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lunes, 19 de octubre de 2015

¿¡Ya no es buena la buena nueva!?


http://observador.pt/opiniao/a-boa-nova-ja-nao-e-boa/

Para ser cristiano, no es preciso renunciar a la razón ni al placer y, por eso, desde siempre, entre los cristianos hubo eminentes sabios y, sobre todo, personas felicísimas.

Cuando algunas personas dicen que es necesario actualizar los dogmas y modernizar los preceptos morales cristianos, es obvio que, aunque presumiendo de creyentes, en realidad no creen en el Evangelio, la buena nueva. No creen que la doctrina de Jesucristo es salvadora, sino algo de lo que, por el contrario, hay que librar a los fieles. O sea, para ellos la buena nueva al final ya no es buena…

Antes, los predicadores pretendían apartar las almas de las mañas del diablo y de caer en las tentaciones –los siete pecados capitales, la infidelidad conyugal, el adulterio, etc.- pero ahora, algunos pastores parecen más interesados en salvar las ovejas no del mal, sino del bien, o sea, de la ley bíblica –como la fidelidad, la indisolubilidad y la unidad matrimonial – y, hasta, por increíble que parezca, del propio Cristo y de su Iglesia. Tienen, de la ley de Dios y de la moral cristiana, una visión  tan negativa que se consideran investidos para la salvífica misión de redimir a los fieles por la supresión del dogma, que embota el entendimiento, y de la moral, que prohíbe el placer.

En apoyo de sus pretensiones, algunos de estos nuevos pastores, animados por la más ardiente caridad pero por fortuna menos esclarecidos en términos teológicos, señalan los excesos de una pastoral aparentemente carente de la más elemental compasión y, para ellos, escandalosamente injusta. Dicen, por  ejemplo, que no tiene sentido que la iglesia prohíba un segundo casamiento a quien sin culpa, fue abandonado por la pareja. Que no se le permita a quien prevaricó, parece justo, pero que se exija lo mismo al cónyuge inocente, les parece no solo contradecir el mandamiento nuevo de la caridad, ley suprema del cristianismo, sino también los más elementales principios de la justicia. ¡Con todo, no faltan cónyuges cristianos que, aunque abandonados, viven su compromiso de fidelidad, con alegría y paz en sus corazones!

No es menos dramática la situación de aquellos casados cuyo hijo, aún en gestación, padece una grave deficiencia congénita irreversible. Según los principios de la ética cristiana, está totalmente prohibido hacer viable el nacimiento de una criatura así. ¿¡Es que para esos padres –cuestionan tales defensores de una nueva doctrina moral- una noticia así y la expresa prohibición de abortar es, de hecho, una buena nueva!? ¡No en tanto, cuantas familias católicas, puestas a prueba por esa dura experiencia, dan gracias a Dios por lo que justamente consideran una bendición divina!

O, todavía, - añaden- el angustioso caso de los enfermos terminales, al que la moral cristiana tampoco permite acortar la vida, ni siquiera para evitar el sufrimiento terminal. ¿¡Se puede entender –insisten- que una perspectiva tal de agonía, hasta que sobrevenga la muerte natural, es una buena noticia para un moribundo y sus familiares!? ¡Más aún, donde se vive una fe auténtica, incluso esas circunstancias se convierten en ocasión de gracia y de esperanza, en la certeza de la bondad de Dios!

Sí, el Evangelio es una feliz noticia. Para quien tiene fe, la noticia evangélica no es una nueva cualquiera, sino la única que es necesariamente buena, aunque no siempre sea fácil reconocer en ella el amor de Dios y la belleza de su Evangelio.

Que sea buena no quiere decir que sea fácil. Los cristianos no son los que entienden los misterios, ni los que son insensibles al dolor que, como los otros, de veras sienten. Sino que son los que creen, no a pesar del dogma y de la cruz sino, precisamente, gracias a ellos. Creer no es sólo creer, sino amar y comprometerse a vivir una regla de vida que es, sobre todo, amor. La razón cristiana es la lógica de las bienaventuranzas, que designa los sufrimientos actuales en la certeza de los bienes futuros, de algún modo ya presentes. Por eso, la vida cristiana no es una existencia pospuesta, o solo prometida, sino una felicidad ya aquí y ahora intensamente experimentada.

Para ser cristiano, no es necesario prescindir de la inteligencia, ni del placer. Una religión que exigiese tal cosa sería inhumana e irracional. La fe no es renuncia a la razón sino una apuesta y vivencia de una comprensión más perfecta, como  también la voluntaria exclusión de algunos placeres y la afirmación de una mayor felicidad. Los cristianos recasados descontentos son la excepción, porque la gran mayoría de los creyentes son católicos casados y felices. Desde siempre, entre los verdaderos seguidores de Cristo, hubo eminente sabios y, sobre todo, personas felicísimas. La sabiduría y la felicidad de los fieles, así mismo en esta vida, es infinitamente superior al conocimiento y a la alegría de los más cultos y felices paganos.

La paradoja del cristiano, la Cruz, reproduce, al final, una experiencia recurrente: en el sufrimiento también hay felicidad, como hay una razón de ser para la incomprensibilidad del dolor. El médico, que amputa un miembro gangrenado, no es un sádico, ni el enfermo, que se somete a tan dolorosa y definitiva mutilación, un masoquista. Quien liberase al paciente de la penosa cura, en realidad estaría condenándolo a muerte. El pastor que, por una poco esclarecida caridad, recusase la terapia del Evangelio para pecador, de hecho estaría, con la mejor intención, negándole la salvación.

Tal vez también entre algunos cristianos y sus pastores haya, más por vía de excepción, quien aún no haya entendido la bondad de la novedad cristiana, que es de ayer, de hoy y de siempre. El yugo de Cristo es suave y leve su peso, aunque algunos, por falta de fe y de caridad, lo suponen opresor. Para el egoísta, el amor puede parecer esclavizante pero, para quien es apasionado, es verdaderamente liberador. Así es, también ahora, la buena nueva del evangelio, la única verdad que, aún siendo incomprensible y duele, nos hace libres, sabios y felices en el amor.

Sacerdote católico



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