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domingo, 30 de abril de 2017

Fátima (1): ¿Apariciones o visiones?



En Cova da Iria los pastorcitos tuvieran visiones y no apariciones, pero el valor no es menor porque, como señaló Benedicto XVI, las visiones tienen una fuerza de presencia tal que equivalen a la manifestación externa sensible.

Todavía no ha sido el centenario de la primera aparición de Nuestra Señora en Fátima y ya abundan las alegaciones ‘desmitificadoras’ del fenómeno ocurrido en Cova da Iria, ahora reducido a una mera narrativa, que cada cual interpreta según su parecer. Los hechos ocurrieron del 13 de mayo al 13 de octubre de 1917, teniendo por protagonistas a tres niños: los hermanos Francisco y Jacinta Marto, que el papa Francisco va muy felizmente a canonizar el próximo día 13, y la prima de ellos, Lucía dos Santos, que fue la relatora de las apariciones.

Para algunos, todo aquello no pasó de un mero embuste político religioso, para el que fueran engañadas unas criaturas analfabetas que, a cambio de a saber qué cosa, se prestaron a ser videntes de absurdas apariciones celestiales. Para otros, es evidente que la maniobra tuvo mano clerical e intención marcadamente antirrepublicana, en tiempos en que la Iglesia Católica era ferozmente perseguida por los Alfonsos Costas de este país. También los hay que, aún afirmando ser fieles, miran con desdén este tipo de fenómenos, que reprueban en nombre de su impoluta racionalidad, más libre pensadora que verdaderamente católica. Es motivo para preguntar: ¿al final, en qué quedamos?

Quien lea las memorias de la Hermana Lucía, la vidente que sobrevive y relató los acontecimientos extraordinarios ocurridos en Cova da Iria en 1917, percibe de inmediato que, si alguna presión sufrieron aquellas tres criaturas, sea por parte del párroco, sea aún por parte de las familias – ¡que, al efecto, hasta recurrieron a vías de hecho!- fue precisamente en el sentido de obligarlas a desmentir las apariciones. También las celosas autoridades públicas hicieron de todo para obligar a los videntes a desdecirse o, por lo menos, revelaron el secreto que les había sido dicho por su celestial interlocutora.

La propia Iglesia portuguesa, desde el principio, no reaccionó positivamente a las apariciones. Sólo el 13 de mayo de 1922 se inició la investigación canónica relativa a los acontecimientos de Fátima, que concluyó ocho años y medio después, el 13 de octubre de 1930, con la aprobación del culto y de las apariciones, que no constituyen, con todo, materia de fe.

En este sentido, el Padre Anselmo Borges, en entrevista al Expreso, el 16-4-2017, afirmó: “Puedo ser un buen católico y no creer en Fátima, porque no es un dogma”. Es verdad que Fátima no es, y nunca podrá ser, un dogma, pero es poco probable que pueda ser un “buen católico” quien no acepte el veredicto de la jerarquía eclesial en relación a las apariciones, incluso porque la totalidad del mensaje atribuido a la ‘Señora más brillante que el sol’ es de una total e irreprensible coherencia evangélica. Además, ninguna revelación particular, como es el caso, puede ser reconocida por la Iglesia si no fuera absolutamente coincidente con la fe católica.

El P. Anselmo Borges igualmente declaró: “Es preciso también distinguir apariciones de visiones. Es evidente que Nuestra Señora no se apareció en Fátima. Una aparición es algo objetivo. Una experiencia religiosa interior es otra realidad, es una visión, lo que no significa necesariamente un delirio, pero es subjetivo”.

La distinción entre apariciones y visiones no es ninguna novedad pues, como recordó Benedicto XVI, cuando era Cardenal Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, “la antropología teológica distingue, en este ámbito, tres formas de percepción o “visión”: la visión por los sentidos, o sea, la percepción externa corpórea; la percepción interior; y la visión espiritual (visio sensibilis, imaginativa, intellectualis). Es claro que, en las visiones de Lourdes, Fátima, etc, no se trata de percepción externa normal de los sentidos: las imágenes y las figuras vistas no se encuentran fuera en el espacio circundante, como está ahí, por ejemplo, un árbol o una casa. Esto es bien evidente, por ejemplo, en el caso de la visión del infierno (descrita en la primera parte del “secreto”, pero se puede fácilmente comprobar también otras visiones, sobre todo porque no eran captadas por todos los presentes, sino solo por los “videntes”. De igual modo, es claro que no se trata de una “visión” intelectual sin imágenes, como acontece en los altos grados de la mística. Se trata, por tanto, de la categoría intermedia, la percepción interior que, para lo evidente, tiene una fuerza de presencia tal que equivale a la manifestación externa sensible” (Cardenal Joseph Tatziner, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, comentario teológico, en el Mensaje de Fátima, 26-6-2000
Siendo así, no ofrece duda que, de hecho, Nuestra Señora no apareció, en sentido técnico, en Cova de Iria. Que se haya tratado de una visión y no de una aparición no permite, con todo, afirmar que fue, como dice el P. Anselmo Borges, solo una “experiencia religiosa interior” de los videntes, ni que, no siendo “necesariamente un delirio”, habría sido algo meramente “subjetivo”.

