para mí.
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