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domingo, 17 de mayo de 2015

Bye bye Cristo-Rei!



La laicidad no es una invención del iluminismo, sino cristiana, pero el laicismo es una herencia del terror revolucionario francés, que tuvo seguimiento en los regímenes totalitarios del siglo XX.

Ahora es en serio: el Cristo Rey es inadmisible. No el propio, entiéndase, que tiene ciertamente lugar en el reino de los Cielos, aunque no en esta república nada dada a realezas, sino su gigantesca estatua, en la orilla del río Tajo. ¿Por qué? Porque su dimensión y su forma en cruz son un atentado a la laicidad nacional.

Es lo que resulta de la decisión del tribunal administrativo de Rennes, que ordenó la retirada de un monumento, de ocho metros de altura, a San Juan Pablo II, en Ploërmel, en departamento de Morbihan, en la Bretaña francesa, por entender que el mismo infringe las normas vigentes sobre la laicidad del Estado.

La estatua del santo Papa polaco, que ciertamente fue menos perseguido por los comunistas de su tierra natal que lo es ahora en la patria de la revolución francesa,  está encuadrada en un monumental arco de piedra, a su vez sobre una enorme cruz que, por su colocación y sus dimensiones, tiene, según el veredicto judicial “características ofensivas” según el principio constitucional de la laicidad. Patrick Le Diffon, autarca de Ploërmel, para evitar cualquier connotación anticlerical o persecutoria de los cristianos, afirmó que el monumento fuera erigido al hombre de Estado y no al pontífice. Estrafalaria disculpa que no cuela, incluso porque Karol Woltyla está representado con los ornamentos litúrgicos, o sea, como Papa y no como estadista.

¿Si una cruz, un arco y un santo revestido son un insulto a la laicidad, no lo son también la fachada de Notre Dame y las torres señeras de todas las iglesias francesas, también ellas de grandes proporciones y, en general, rematadas por un crucifijo? ¿Y la estrella de David de las sinagogas judías, o la media luna de las mezquitas musulmanas, no son también agresivas para los incrédulos? ¿Y las pinturas y esculturas de temática religiosa del Louvre y otros museos, por
ejemplo, no serán también un ataque a quien no cree? ¿No sería entonces prudente que, además de la retirada de la estatua de San Juan Pablo II, se destruyesen también todas esas señales de cultura religiosa de la hija primogénita de la Iglesia?

Esta furia iconoclasta no es nueva, ni exclusiva del laicismo francés. Es vieja como el fanatismo, religioso o ateo, de todos los tiempos y eras. También los talibanes y los guerrilleros del llamado Estado Islámico piensan y actúan del mismo modo: por este motivo ya han destruido innumerables monumentos históricos y tesoros religiosos de incalculable valor. Por el contrario, la Iglesia católica, aunque también haya tenido, más por excepción que por regla, actitudes de esta naturaleza, colocó en el  centro de la emblemática plaza de San Pedro, en Roma, un obelisco egipcio, como pedestal de la cruz de Cristo. También muchos papas, auténticos mecenas de la cultura, coleccionaron obras de arte pagano, que aún hoy se pueden contemplar en los museos vaticanos.

El laicismo es para la laicidad como el fundamentalismo para las religiones: en ambos los casos no son más que perversiones autoritarias y tiránicas, bajo apariencia, respectivamente, del respeto por la libertad, e, incluso, de Dios.

La laicidad no es una invención de la revolución francesa, ni del iluminismo, sino cristiana, porque es en el Evangelio donde se declara, perentoriamente, la separación entre poder temporal y el espiritual: “dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. (Mt. 22, 21). El mismo Cristo, al contrario de otos líderes religiosos, rechazó siempre la tentación del poder y rehusó dar, más de una vez, cualquier connotación política a su realeza exclusivamente sobrenatural. El laicismo sí, es una herencia del terror revolucionario francés, que tuvo continuidad en los regímenes totalitarios nazi y comunista, ambos también furiosamente contrarios a la libertad religiosa.

Como dijera recientemente el Papa  Francisco, “En la óptica cristiana, razón y fe, religión y sociedad son llamadas a iluminarse recíprocamente, apoyándose la una a la otra y, si fuere necesario, purificándose mutuamente de los extremismos ideológicos en que pueden caer. La sociedad europea entera sólo puede beneficiarse de una revitalizadora conexión entre los dos ámbitos, tanto para hacer frente a un fundamentalismo religioso que es sobre todo enemigo de Dios, como para objetar a una razón “reducida” que no honra al hombre”. (Discurso al Consejo de Europa, 2-11-2014)

¡Del fanatismo laicista y del fundamentalismo religioso, líbranos, Señor! ¡Y viva Cristo Rey que, de la orilla del Tajo, abraza Lisboa y esta tierra de Santa María, mientras que, del otro lado del Atlántico, sonríe para Río de Janeiro desde lo alto del Corcovado y bendice la tierra de la Vera cruz!

Sacerdote católico



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