El nombre de Cristo aún suscita enormes pasiones y odios intensos. Tal vez porque, incluso los que lo niegan no consiguen explicar por qué razón, dos mil años después, todavía se habla tanto de Jesús de Nazaret.
Aunque el proceso de Jesús de Nazaret no haya ocurrido en Portugal, ni por tanto a cargo de la tradicionalmente morosa justicia lusitana, la verdad es que aún prosigue, no obstante los veinte siglos recorridos entre tanto. Por eso, no solo no ha prescrito, la semana pasada, fueron muchos los que, invitados por la Universidad Católica Portuguesa, fueron a escuchar una lección magistral sobre el más famoso procedimiento judicial de todos los tiempos.
De hecho, el día 14 de marzo, el gran auditorio de la Fundación Calouste Gulbenkian quedó pequeño para acoger a la multitud que asistió ahí en un aula sobre “O julgamento de Jesús”, por el Prof. Joseph H. H. Weiler, profesor de Derecho de la Universidade de Nova Iorque y actual rector del Instituto Universitário Europeu, en Florencia. Judío practicante, fue también, al decir de la organización de este evento, el abogado “de una serie de Estados ante el Tribunal
Europeo de los Derechos del Hombre en el famoso caso Lautsi, en cual consiguió obtener una decisión” judicial que reconoce “que la presencia de crucifijos en una escuela pública (…) no viola la Convención Europea de los Derechos del Hombre, revirtiendo una decisión contraria de primera instancia”.
El tema de la conferencia no podía ser más adecuado a este tiempo de cuaresma. Siguiendo un método histórico-crítico, el Profesor Weiler se propuso analizar el contexto histórico, político, religioso y jurídico del juicio de Cristo por el Sanedrín, sobre todo desde el punto de vista procesal. Que tal análisis haya sido hecho al margen de la fe cristiana y, más aún, por un judío reconocido, dio a la intervención un especial interés y garantía, de partida, de la objetividad científica de sus conclusiones.
Mucho habría que decir sobre los resultados de la investigación histórico-jurídica del profesor Weiler, así como sobre sus interesantes, pero más discutibles, interpretaciones teológicas del proceso de Cristo. En su reputada opinión, ese proceso, cuyas repercusiones culturales van mucho más allá del ámbito confesional o meramente religioso, estableció tres principales consecuencias, que el jurisconsulto norteamericano consideró estructuran la cultura jurídica moderna, así como la civilización occidental. A saber: todas las personas, desde las socialmente más importantes hasta las aparentemente de más baja condición, tienen derecho a ser juzgadas; todos los juicios deben ser justos, o sea, realizados de acuerdo con las exigencias de la justicia y de las normas procesales vigentes; y todas las personas también las condenadas por los peores crímenes, tienen derecho a un tratamiento de acuerdo con la dignidad humana.
Estos principios pueden parecer demasiado obvios, incluso porque son práctica corriente en muchos países occidentales, especialmente Portugal. Con todo, estos axiomas son ignorados en muchos países del mundo donde, por sistema, los más poderosos no son responsables judicialmente; donde aún se hacen procesos sumarísimos, que atentan contra los derechos más elementales de los individuos; y donde no siempre los acusados, o condenados, son respetados en su dignidad personal.
A este propósito, recuérdese la incidencia moral de la reciente acusación del ex presidente de Brasil, sobre el cual recaen fuertes sospechas de varios crímenes; las condenaciones –recuérdese el caso de la paquistaní Asia Bibi, condenada a pena de muerte por supuesta blasfemia – y ejecuciones sumarísimas de cristianos y no solo, en países fundamentalistas islámicos; o incluso las condiciones infrahumanas a que se ven sujetos los terroristas detenidos en Guantánamo, no obstante las reiteradas promesas del jefe de estado norteamericano de cerrar un presidio que, manifiestamente, viola los más elementales principios humanitarios.
Para un cristiano, es natural que la verdad histórica sobre la muerte de Jesús de Nazaret, ciertamente la más importante de la historia de toda la humanidad, sea aún hoy recordada y celebrada. Pero Joseph Weiler no explicó por qué razón, dos milenios mirando sobre ese juicio y esa muerte, estos hechos, de cuya historicidad nadie duda seriamente, provocan las más apasionadas discusiones y polémicas entre los cristianos como, por ejemplo él mismo. En realidad, el nombre de Cristo aún hoy suscita enormes pasiones y odios intensos. Tal vez porque, como los que lo niegan no consiguen explicar por qué razón, dos mil años después, aún se habla tanto de Jesús de Nazaret… ¿¡Por eso, si hubiese sido un simple carpintero de una oscura población de Galilea, cómo comprender la increíble repercusión de su vida y muerte!?
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