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domingo, 5 de junio de 2016

El Gobierno, la libertad y la Iglesia



Las escuelas que mejor sirven al interés público no son, necesariamente, las estatales, ni las no estatales, sino aquellas que practican mejor educación.

Seis meses de gobernación ya han dado para percibir que el actual ejecutivo tiene una relación difícil con la libertad, principalmente en lo que se refiere a la educación.

Ciertamente, el actual gobierno ha evidenciado una mal disimulada apetencia por una enseñanza única, o sea, por el monopolio de la educación. De hecho la denuncia de los contratos de asociación con las escuelas de enseñanza no estatal tiende, obviamente, a provocar su desaparición. De este modo, se atenta contra la libertad del país, profesores y alumnos, sin siquiera evaluar la calidad de la enseñanza en cuestión, a no ser que esta medida gubernamental pretenda acabar con las escuelas no estatales porque, como se comprueba anualmente por los rankings, hacen, en general, más y mejor, con menos dinero.

Muchas veces se esgrime, a este propósito, el argumento del interés público. O sea: en la imposibilidad de apoyar todas las escuelas, el estado debe privilegiar las que tutela directamente, en la medida en que son las que mejor sirven a los ciudadanos en general. El problema es que las escuelas que mejor sirven al bien común no son, necesariamente, las estatales, ni las no estatales, sino aquellas que ofrecen mejor educación. Por tanto, la selección a realizar entre los establecimientos escolares no debe estar determinada por su condición de estatales o no estatales, ya que públicos son todos, sino por la calidad de su enseñanza, sea ella estatal o no, en régimen de una saludable concurrencia y libertad.

También se acostumbra a decir que, mientras la escuela no estatal es confesional, porque mucha de la enseñanza particular y cooperativa está promovida por instituciones católicas, la enseñanza estatal es neutra y laica. Tampoco es verdad, porque la enseñanza no estatal no siempre es confesional y la escuela estatal es todo menos neutral. En verdad, la educación promovida por el Estado obedece, por regla general, a una ideología laicista y relativista que, muchas veces, es hasta manifiestamente anticristiana, como sucede con muchos de los contenidos de la llamada Educación Sexual. Es razonable que, en las escuelas, se estudie el único autor portugués que recibió el Nobel de literatura, pero ya no es tan obvio, ni inocente, que, para el efecto, se exija la lectura de una obra tan profundamente anticlerical como “El Memorial del convento”. En verdad, mucho mérito ha de tener un alumno católico de una escuela estatal, si logra que su fe sobreviva a tan autoritario y violento ataque contra su creencia y libertad religiosa.

Pocos son, en efecto, los estudiantes que frecuentan una escuela estatal y que no tienen las ideas falsas y preconcebidas en relación a la religión cristiana y a su historia. Muchos, si no todos, ignoran que el cristianismo está en el origen de muchas bellezas artísticas, de innumerables descubrimientos científicos y de los más significativos avances sociales y culturales. La enseñanza estatal, en principio tan receptiva en relación a las opciones alternativas y a los programas políticamente correctos es, por lo general, intolerante con el cristianismo y con las verdades científicas e históricas que lo avalan, sino que contradicen los prejuicios laicistas. Sólo quien fuere muy ingenuo, o actúe de manifiesta mala fe, puede afirmar la neutralidad ideológica de la enseñanza estatal.

Es cierto que siempre hubo y continuará habiendo enseñanza estatal y de calidad, principalmente al nivel superior, como siempre hubo y habrá enseñanza no estatal mediocre. Pero también es cierto que, sin ceder en la exigencia de la calidad de la enseñanza, hay que defender la libertad de las familias en relación al tipo de educación que pretenden para sus hijos, como por otra parte exige la Constitución. Asfixiar, por vía económica, la enseñanza no estatal es, en la práctica, contrario a la concurrencia y a la calidad de la enseñanza y, lo que es peor, contra la libertad y los derechos salvaguardados en la ley fundamental.

Algunos dicen que los contribuyentes no pueden ser forzados a pagar, con sus impuestos, la enseñanza no estatal. En ese caso, aplicando también el principio de usuario/pagador, los que pagan la enseñanza no estatal deberían estar exentos de los impuestos que subsidian a la educación estatal. Nadie que ya paga la enseñanza no estatal, porque optó por ella, debería pagar también, con sus impuestos, la estatal, a la que no recurre, siendo por tanto víctima de una doble tributación fiscal.

En materia educativa, el gobierno actual, con el apoyo parlamentario de los partidos de extrema izquierda, también profundamente anticristianos, ha optado por una política contraria a la libertad. Es una opción a la que tal vez tenga, en democracia, derecho. Pero la Iglesia también tiene no solo el derecho sino el deber de interpelar a la conciencia ciudadana de sus fieles: ¿¡Puede un cristiano coherente votar en partidos que son favorables al aborto, la eutanasia, los vientres de alquiler, la ideología de género, etc. O sea, que van contra la vida y la familia!? ¿¡Es lícito, para un fiel católico, votar a un partido contrario a la libertad de educción!?

Por tanto, cuando un cristiano tuviere que pronunciarse políticamente, no podrá ignorar estos hechos, ni dejar de afirmar los principios irrenunciables del humanismo cristiano  y de la doctrina social de la Iglesia. Deberá también defender, con su voto, el más esencial y amenazado bien social: La libertad, “uno de los más preciados dones que –en el sabio decir de Cervantes- el cielo dio a los hombres”.

NOTA: A propósito de la crónica anterior, “Cuando la ciencia cree en milagros…” téngase en cuenta que, también en la Iglesia de San Antonio, en Sokolka, en el nordeste de Polonia, aconteció, el 12 de octubre de 2008, un hecho semejante. Era además a este acontecimiento al que se referían las citadas palabras del Prof. Sulkowski, las mismas también se pueden aplicar, con propiedad, al milagro eucarístico de Legnica. Por eso, tanto en Solka como en Legnica, “si el milagro se atribuyese a una bacteria, lo material se habría desintegrado, fragmentado y mudado de aspecto”, lo que manifiestamente no se verificó en ninguno de los dos milagros científicamente comprobados (cfr. Um novo milagre eucarístico em Legnica, edição da Associação Mater Dei, Elvas 2016, págs. 26 e 27, nota 1).


http://observador.pt/opiniao/o-governo-a-liberdade-e-a-igreja/

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