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lunes, 29 de junio de 2015

Johnson, o académico


http://observador.pt/opiniao/johnson-o-academico/

La Iglesia católica, la misma de la Inquisición y de los padres pedófilos, es quien sobre todo acoge a los drogadictos, a los más pobres, los huérfanos, los leprosos, los viejos abandonados, etc.

Ya me habían hablado de él y hasta lo había visto y oído en la excelente entrevista que aquí, en el observador, Laurinda Alves le hizo, pero sólo la semana pasada conocí personalmente a Johnson Semedo, alias João Semedo Tavares, o simplemente,  Johnson.

Su historia es parecida a la de muchos otros. Nacido en 1972, en Santo Tomé y Príncipe, en una familia muy pobre y numerosa –es el penúltimo de siete hermanos- emigró, a los dos años de edad, a Portugal, donde ya se encontraba su padre, minero. Desde entonces, su vida transcurrió en un barrio problemático de la capital: Cova da Moura.

Johnson, al sentir en la piel el estigma de su condición, rápidamente abandona la vida familiar y escolar por la vagancia y la práctica ocasional de pequeños robos. En su testimonio, refiere lo que fueron esos años de su vida: “Drogas, hurtos, delincuencia, criminalidad (…). Sin sueños, sin objetivos, sin reglas. (…) Una vida de miseria, con enormes dificultades y de una pobreza extrema” (Johnson Semedo, Estou tranquilo, Aletheia, 2014, p. 11).

Aunque nunca se vio envuelto en crímenes de sangre, la práctica reincidente de robos y asaltos acaba por llevarlo a la prisión, donde cumple una pena de diez años de reclusión. En todos los presidios por donde pasó –Penitenciaría dee Lisboa, Caxias, Setúbal, Leiria, Linhó, Vale de Judeus y Coimbra- siempre consiguió drogas.

Cumplida la sentencia e indultado de la extradición a la que fuera también condenado, Johnson regresa Cova da Moura, donde ya no se encuentra su padre, entre tanto fallecido. Queda entonces su madre, gravemente enferma, a su cargo.  Su muerte, poco tiempo después, lo hizo regresar a la drogodependencia, de la que logra librarse gracias a una psicóloga que consigue su internamiento en una institución católica de desintoxicación y rehabilitación social, el Vale de Acór, en Almada.

Concluido, con éxito, el tratamiento, Johnson comienza una nueva vida. Vuelve a los estudios y termina el 12º año, consigue el carnet de conducir, se emplea como motorista de una agencia de noticias, se casa y tiene tres hijos, a los que hay que añadir uno más, el hijastro, que acoge como suyo también.

Hasta aquí, su historia no es más que un caso de éxito. Ciertamente loable, pero banal. La diferencia que hace de Johnson Semedo alguien especial comienza después, cuando supera “su” problema y decide ir al encuentro de muchos otros que, como él, andan extraviados. Nace entonces la Academia Johnson, un proyecto piloto de recuperación de jóvenes de Cova da Moura, sobre todo por la vía del deporte y del acompañamiento escolar.

El relato autobiográfico de Johnson Semedo impresiona por la crudeza y por la desnudez de su sinceridad. No es un texto sentimental en que el protagonista se viste la piel de de víctima del sistema, para así disculparse. Tampoco se enorgullece, ni ‘asume’ sus fechorías, que reconoce como tales. No maquilla su pasado y, por eso, no tiene  escrúpulo en reconocer que también él fue racista, por su aversión a los ‘blancos’ (p. 33-34). Ni se blanquea a sí mismo, identificándose como ‘preto’ (p. 39). Usa siempre un lenguaje genuino y frontal, políticamente incorrecto, sin eufemismos.

Hay una presencia constante en el relato doloroso de su vida: sus padres y su familia. Es la muerte accidental del hermano Fernando Jorge la que golpea la espoleta del proceso de su autodestrucción. Pero son sobre todo sus padres las grandes referencias de su existencia. Cuando, bajo custodia policial, visita por última vez al padre hospitalizado, este ya no consigue decirle nada con palabras, sino que se lo dijo con lágrimas que aquel hijo nunca olvidará. Consciente de las muchas dificultades económicas de su familia, hasta el punto de a veces pasar hambre, Johnson pone en la cartera de la madre algún dinero que robaba, pero esta nunca lo aceptaba y siempre lo devolvía. En profundidad, él no es capaz de comprender la enorme dignidad de la actitud de su madre, fervorosa católica, que lo visitará en los diferentes  establecimientos penitenciarios en que estuvo detenido.

Es ejemplar y paradigmática la acción de la Dra. Maria do Castelo, la sicóloga clínica que logra su recuperación, porque cree en su cambio de vida aunque, al mismo tiempo, lo responsabiliza, sin disculparlo o sustituirlo. Así como extraordinario es el mérito de Vale de Acór, del padre Pedro Quintela, que, como tantas otras instituciones cristianas, no es un mero discurso inflamado contra las injusticias sociales o el flagelo de la droga, sino un servicio efectivo a los más necesitados. Sí, la misma iglesia católica que, para algunos, es sólo sinónimo del manido estereotipo de la inquisición o del tristísimo escándalo de los padres pedófilos, es también y sobre todo quien acoge a los drogadictos, a los más pobres de los pobres, a los huérfanos, a los leprosos, a los viejos abandonados, etc.

At last but not least, la academia de Johnson no surgió por iniciativa del poder político, ni por el patrocinio de un poderoso grupo económico, ni por vía de un gran apoyo comunitario, o de un abultado subsidio estatal de solidaridad social. Nació de la generosidad de un hombre, católico, con diez años, motorista de profesión, casado y padre de cuatro hijos. ¡Funciona!


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