Hacen falta hippies de Dios que, con el
testimonio de su llamativa entrega y desprecio de los bienes materiales,
recuerden la fugacidad del mundo y de sus engañosas seducciones.
¿Qué diría de un joven
de buena familia, un poco afrancesado, que en plena ciudad se desnuda totalmente,
se viste de andrajos, se retira a las ruinas de una capilla y habla con los
animales, las plantas, e incluso con los astros, como si fuesen sus hermanos?
Pues bien, aunque tal vez el sentido común nos obligase a considerarlo un loco,
la Iglesia lo declaró santo y lo colocó en los altares. Se llama Francisco de
Asís y millares de hombres y mujeres de todo el mundo lo siguieron y lo siguen,
haciendo propia su locura de amar a Dios, a los hombres y a la vida en total pobreza,
despreciando las riquezas materiales, los poderes y las honras mundanas e,
incluso, la sabiduría de este mundo.
El Papa Francisco,
jesuita, que no en vano optó por ser homónimo del santo de Asís, dedicó el año 2015 a los religiosos, o
sea, a cuantos siguen a Cristo por la profesión de los votos de pobreza,
castidad y obediencia, como aquel otro Francisco, Benito, Domingo de Guzmán,
Ignacio de Loyola, Teresa de Calcuta, etc. Algunos, lo hacen en el aislamiento
del claustro, como los cartujos y los carmelitas descalzos; otros, como los salesianos,
a través del apostolado de la enseñanza, o, como los jesuitas, a través de la
defensa de la fe y de la promoción de la justicia por el diálogo cultural e
interreligioso; otros todavía a través del servicio a los más necesitados y
enfermos, como las hermanitas de los pobres o las misioneras de la caridad.
Pero todos con la misma radicalidad evangélica.
Viene de los primeros
siglos del cristianismo esta forma peculiar de vivir la fe. Cuando la iglesia
dejó de ser perseguida y se tornó más remota la hipótesis del martirio, algunos
cristianos, para huir del aburguesamiento en que muchos creyentes caerían, sintieron
la necesidad de abandonar la vida familiar y social, o sea, el mundo. Pasaron
entonces a vivir en lugares desérticos, entregados a la contemplación y la
penitencia. Como, viviendo solos, no era posible su supervivencia, se
constituyeron en comunidades de vida religiosa, según una regla aprobada por la
autoridad eclesial.
El mundo tiene
dificultad en comprender a estas mujeres y hombres, en general jóvenes, que
dejan todo para dedicarse sólo a la contemplación y a la expiación. Su vida
parece irracional, y masoquista su sacrificio. Recluidos en clausura, muchos
creen inútil su existencia, que consideran apagada y silenciosa. Y, con todo, esta
experiencia de desprecio del mundo, y afirmación radical del amor, no es
exclusiva de la religión católica, ni de sus órdenes religiosas. También hubo
personas que, aunque formalmente ateas o
agnósticas, siguieron, de algún modo, el mismo camino: los hippies!
¿Quién no recuerda
aquellos jóvenes de largas cabelleras y guitarras en ristre que, allá por los
años 60 y 70 del siglo pasado, despreciaban las leyes y las convenciones sociales
dominantes, para vivir apartados, en comunidades de amor libre? Hubo entonces
quien se sorprendió con sus bizarras vestimentas, sus cabelleras y mechones de
colores, olvidando que los hábitos y las tonsuras de los frailes mendicantes no
eran, entonces o ahora, menos insólitos. Unos, los hippies, se entregaban a la extravagancia
en nombre de un amor anónimo, en general egoísta e inútil; otros, los
religiosos, lo hacen en nombre del amor que es alguien, Dios y el prójimo.
Para un rico
comerciante del siglo XII, como el padre de Francisco de Asís, no podía dejar
de ser escandalosa la opción radical de quien deja todo para hacerse pobre con
los pobres y predicar la libertad suprema de no tener nada como propio, para así
poder amar mejor a todos. Pero, para un industrial norteamericano de mediados
del siglo XX, no sería menos chocante que un hijo suyo, prometedor corredor de
bolsa, novio de una bien dotada niña de sociedad, de un día para otro dejase
todo, para juntarse a un grupo de estrafalarios que viven comunitariamente en
un cuchitril cualquiera, felices por celebrar el amor. En común, la radicalidad
del estilo de vida, si bien los diferencia el alcance del amor del que, cada
cual a su modo, es devoto.
El mundo y la Iglesia
necesitan ejemplos vivos del Evangelio, según el carisma de la vida religiosa. Hacen
falta hippies de Dios que, con el testimonio de su llamativa entrega y desprecio
de los bienes materiales, recuerden la fugacidad del mundo y de sus engañosas
seducciones. Es preciso que, por las calles de nuestras ciudades, se vean de
nuevo hombres descalzos por pobreza voluntaria, hermanas de hábitos rozagantes,
que sean anuncio escatológico de eternidad y desprecio de la futilidad mundana.
Sobre todo, hacen falta almas apasionadas y felices que, por su consagración
religiosa, sean una expresión viva de la plenitud del amor de Dios.
Es verdad amigo.
ResponderEliminarEl mundo y la Iglesia necesitan ejemplos vivos del Evangelio
Nacimiento de Nacho –Pesebre en Abra Pampa-Jujuy-Argentina
ResponderEliminarNació en una cueva de montaña. Rodeado de llamas, burritos y ovejas. Llegaron los comuneros y capitanejas, de todas partes. Le regalaron al niño oro, plata, incienso y hojas de coca. Comenzaron a venerarlo como el profecía, mas lleno de gracia y amor. Es quien dará esperanza y futuro. Le cantaron villancicos con quenas y sicus. Mas tarde llegó el mensajero de la paz y anunció: “Levántate; toma al niño y a su madre, y huye a las altas montañas. Quédate allá hasta que yo te diga, porque el poderosos va a buscar al niño para matarlo.” Llegaron y comenzaron a contaminar con plomo a todos los niños, en un envenenamiento agresivo y psicológicamente mortal. Tanto que los niños se convirtieron en groseros, drogadictos, malhechores y desamparados. Luego, más tarde, el elegido predicaba: “Perdona a tus enemigos porque perdonar es la clave de nuestra felicidad. La mente que no perdona es nuestro principal obstáculo” Mas, el desleal le entrego al poderoso, ambicioso de las riquezas que hay en las montañas del lugar. El escogido apareció crucificado en la misma montaña contaminante y dijo: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen." Presidente de la patria, ahí tienes a tu hijo. "¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?"