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domingo, 1 de marzo de 2015

La deuda cristiana con Grecia



Si la herencia cristiana sitúa el mensaje cristiano en el contexto de la historia de un pueblo, el pensamiento helénico prepara el espíritu humano para la comprensión de la doctrina de Cristo como verdadero conocimiento.

Son cuatro las razones de mi deuda para con Grecia. Le debo, en primer lugar, una hermana gemela que, siendo Helena, es ‘griega’, como su nombre indica. En segundo lugar, debo a Aristóteles su dialéctica, tema de mi disertación académica. Le debo también, en tercer lugar, a la capital griega el año en que la vi, con toda mi familia. Pero, sobre todo, como cristiano, le debo muchísimo a la patria de la filosofía. Si el cristianismo tiene un antecedente histórico, cual es la tradición judaica, de la que nace y de la  que él es, en la perspectiva cristiana, la plena realización, tiene también otro precedente, el que debe a su estructuración como verdadero saber: el pensamiento filosófico griego.

Cristo no surge de la nada, ni la religión que en él tiene su divino fundador nace por generación espontánea, sino inscrita en una tradición religiosa que él, así como sus primeros seguidores, asumen. Por eso, no extraña que Jesús de Nazaret sea asiduo de las prácticas religiosas judaicas: frecuenta, todos los sábados, la sinagoga; peregrina anualmente a Jerusalén; festeja, con sus discípulos, la pascua y las restantes fiestas religiosas de su pueblo.

Igualmente cuando el Maestro da un nuevo sentido a un precepto de la Ley, como acontece con el descanso sabático, nunca lo hace en ruptura con las Sagradas Escrituras, o las tradiciones religiosas de su nación, sino como un regreso a la plenitud de su sentido original, tergiversado por posteriores interpretaciones humanas. Como Él mismo dice, no vengo a revocar la Ley, ni a reformarla, sino a darle pleno cumplimiento.

Más tarde, los primeros cristianos cuestionaron hasta qué punto son, o no son, en términos religiosos, judíos. La cuestión surge cuando se adhieren a la Iglesia los primeros gentiles y algunos creyentes entienden que, además de ser bautizados, se les debe también exigir las prácticas judaicas. Otros fieles, por el contrario, oponen que, os ritos cristianos hacías innecesarias esas prácticas,  tesis que el concilio de Jerusalén ratificaría, emancipando, de este hecho, la fe cristiana de su matriz judía.

Además de este precedente histórico, de naturaleza religiosa, el cristianismo tiene también un antecedente secular: la filosofía griega. Si la herencia judía sitúa el mensaje cristiano en el contexto de la historia de un pueblo, a quien Dios paulatinamente se revela, el pensamiento helénico prepara el espíritu humano para la comprensión de la doctrina de Cristo como verdadero conocimiento, como una sabiduría que presupone, de alguna manera, el desenvolvimiento especulativo  alcanzados por los filósofos helénicos. Sus conceptos son, de hecho, esenciales para la estructuración  del pensamiento teológico, que no habría sido viable sin esta prehistoria filosófica que, a la par de la tradición judaica, se puede y se debe considerar como antecedente del cristianismo. En este sentido, Sócrates, Platón y Aristóteles son también antepasados de los cristianos, de forma análoga como lo son los profetas y patriarcas del Antiguo testamento.

Los primeros cristianos fueron martirizados por no practicar el culto oficial: las autoridades romanas los consideraban ateos, porque no adoraban a sus dioses, ni al emperador. En realidad, los mismos cristianos no entendían su fe como una nueva religión –no lo era, de hecho, en el sentido en que lo eran las mitologías paganas de la antigüedad clásica – sino como un conocimiento, como un saber: la verdad.

La pretensión cristiana no es otra que la de enseñar lo que son las cosas, no en su vertiente científica, que cumple a la razón establecer, sino en su realidad radical, o sea, en su relación con el principio  y el fin. El cristianismo, al contrario de las religiones greco latinas, no es un mito, sino una verdadera sabiduría. Por eso, Platón y Aristóteles, entre otros, no seguían las versiones mitológicas de su tiempo y buscaban, por vía de la filosofía, una explicación racional de la realidad. Y, aunque paganos, sus filosofías servirán de soporte a la teología católica. Cuando Justino, un conocido y apreciado pensador del siglo II, se adhiere al cristianismo, la autoridad romana piensa que tal hecho se debe a un desvarío del anciano filósofo, pues sólo así se podría explicar que tan prestigioso pensador se adhiriese, en el final de su vida, a una secta que adora a un carpintero judío crucificado. Cuando Rústico, el prefecto romano que no era sólo de nombre, procura disuadirlo, Justino le dice: “Un hombre de bien no abandona la fe para abrazar el error y la impiedad”. Se puede cambiar una cosmogonía por otra, pero la verdad no puede ser sustituida por el error.

La iglesia católica debe a la cultura helénica, en parte, el carácter sapiencial de su credo. Sin esa herramienta racional, la fe cristiana sería sólo una religión, una mera opción u opinión discutible, más próxima a los mitos antiguos que a la ciencia. Y, en buena parte, gracias a la filosofía griega y a su desenvolvimiento especulativo el cristianismo es, además de la revelación sobrenatural, saber verdadero.



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