domingo, 6 de septiembre de 2015
¿Por quién doblan las campanas?
Portugal tiene una
honrosa tradición humanitaria. Nuestros emigrantes fueron bien recibidos en
todo el mundo. No podemos dar menos a los que hoy necesitan de nuestra
hospitalidad.
El día 15 de agosto
pasado, al medio día, repicaron las campanas de todas las iglesias católicas
francesas, en memoria de los cristianos martirizados en Oriente, sobre todo por
las milicias islámicas. La matanza de los cristianos es tan frecuente que ya
dejó de ser noticia. Las organizaciones internacionales y los paridos políticos
parecen más interesados en cuestiones ambientales y de política económica, que
en drama de los cristianos obligados a
abandonar sus países.
Esta tragedia es parte
de otra, de análogas proporciones: la fuga de millares de refugiados que,
diariamente, llegan a las puertas de Europa, evitando una muerte cierta en sus
países de origen. El Papa Francisco, en Lampedusa, en uno de sus primeros
desplazamientos, quiso llamar la atención mundial hacia la ‘globalización de la
indiferencia’, denunciando un flagelo del que muchos políticos parecen
desinteresados o, lo que es peor, pretenden controlar con medidas represivas.
Hay quien quiere más barcos para vigilar las playas europeas, muros que
intercepten la entrada de clandestinos, controles en las fronteras, campos de
refugiados, etc.
A nivel administrativo,
los funcionarios comunitarios hablan de cuotas de emigración para distribuir
entre los diversos países de la Unión Europea, con la relajación de quien
distribuye contingentes de sardinas por las flotas pesqueras. Algunos
burócratas más celosos creen que los desgraciados que dan la espalda deben tener
el pudor de presentarse, por lo menos, con un certificado de nacimiento, un
pasaporte válido, copia certificada de registro criminal, certificado de
habilitación, boletín de vacunas, curriculum vitae y dos fotografías. En su
docta opinión, es lo mínimo que se puede exigir a quien hizo millares de
kilómetros a pie, o en improvisados medios de transporte, que fue obligado a
abandonar su tierra y, a veces, la familia, hizo un viaje en las peores
condiciones de seguridad y de higiene y que, por fin, llega a Europa,
ciertamente deshidratado, desnutrido, tal vez incluso agonizante, moribundo. Y
también hay los que no llegan, como el pequeño Aylan, porque mueren por el camino.
Tal vez alguien
entienda que este discurso es muy bonito pero utópico, porque ningún país
europeo, ni el continente, tienen condiciones para recibir a todos los
emigrantes que aquí se pretenden instalar. También puede parecer peligroso,
porque no todos los que emigran lo hacen con las mejores intenciones. Hay que
ser, sin duda, prudente, pero por culpa de algunos no puede servir de pretexto
para la exclusión de los inocentes. Esa vieja disculpa cerró las puertas a
muchos refugiados de otros tiempos, como los judíos en fuga de la Alemania
nazi.
Una niña de seis años, la
última de siete hermanos, llegó un día a casa y preguntó por qué es que, en
aquella familia, eran tantos. La madre percibió que, cada vez que la hija decía
cuántos hermanos tenía, las personas exclamaban: ¡Tantos! Con sabiduría y
profundo sentido cristiano, le respondió que no eran tantos porque, si viniese
un hermano más, también tendría donde dormir, o vestir o un lugar en la mesa. La
pequeñita comprendió que, donde hay cariad, nunca hay gente de más. El problema
de Europa no es el éxodo de población, sino la falta de solidaridad cristiana.
Al afirmar que su país
está abierto a todos los emigrantes que en él se permita establecer y que no
admite cualquier manifestación de xenofobia, la canciller alemana tuvo el
coraje de pronunciar un discurso políticamente incorrecto sobre esta materia
que, en la realidad, es una tragedia en muchos actos. Ángela Merkel tal vez
tenga que discutir cuotas de emigrantes y burocracias acostumbradas. Con todo
sabe que no se trata de un asunto político, sino de una cuestión humanitaria. Punto
final al párrafo.
Somos un pueblo de
emigrantes. Desde que, en 1415, hace precisamente seiscientos años, partieran
las primeras naves en demanda de nuevos parajes, nunca jamás cesó este flujo de
gentes, en busca de una nueva vida lejos de la patria. Unos fueron por motivos
económicos, algunos por razones políticas, otros aún por espíritu de aventura. Todos
partieron con nostalgia y llevaron un trozo de Portugal al mundo. Surgieron así,
un poco por todos lados, comunidades lusitanas: en Brasil y en América del
Norte, en África del Sur y Venezuela, en Francia, en Suiza, en Luxemburgo y en
Alemania. Muchos sufrieron el paso del Algarve hasta conseguir lo que pretendían,
pero todos, de una forma u otra, se beneficiaron de la acogida que les fue
dispensada en esos países, que ahora son también suyos, de sus hijos y nietos.
Portugal tiene una
honrosa tradición humanitaria, patente en la forma como, en el pasado siglo,
acogió a los judíos y muchos niños austríacos o, más tarde, recibió los
millares de retornados de ultramar, cuando también en el continente se vivían tiempos
difíciles. Haciendo justicia a su historia, Portugal debería ahora protagonizar
un gesto de bienvenida a todos los refugiados, proporcionando a esos ciudadanos
condiciones análogas a las que le fueron dispensadas a los nuestros emigrantes,
en tantos países europeos. Si estos fueron y son, también ahora, bien
recibidos, no podemos ser menos acogedores con los que hoy, en circunstancias
tan dramáticas, necesitan de nuestra hospitalidad.
Acerca de Octovilo Mateos Matilla
Mi nombre es Diego Fernando García, soy el administrador del Pensamiento Serio.
Soy un lector de filosofía, libros que hablan de pensamiento humano, mi corriente filosófica es: neo-realismo analógico.
Escritor de blog, artículos, creador del proyecto «pensamiento serio» Es un sitio de filosofía sociedad y religión católica. Con recursos como: texto, imagen, audio , vídeo, diapositivas y diferentes formatos adaptados a este espacio.
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