3 de outubro de 2015
Ilustração de Carlos Ribeiro
Las llamadas amistades virtuales son ilusiones. Como se multiplican, parece muy fácil alcanzar el amor perfecto. Pero, en verdad, esas esperanzas generosas de que la perfección está allí mismo, y que es solo una cuestión de acertar con la puerta precisa, son la apariencia de un gran vacío… un desierto que teme la soledad, tanto cuanto teme el encuentro. Un vacío que tiene tanto miedo de sí como del otro.
Es un juego de contradicción. No se quiere estar ahí, pues se prefiere estar con la persona… pero, al mismo tiempo, se prefiere estar aún ahí que ir cerca de ella… hasta que, en caso extremo de que se encuentren, en buena parte de los casos, llega a ser tan extraño que el recuerdo de la antigua forma se sobrepone a la realidad… y no se quiere estar allí. Se prefiere volver en busca… a la caza… atentos a pequeñas señales y detalles a la espera del milagro que nunca llegará.
Y, cuanto más se falla, más esperanza queda en potencia y más desesperación se acumula para la próxima elección…
Los amigos no son para matar el tiempo. Sirven para llenar las necesidades del otro, no nuestro vacío. Amar es darse, no es un trueque de beneficios y perjuicios. El egoísmo sí, deja todo registrado y hace balance periódico a fin de evaluar su capacidad de generar beneficios para sí mismo. Tal vez por eso a los egoístas les sea imposible soportar el éxito de aquellos que se dicen amigos.
Estos amores virtuales, que de amor solo tienen el nombre, nacen y mueren en palabras y fotografías. El amor auténtico nace y crece en silencio, aprendiendo que la presencia del otro es más importante, aunque esté ausente. Que las mayores alegrías y las mayores tristezas no se pueden decir, tampoco fotografiar.
El amor implica aceptar al otro como un eterno misterio que se desenvuelve a medida que el tiempo pasa. Que se pueden ajustar las rutas, construir un mismo camino, a dos… pero que será siempre más largo, pues no es un camino de soledad.
Estas redes sociales son buenos instrumentos de comunicación. Pero no de emoción. Mientras tengamos un corazón y no una batería, un cerebro y no un procesador, no podremos considerar estas virtualidades como realidades… menos aún reducir realidades a virtualidades.
Estas inclinaciones por el placer, o por cualquier otra conveniencia de circunstancia, son solo ligeras impresiones que se desvanecen poco tiempo después que su objeto desaparece de la vista. Pasiones momentáneas, olvidos instantáneos. Claro que siempre hay alguien que sale mal parado. Pero esta angustia se debe casi siempre a elecciones que se hicieron, a la confianza que se depositó en otro, resultado de una esperanza que fue alimentada por una idea errada de que la felicidad llegará completa, perfecta y lista para usar… esto, claro, además del optimismo de que todos tenemos derecho ala felicidad.
Pero la felicidad no es un derecho ni un deber. Es un don que, de forma gratuita, acrecienta aquello que vamos haciendo, entre los dolores y sufrimientos de esta nuestra vida. Se construye.
El amor nunca desespera. No atormenta, consuela.
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