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Ilustração de Carlos Ribeiro
Es posible amar a una persona y detestar todo lo que en ella es malo, cada uno de los vicios que la estragan. Tenemos un montón de imperfecciones. Pero más que quien nos eche en cara los errores, necesitamos de quien nos ame y enseñe a amar. De quien nos perdone, nos ayude y olvide nuestro mal. ¡E incluso si olvida que nos perdone!
Supongo que le cueste la idea del olvido… La herida sólo se cura cuando ya no se ve el rastro de la cicatriz.
Pero, para algunos, perdonar no es olvidar. Perdonan con la condición de dejar bien claro en el otro la evidencia de la imperfección. Contabilizando para sí un perdón más.
Ahora bien, el amor sólo se concibe de una forma: o es entero o no es. El amor exige que quien ama no haga cuentas, entregue su corazón, entero.
Ser justo con alguien que amamos también es duro para nosotros, pues eso implica apuntarle los errores que son de su responsabilidad (¡no otros!) sin excluirlo nunca, ni siquiera un momento, de nuestra intimidad.
Es mucho más fácil y cómodo apuntar con el dedo y condenar. Incluso al que no tiene culpa. No se distingue la falta (que es siempre censurable) del que la comete (que debe siempre ser comprendido), incluso porque ese proceso deja la ilusión de que ese juez es superior a aquellos que rebaja. Ser justo implica ser capaz de aceptar también lo que el otro tiene que decirnos respecto de nuestras faltas. Debemos siempre escucharlo. Incluso aunque no nos perdone, no nos ayude y recuerde lo malo en nosotros.
Recuerde que las palabras duras de un amigo son señal de lealtad y cuidado, el beso del enemigo no.
Cuidado con las generalizaciones. Una persona que falta a la verdad no es un mentiroso, ni es un ladrón quien alguna vez dejó de saldar las cuentas. Es frecuente que después de que descubrimos equivocado en alguien, esa persona parece perder todo su valor. O que, ante una desilusión de alguien en particular, juzguemos que todos los demás son iguales y, siendo así, lo mejor es cerrarnos en nuestra perfección. Ahora bien, no sólo no estamos lejos de ser perfectos sino que también la soledad egoísta es un gesto grave de orgullo. Todos erramos. En eso todos somos iguales.
No crea que existe alguien perfecto que le espera en una isla desierta, lejos del tiempo, del mundo y de los otros.
Muchos se quejan tanto de los otros que resulta claro que no tienen idea de lo que en ellos mismos existe de venenoso. Bajo las capas de ingenuidad y de victimización se esconden puñales bien afilados, a la espera solamente de mejor oportunidad para… vengarse, según creen o dicen. Porque, en su idea, su mal está siempre justificado por lo que sufrieron antes.
No debemos juzgar al otro, pero eso tampoco significa que tenemos que admirar los defectos que lo degradan. Ni tampoco censurarles las virtudes, porque también hay quien piensa que toda virtud ajena es defecto y, claro, que todo defecto personal, es virtud… Amar a alguien es ser capaz de ayudar, sobre todo a través del ejemplo, de la lucha contra los propios vicios.
Debemos desear siempre el bien, más aún cuando estamos ante el mal. En un primer momento, perdonando. Considerando que tal cosa no se debe a una intención por pura bondad de él mismo. Después, ayudando, dando con nuestra presencia la fuerza y confianza para una lucha que será siempre personal. Por fin, olvidando. Sí, quien ama olvida. Quien no olvida el mal, no ama. Amar es suplir las faltas de otro. Anulándolas. En todos lados. Para siempre.
La diligencia es la prisa propia de quien ama. También debemos perdonar sin demora y olvidar. Al final, también nosotros sólo debemos ser perdonados en la medida exacta en que hubiéramos sido capaces de perdonar.
Amar es olvidarnos de las faltas del otro. Es ayudarlo, olvidándonos de nosotros. Es perdonándolo, perdonándonos a nosotros mismos por la mala voluntad de no querer olvidar.
Permítame un consejo más: Que sus brazos sean un lugar (y un tiempo) donde el otro pueda llorar… sin que nunca se crea, por eso, en el derecho de saber el por que de ninguna de esas lágrimas.
Lo admiro, en especial, por esa humildad de concederme el derecho de entrar por su corazón adentro… permitiéndome sí conocer toda la grandeza de su vida…
Muy agradecido y un abrazo, grande.
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