Querida amiga,
Al contrario de lo que acostumbra a pasar, la humildad exige que la persona se humille. Una persona humilde reconoce su pequeñez e insignificancia, tiene los pies bien asentados en el suelo y sabe que, por mucho que podamos volar, somos tierra… y a la tierra hemos de volver.
Debemos ser humildes. Según yo creo, la humildad no es una virtud, sino tan solo la verdad. No somos sino poca cosa. Es bueno que conozcamos nuestros límites, porque eso implica también que tomemos conciencia de nuestras potencialidades.
Cuando somos orgullosos tenemos una visión deformada y desajustada de la realidad. Creemos ser más de lo que somos y no nos damos cuenta del valor de los otros que, por peores que sean o menores que parezcan ser, siempre serán para nosotros algún bien…
Cuando no somos humildes creemos que no necesitamos de nadie. Imagine que una estatua es vista por cuatro personas diferentes al mismo tiempo. ¿Podrá alguna de ellas decir que tiene la única perspectiva buena, la más perfecta? ¿Cuál es el lado verdadero de la realidad? Tiene sentido compartir lo que somos, dialogar y así enriquecernos unos a otros. Creo que hasta el propio escultor, si escucha lo que le dicen los que admiran su obra, podrá aprender más sobre la riqueza de lo que creó…
La humildad es una forma de relación con el otro, colocándolo por encima de nosotros. Pero no crea que eso vuelve a quien se humilla más vulnerable. Al contrario. Un yunque se vuelve más duro a cada golpe… y es siempre mejor descender de los altares de la arrogancia, de donde muchos intentan derribarnos, para el suelo donde estamos más seguros, con buen equilibrio y con espacio. Sólo la pequeñez permite la verdadera grandeza. El orgullo es envidioso, la humildad generosa. El orgullo divide, la humildad comparte.
Cuidado, sin embargo: las falsas libertades crean verdaderas pasiones. La misión de servir al otro, parece una pérdida pero es, en verdad, una liberacion.
Si repara bien, las personas más nobles casi siempre tienen maneras sencillas, siendo que buena parte de la multitud tiene la idea de que las maneras sencillas son señal de poco valor.
La humillación de los que se colocan al servicio de los pobres y oprimidos es, sin duda, un gesto divino. Hay quien, por amor, es capaz de cambiar el pañal o bañar a un encamado o, más sencillo, de escuchar con atención a alguien que necesita tener con quien hablar de sus dolores. Esto es tan raro como sublime. El bien necesita de mí, de pasar a través de mí, para llegar al otro, así yo sabré anularme y ser instrumento de ese algo mayor que yo.
Claro que será siempre más fácil llorar con quien llora que compartir la alegría de quien está contento.
Humillarnos es un trabajo duro y exige mucha persistencia. No nos obliga a hacer muchas cosas, sino que orientemos todo cuanto decidimos en vista a un mismo fin. Es importante que, aunque sea a paso lento, y con muchas paradas, nunca caiga en la tentación de volver atrás. Sería descender, sí. Pero en poco tiempo habría de encontrarse en un agujero mucho más profundo que el sitio desde donde comenzó… También importa que no se contente con los primeros buenos resultados; siempre podemos ser un poco mejores. Siempre.
Permítame un consejo final: no tema ser humilde. Humíllese. Aunque duela. Y cuando se sienta pobre y oprimida, recuerde que no está sola. Nunca. Donde hay humildad, habita el amor. El amor nos hace esclavos, pero sólo en él llegaremos a lo mejor de nosotros mismos. Todo lo demás puede ser muy valioso, pero sólo en apariencia.
Somos poco… pero un poco divino.
Rezo por usted y confío en usted.
Le agradezco, mucho, por juzgarme digno de su tiempo.
Agradecido,
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