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martes, 21 de abril de 2015

Un juego peligroso que puede causar gran decepción



A juzgar por la expresión de su rostro, su nerviosismo incontenible, no cabe la menor duda de que le ha sucedido algo extraordinario. Pero que le suceda esto a una persona que está muy lejos de los suyos, que al recordarlos llora aún, que anda dando algunos tumbos de acá para allá, de país en país que tiene que ponerse en tratamiento antidepresivo… es más sorprendente aún.

Hace a penas unos días lo vimos llorar de nuevo, esta vez porque su madre había muerto y ya no podría volver a verla. Le expresamos como pudimos nuestro apoyo y comprensión, y parece que algún consuelo le hemos dado. Sin duda es persona agradecida, como viene demostrando en repetidas ocasiones. 

La sorpresa esta en que ayer tuvo un encuentro casual con una persona que tiene varios negocios familiares, y le ha asegurado que cuenta con él, ofreciéndole trabajo tan pronto como sea posible en alguno de ellos. Incluso selo ha dicho a la hermana del albergue también.

Mientras me va contando lo sucedido ayer por la tarde, en plena calle, con media voz, casi llorando, me dice muy convencido que no es en absoluto normal, que alguien ha tenido que intervenir para que tal encuentro se produzca. Yo entonces, contagiado por su emoción, le sugiero la posibilidad de que  haya sido ella, su madre recién fallecida, pues me consta que estaban… están muy unidos.

Sucesos parecidos ocurren con frecuencia  en los últimos tiempos, unos los he vivido personalmente, otros les suceden a personas cercanas o conocidos. ¿Será la necesidad producida por la crisis, tan prolongada y extenuante, que agudiza el entendimiento y estimula la generosidad y el agradecimiento? ¿Será la Misericordia que pone en marcha la  providencia: el cuidado, el deseo de ayudar y colaborar en la atención de quien necesita ayuda? ¿O una forma de rebelarse contra la injusticia, la deshumanización y el desapego entre el género humano?

Pues, en esta ocasión, como en otra reciente que recuerdo ahora y que le ocurrió a otra persona que vive en la calle, la promesa de ayuda no llegó a materializarse, sencillamente aquellas personas no sabían lo que hacían prometiendo lo que no sabían si podrían cumplir con seguridad; o quizá, siendo generosos, podemos pensar que algo les ha ocurrido y tarde o temprano reaparecerán, ellos u otros, con una solución para cada uno. Ojalá que así sea.

Ciertamente, en el segundo caso le ha llegado la ayuda, este hombre ya no duerme en la calle, sino en el portal, justo al lado donde él pide, y además comparten con él aseo y comida caliente. Pero en el primer caso la decepción se sumó a la depresión, haciéndola insoportable…

El bien y el mal ¡qué cerca están! Y no depende sólo de los demás, está en nuestra propia mano, la de cada uno, sin tener que pedirle permiso a nadie, es una decisión propia. Un poco de bien aquí, otro poco allá… si llegan un día llegan a juntarse, le comerán  terreno al mal y el mundo será mucho mejor. ¡Ojalá!


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