La modernidad nos llevó a aceptar como prioritaria la exigencia de Tomás, el Apóstol: “si no veo en sus manos los agujeros de los clavos, y si no meto mis dedos en los agujeros sus clavos, y no meto mi mano en la herida de su constado, no creeré” (Jn 20, 25), es decir: “si no veo no creo”. Esto llevó a muchas personas al ateísmo o al agnosticismo fuerte. Es decir, no aceptaban que la existencia de Dios o no confesaban que no hay pruebas definitorias de su existencia.
La modernidad nos llevó a aceptar como prioritaria la exigencia de Tomás, el Apóstol: “si no veo en sus manos los agujeros de los clavos, y si no meto mis dedos en los agujeros sus clavos, y no meto mi mano en la herida de su constado, no creeré” (Jn 20, 25), es decir: “si no veo no creo”. Esto llevó a muchas personas al ateísmo o al agnosticismo fuerte. Es decir, no aceptaban que la existencia de Dios o no confesaban que no hay pruebas definitorias de su existencia.
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