1 de agosto de 2015
Ilustração de Carlos Ribeiro
Cuando se hace un bien, importa cuidar las apariencias, revelando sólo lo esencial. ¡El ideal se consigue cuando todo parece fruto de la casualidad! El mal procura siempre crear grandezas pomposas en torno a sus gestos. La vanidad es señal clara de un mal que pretende disfrazarse.
Del mismo modo cuando son grandes milagros, pasan desapercibidos. Hay gente que no sabe que el suelo que pisa es sagrado, que no se da cuenta de que lo fundamental de su existencia no es lo que parece…
La fuerza bruta puede muy poco. Los milagros parecen muchas veces insignificancias. ¿Quien no ha visto que cosas pequeñas se revelan como enormes y cosas grandiosas sin ningún valor?
No se trata de un disfraz, un fraude o engaño. Sino que sólo el bien cuida de no manifestarse de forma evidente como su autor. Recogiéndose, sin ocultarse.
Importa aprender a mirar. Distinguir los aspectos sutiles y delicados de cada cosa, reconocer las relaciones, las diferencias y las armonías.
Es necesario que el corazón aprenda a estar atento.
Los milagros no son tan raros como parece. Los árboles crecen y las flores brotan todos los días, siempre sin el mínimo alboroto. Esla belleza pura, solamente.
Todos los días, hay gente que nace y gente que muere… mientras muchos otros creen que en el mundo continúa todo igual… la creación es una constante del tiempo.
Lo que comienza siendo una sospecha, puede revelarse, cuando se es capaz de ver hasta el fondo, un milagro. Una especie de enigma que se aprende a develar y, después, a admirar.
No hay suertes ni destino, el bien está en el corazón y en las manos de los que saben soñar, vivir y amar. Lejos de las apariencias engañadoras y vanidosas. La libertad humana tiene los ojos bien abiertos y no tiene alas ni ruedas en los pies. Sólo la voluntad de crear, de dar al mundo un mundo mejor. La capacidad de crear por pura bondad. El bien quiere construir mundos nuevos y buenos en tanto que el mal es constante en deshacer todo, destruyendo cada cosa.
Hacer que ocurra un milagro es posible a cualquiera de nosotros. Alimentar a un hambriento, acoger con la mirada a aquel que es invisible a los otros, sonreír cuando se llora, dar la mano a quien sufre… acoger en la intimida de nuestros silencios a aquellos que más necesitan de nuestro amor.
Nada sucede por casualidad. No hay fado ni suerte. Esas cosas sólo tienen sentido en las mentes que han desistido de comprender, haciendo a su enemigo más fuerte, al entregarle las armas que deberían servir para combatir. Más: para, en seguida, pedirle benevolencia y perdón por el bien y por el mal que no se hace…
Frágil es quien no sabe lo que quiere.
Es así mismo posible conducir el propio destino, llevándolo de la mano.
La sabiduría conoce y usa la dosis cierta de cada gesto. La perfección es siempre simple, mínima y sutil. ¡Aún así, a pesar de toda su divina delicadeza, hay milagros que se repiten hasta alcanzar su propósito!
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