Benedicto XVI, en su ya citado comentario teológico al mensaje de Fátima, aclara: “Este ver interiormente no significa que se trate de fantasía, que sería solo una expresión de la imaginación subjetiva. Significa, antes bien, que el alma recibe el toque suave de algo real pero que está más allá de lo sensible, volviéndose capaz de ver lo no sensible, lo no visible a los sentidos; una visión a través de los “sentidos internos”. Se trata de verdaderos “objetos” que tocan el alma, aunque no pertenezcan al mundo sensible que nos es habitual”. Aténgase a los términos usados por el Cardenal Ratzinger para describir las ‘arici0ones’ de Fátima: no “se trata de fantasía”, ni de “una expresión de la imaginación subjetiva”, sino de “algo real”, de “verdaderos ’objetos’”!

Prosigue Benedicto XVI, en su Comentario Teológico: “Como dijimos, la “visión interior” no es fantasía –al contrario que el término ‘visión imaginativa’, usado por D. Carlos Azevedo, en su entrevista a Público, el pasado día 21, podría llevar a creer –“sino una verdadera y propia manera de verificación. Lo hace, sin embargo, con las limitaciones que le son propias. Si, en la visión exterior, ya interfiere el elemento subjetivo, esto es, no vemos el objeto puro sino este nos llega a través del filtro de nuestros sentidos que tienen que operar un proceso de traducción; en la visión exterior, eso es aún más claro, sobre todo cuando se trata de realidades que por sí mismas sobrepasan nuestro horizonte.

Nada tiene de sorprendente este esclarecimiento si se tuviera en cuenta que, también en el Evangelio, se recurre con frecuencia a metáforas que facilitan la comprensión de los misterios de la fe: es obvio que el infierno no puede ser fuego, ni el cielo un banquete y, cuando Jesús dice que él es “la vid verdadera” (Jn 15,1), no se atribuye a sí mismo una naturaleza vegetal, sino que solo sugiere que, de la misma forma que los sarmientos están unidos al tronco y de él reciben la vida, así también los cristianos en gracia están injertados en Cristo, de quien les viene la energía que alimenta su vida sobrenatural.

 “Esto” –prosigue el Cardenal Ratzinger- “es patente en todas las grandes visiones de los santos; naturalmente vale también para las visiones de los pastorcitos de Fátima. Las imágenes delineadas por ellos no son en modo alguno mera expresión de su fantasía, sino fruto de una percepción real de origen superior e íntima”. Por tanto,  si se trata, como explica Benedicto XVI, de una “percepción real de origen superior e íntima” y “no solo expresión de alguna mera expresión de su  (de ellos, los pastorcitos) fantasía”, se impone una conclusión: su valor no es menor que si se hubiese tratado, en sentido técnico, de auténticas apariciones, pues “tiene fuerza de presencia tal que equivale a la manifestación externa sensible”. Razón que explica también que la Conferencia Episcopal Portuguesa, en su nota pastoral sobre el centenario de Fátima (Fátima, Señal de Esperanza para nuestro tiempo, Carta Pastoral en el centenario de las Apariciones de Nuestra Señora en Fátima, 2016) mantenga el uso del término “apariciones”, no siendo incluso técnicamente el más preciso. También el inquilino se refiere a la casa como siendo suya, aunque jurídicamente no sea su propietario.

Como sintetizó el entonces Cardenal Secretario de Estado, Ángelo Sodano, en la celebración eucarística de la beatificación de Jacinta y Francisco Marto, en Cova da Iria, el 13-5-2000, presidida por San Juan Pablo II, “la visión de Fátima se refiere sobre todo a lucha de los sistemas ateos contra la Iglesia y los cristianos y describe el sufrimiento enorme de los testimonios de fe del último siglo del segundo milenio. Es un víacrucis sin fin, guiada por los Papas del siglo XX.


 http://observador.pt/opiniao/fatima-1-aparicoes-ou-visoes/

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