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domingo, 21 de febrero de 2016

Un divorcio de mil años



Si en el encuentro del Papa Francisco con el Patriarca de Moscú no se superaron todas las diferencias, se creó un clima de diálogo y confianza, camino de la recuperación de las dos principales iglesias cristianas.

 “Por voluntad de Dios […], nosotros, Papa Francisco y Kirill, Patriarca de Moscú y de toda Rusia, nos encontramos, hoy, en la Habana. Damos gracias a Dios, glorificado en la Trinidad, por este encuentro, el primero en la historia”. No podía ser más solemne el inicio de la declaración conjunta del Papa Francisco y del patriarca de Moscú, Kirill, al término de la reunión que ambos concertaron, el pasado día 12 de Febrero, en el aeropuerto internacional de la Habana, en Cuba.

Que se trató de un encuentro histórico, no hay duda ninguna. Después de mil años de separación, el obispo de Roma, que preside la Iglesia católica universal, se encuentra con el patriarca de Moscú y toda Rusia. Siendo este uno de los principales dignatarios de la Iglesia llamada ortodoxa, al contrario de lo que acontece con los católicos, ningún obispo goza de poder de jurisdicción universal. Mejor dicho, Kirill ni siquiera es el obispo ortodoxo más importante, porque esa primicia, aunque meramente honorífica, corresponde al patriarca de Constantinopla que, con todo, tiene una importancia eclesial diminuta, dado el número residual de fieles de su diócesis, en la cual, como el resto del ex imperio otomano, prevalece, con abrumadora mayoría, la religión islámica.

Desde tiempos que se remontan al histórico encuentro entre el Beato Papa Pablo VI y el Patriarca Atenágoras, las relaciones entre la Santa Sede y el patriarcado de Constantinopla discurren por una gran cordialidad, teniendo en cuenta que ambas sedes episcopales se consideran instituidas por dos apóstoles hermanos: San Pedro, primer obispo de Roma, y San Andrés, a quien el patriarcado de Constantinopla atribuye su fundación.

No se puede decir lo mismo de las relaciones entre la Santa Sede y el Patriarcado de Moscú, que está sobre las demás diócesis en territorio ruso, así como de las diócesis sufragáneas que, un poco por todo el mundo, se encargan de la asistencia espiritual de los ortodoxos en la diáspora. Por eso, ya varios pontífices romanos habían querido ir a Moscú o, por lo menos, encontrarse con el Patriarca moscovita, pero sin éxito. Una de las razones para esa actitud de los ortodoxos rusos tiene relación con la cuestión de los uniatas –católicos orientales unidos a Roma, como los ucranianos greco-católicos que Estalin integró, a la fuerza, en la Iglesia ortodoxa – y a la creación de diócesis católicas en los territorios del Patriarcado de Moscú, que los ortodoxos entienden que es un acto hostil de desleal concurrencia. Por otro lado, subsisten las razones teológicas que motivaron, a finales del primer milenio de la era cristiana, el cisma que dividió a la cristiandad en dos grandes universos: el católico, bajo la suprema autoridad del Papa; y el ortodoxo, compuesto por todas las sedes episcopales que no aceptaron la jurisdicción universal del obispo de Roma.

Como expresamente se dice en el nº5 de la declaración conjunta, el papa Francisco y el Patriarca Kirill reconocen que, no obstante la “tradición común de los primeros siglos”, “estamos divididos por heridas causadas por conflictos del pasado remoto o reciente” y por no pocas “divergencias […] en la comprensión y manifestación de nuestra fe en Dios”. De hecho, este primer encuentro no tuvo por objetivo superar esas discrepancias teológicas sino, sobre todo, establecer un clima de confianza entre las dos principales tradiciones cristianas, sobre todo por la confirmación de lo que les es común y, más aún, por la urgencia y “necesidad de un trabajo común  entre católicos y ortodoxos” (nº 3; cfr n º 28, etc.).

Pasando revista a la situación mundial, el Papa Francisco y el Patriarca Kirill estuvieron de acuerdo en deplorar las persecuciones a los cristianos (nº 8), al mismo tiempo que enaltecían el testimonio heroico de los nuevos mártires (nº 12). Ambos pidieron que se restablezca la paz en Oriente Medio (nº 9); llamaron la atención de la comunidad internacional hacia la situación dramática en Siria y en Irak (nº 10); y exigieron una respuesta global al flagelo del terrorismo y ante el peligro de una tercera guerra mundial (nº 11). Los dos obispos cristianos también declararon que el diálogo inter religioso debe recordar que “son absolutamente inaceptables las tentativas de justificar acciones criminales con invocaciones religiosas”, porque “ningún crimen puede ser cometido en nombre de Dios” (nº 13)


Es verdad que este encuentro histórico, el primero entre un papa y un patriarca ortodoxo de Moscú, no ha puesto término a diez siglos de cisma pero, como se suele decir, Roma y Pavía no se hicieron en un día… aunque aún no se han superado todas las divergencias, se estableció un clima de diálogo y confianza recíproca, que abre el camino para la tan deseada reunificación de las dos principales iglesias cristianas. Es preciso ahora que los católicos, sin renunciar a la integridad de la fe que profesan, mantengan una actitud acogedora para con estos hermanos separados, y caminen a su encuentro. Otro tanto se pide a los ortodoxos. Si ambos así hicieran, será posible llegar a la unidad, incluso porque, como enseña la sabiduría popular, ¡todos los caminos van a dar a Roma!

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