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jueves, 8 de octubre de 2015

Impiedad


Me estaré haciendo mayor, o quizá sea más cierto que, como a tantos, me cuesta hacerme mayor y me agarro a una  juventud que ya no está más que en mi imaginación y, claro, me doy unas palizas, innecesarias a veces, pues bastaría darme un respiro, centrarme en una cosa y no pasar a la siguiente hasta no tener la fuerza necesaria y esté despejado el camino de otras preocupaciones.

Digo esto porque ya días que llevo pensando en escribir sobre lo que sucede, que quizá le sucede a muchos, pero que cuando le ocurre a determinadas personas se hace más escandaloso y repulsivo. Y me refiero a la usura insaciable de los bancos.

Se han convertido en unas máquinas ciegas de hacer dinero, unos siervos implacables de ese poderoso caballero, don dinero. Y es que otra vez, y ya no sé cuantas van, un señor, agradecido, que suele venir a saludarnos,  y que cobra una pensión no contributiva, viene quejándose de que la Caja de ahorros lo ha dejado sin dinero en la cuenta. Aún no se ha enterado que ya no hay cajas, que se han convertido en bancos, que estos no entienden de descubiertos gratuitos, de charlas amistosas con el director, y menos de favores…, que estos cobran la demora en el pago de cualquier deuda contraída al minuto. Son absolutamente serviles con ‘don dinero’, este amo tirano, inicuo y perverso.

Más tirano que nunca, porque después de haber creado la crisis ahora nos la hace pagar a todos, ¡pero es que la pagan hasta los que reciben pensiones no contributivas,  o ayudas sociales de todo tipo! Toda cuenta paga tributo… “¡es que dice el director  que me han cobrado 30€ por no sé que descubierto. Yo creía que tenía algo de dinero y encima lo debo!”… una y otra vez.

Y esto son los bancos rescatados por el Gobierno con el dinero de todos, el mismo gobierno que concede unas pensiones y ayudas ‘sociales’, miserables casi siempre, y permite que los bancos saquen provecho de ellas, así los bancos cobran dos veces, y obtienen beneficios, y sanean sus cuentas, mientras se multiplica la ruina de numerosas familias y personas.

La gente se empobrece, y parece que nadie se entera o quiere enterarse; muchos se callan porque parece que así, callados, no les va a tocar a ellos. Y otros piensan que ellos ‘se lo saben montar muy bien’, son más listos que nadie, y así van tirando.

Y la guerra está ahí, en Oriente Medio. Sí, donde empezó todo. Allí estuvo situado el paraíso del Edén; allí ocurrió el diluvio universal, narrado en la Biblia, en el poema de Gilgamesh y en otros medios de entonces; allí se desarrolló la revolución neolítica; allí se construyó la torre de Babel, que hizo enloquecer a los hombres porque era un desafío al Creador del universo; allí se asentó el Islam, que no tolera a los ‘infieles’, o sea, al resto de la humanidad;  allí se encuentran las reservas principales del ‘oro negro’, la  clave del desarrollo contemporáneo… Jeques y banqueros, y petroleras, esos si se entienden.

Y el mundo mirando a otro lado, está a punto de perder el paraíso que habíamos creado, la sociedad del bienestar que satisfacía cada vez más necesidades a un número cada vez mayor de personas, se hablaba de escolarización universal, se sanidad para todos, no habría excluidos, el progreso era maravilloso… Íbamos tan felices, después de dos guerras mundiales, la tercera era una mera quimera, nadie se iba a atrever, pues las armas atómicas lo harían desaparecer por completo, sería como volver a las cavernas, y así el miedo nos impedía cometer locuras.

Pues yo creo que ya hemos retrocedido a la ‘Nueva Edad Media’, la de los señores de la electrónica, de las comunicaciones, de los bandidos que roban cobre, inventos, o lo que sea. Y ahí andan en sus luchas por el mercado y el poder, mientras se van perdiendo derechos sociales trabajosamente adquiridos, se pisotean derechos humanos, tan mal protegidos por ese intento fallido de ‘gobierno universal’: la ONU.


¡Que Dios nos proteja!

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