sábado, 6 de mayo de 2017
Una reflexión personal. (Referente esencial)
La sociedad, el mundo, son realidades muy
complejas, nadie lo duda, ni lo ignora. Aunque hemos alcanzado un enorme
desarrollo, generación tras generación, a lo largo de la historia, siempre
destacamos lo peor, lo mal que está, los desequilibrios y desigualdades
disparatadas e hirientes que lo desfiguran, convirtiéndolo en un lugar
inhóspito para millones de personas, en todos los tiempos, pero sobre todo en
nuestros días, cuando un día, para muchos, se hace interminable. Vemos al mundo
de hoy que avanza desbocado, azuzado por el odio, despreciando y atropellando a
su paso todo lo que encuentra, destruyendo incluso civilizaciones
laboriosamente construidas, con el esfuerzo y deseo de mejora de generaciones y
generaciones.
Este modelo de progreso es, cada día,
más artificial y mecánico, habiendo llegado al grado de “progreso
ensimismado”. No responde a necesidades reales humanas, sino que disfruta
creando y recreándose a sí mismo, anticipándose incluso a las realidades
materiales y humanas. Menosprecia su función principal: satisfacer las
necesidades reales, individuales, familiares, colectivas, de los seres humanos,
de todos, sin excepción. Ese es el ideal y el referente principal: el bien
común, que alcanza a cada ser humano, según sus capacidades y necesidades, bien
regulado, bien administrado. Tarea para la cual se debe preparar y escoger a
los mejores gestores, los más justos, los más imparciales e insobornables, si
de verdad queremos progresar razonablemente, con seguridad, evitando retrocesos
peligrosos.
Pero ese referente ideal, el ‘bien común’,
necesita un soporte muy fuerte, un anclaje insobornable, incuestionable, que
sea asumido y respetado por todos a la vez. A mí me sirvió durante algún tiempo
el “mundo de las ideas” de Platón, cualquiera podría entender que el Bien, la
Verdad, la Luz, son ideas madre, capaces de atraer y sustentar formas de gobierno
y conductas particulares ejemplares, que a la vez que nos perfeccionan
individualmente redundarían en beneficio propio, de otros y de todos.
Pero frente a este ideal, que en cada
época se ha expresado y vivido de diferentes maneras, siempre combate una
fuerza bruta, egoísta; peor aún, malvada, que solo busca el mal por el mal, y
lo hace desde siempre. Cierto que le ha resultado imposible impedir, y lo
ha intentado a lo largo de la historia hasta desencadenar dos (o tres) guerras
mundiales, que disfrutemos de un enorme desarrollo material, y de sociedades
más o menos democráticas y justas, capaces de ir dando respuestas a las
necesidades vitales de un número creciente de personas. Hoy, por ejemplo,
podemos hablar de “Estado del bienestar” (a pesar de la crisis), en las
sociedades más desarrolladas, y dicen las estadísticas que hay menos pobres en
este mundo globalizado.
Como el conocimiento del “mundo de las
ideas” no me bastaba ya para garantizar un desarrollo duradero, quiero
convencerme de que debe haber otra fuerza invencible a favor del ser humano: el
Amor. Un amor puro, gratuito, sin límites. Pero, ¿Dónde podremos
cimentarlo? Tiene que ser un cimiento diamantino, puro, inalterable; y no
solo una idea. El único que puede colmar esas aspiraciones tiene que ser un ser
absoluto, dueño de sí mismo, coherente, incontaminado, que da la vida, la
mantiene y es capaz de regenerarla.
Ese ser supremo, inconmensurable,
inagotable, infinitamente amable solo puede ser uno: Dios. Un Dios que se hace
hombre, que nos muestra el camino para volver a Él, a través del sacrificio de
su propio Hijo. Podemos ser salvados, debemos querer ser salvados, reconocer
que nuestras limitaciones exigen un complemento para alcanzar la plenitud, que
no está en nosotros mismos. Es tan sencillo, que solo los limpios de corazón,
los humildes, los que saben distinguir lo esencial de lo superfluo, son capaces
de entenderlo, aceptarlo y dar incluso la vida por él, si fuera preciso, como
han hecho a lo largo de la historia, y en la actualidad siguen haciendo los
numerosos mártires contemporáneos en distintas partes de la tierra. ¡Gloria y
honor a estos elegidos que nos alumbran con su testimonio! OM
Acerca de Octovilo Mateos Matilla
Mi nombre es Diego Fernando García, soy el administrador del Pensamiento Serio.
Soy un lector de filosofía, libros que hablan de pensamiento humano, mi corriente filosófica es: neo-realismo analógico.
Escritor de blog, artículos, creador del proyecto «pensamiento serio» Es un sitio de filosofía sociedad y religión católica. Con recursos como: texto, imagen, audio , vídeo, diapositivas y diferentes formatos adaptados a este espacio.
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