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sábado, 24 de junio de 2017

¡El Diablo existe... gracias a Dios!



Nuestras representaciones del diablo son ‘figuras simbólicas’, pero no el mismo demonio, cuya realidad y actuación son verdades de fe reveladas en la Biblia.

No es de extrañar que, en un mundo secularizado, se dude de la existencia de ángeles y demonios. Pero es más sorprendente, cuando no escandaloso, que sacerdotes católicos, algunos incluso con gran responsabilidad en reconocidas y beneméritas instituciones de la Iglesia, pongan en duda su realidad y acción. Es lo que parece haber sucedido cuando, en la edición del 1 de mayo pasado del periódico español El Mundo, se refería al diablo como si fuese una creación humana, simbólica del mal.
Las polémicas afirmaciones fueron las siguientes: “bajo mi punto de vista, el mal forma parte del misterio de la libertad. Si el ser humano es libre, puede escoger entre el bien y el mal. Nosotros, creemos que fuimos creados a imagen y semejanza de Dios, por lo tanto Dios es libre, pero Dios siempre escoge hacer el bien, porque es todo bondad. Hemos hecho figuras simbólicas, como el diablo, para expresar el mal. Los condicionamientos sociales también representan esa figura, pues algunas personas se comportan así porque están en un ambiente donde es muy difícil hacer lo contrario”.

A pesar de todo se ha aclarado después que el autor de esa ambigua declaración “cree en lo que cree la Iglesia”, tal vez persista la duda sobre lo que la Iglesia realmente cree en relación al demonio, así como sobre la libertad de los fieles sobre esta materia. O sea: ¿Existe realmente el diablo? En caso afirmativo, ¿su existencia no contradice la perfección y bondad de Dios? Y aún más: ¿Puede un católico disentir de las enseñanzas de la Iglesia sobre este aspecto en particular?

La fe de la Iglesia, aunque sea personal en cada uno de sus fieles, es objetiva y universal, o sea, está determinada por la Biblia y por la Sagrada tradición, según el magisterio eclesial, intérprete auténtico de la revelación sobrenatural. Los fieles son muy libres de serlo o no, pero o en relación al contenido de la fe: no se puede ser católico ‘a la carta’ o ‘a voluntad de feligrés’, sino solo en la Iglesia y según su doctrina. Todos los católicos están obligados, por una cuestión de la más elemental coherencia, a profesar todas las verdades de fe que forman parte de la doctrina cristiana. Como decía San Juan pablo II, quien no cree en el demonio, no cree en el Evangelio. Negar, consciente y voluntariamente, una verdad de fe es un acto herético, que implica la excomunión, o sea la exclusión de la iglesia. Como no todas las cuestiones teológicas están decididas de forma definitiva, hay libertad de opinión entre los católicos en relación a esos preceptos doctrinales no definidos dogmáticamente, pero no en relación a los que, por el contrario, forman parte integrante del depósito de la fe.

Entre estos contenidos esenciales sobre los cuales no es lícito a ningún católico no estar de acuerdo o dudar, está precisamente la afirmación de la existencia de Dios, que es uno solo en trinidad de personas y cuya única esencia es el amor. Como muy acertadamente se escribía en el Mundo, “nosotros, cristianos, creemos que fuimos creados a imagen y semejanza de Dios, por tanto Dios es libre, pero Dios siempre escoge hacer el bien, porque es todo bondad”. Lo que se pone en cuestión es, entonces,  la existencia del mal: si Dios “es todo bondad”, ¡¿cómo se explica la realidad del mal?! ¡¿Si los hombres fueron creados a imagen y semejanza de Dios, que “es todo bondad”, cómo se entiende la maldad humana?!

La respuesta proviene de otra realidad, a la que se aludió también en el mismo texto: la libertad. Dios es libre y, por eso, su libertad es indefectible en la elección del bien. Las criaturas inteligentes por Él creadas, como los ángeles y los hombres, son también libres pero, como son seres limitados, su libertad no es infalible. Quiere esto decir que, aunque están natural y sobrenaturalmente  inclinados al bien, pueden, por defecto, optar por el mal, mientras su conocimiento y voluntad fueran imperfectos. Así se explica que algunos ángeles se hayan condenado, así como algunos hombres, aunque creados a semejanza de su Creador. El pecado es la opción consciente y voluntaria del mal, que es irreversible por la condenación eterna. Los demonios y las almas que están en los infiernos ya no se pueden arrepentir, y los ángeles y los santos ya no pueden pecar, no porque hayan dejado de ser libres, sino porque su libertad ha dejado de ser imperfecta, precisamente por la gracia de la bienaventuranza celestial.

En este sentido se deben entender tan polémicas declaraciones:”Hemos hecho figuras simbólicas, como el diablo, para expresar el mal”. O sea, nuestras representaciones del diablo son de hecho ·figuras simbólicas”, pero no el propio demonio, cuya realidad y actuación son verdades reveladas en las Sagradas Escrituras. Como se afirma en el Catecismo de la Iglesia Católica: “el Mal no es una abstracción, sino que designa a una persona, Satanás, el Maligno, el ángel que se opone a Dios” (nº2851). A veces se dice que alguna persona o cosa ‘es el diablo’, para así expresar que algo o alguien, es muy malo, pero es obvio que esas expresiones tienen que ser entendidas en sentido figurado; del mismo modo como cuando se dice de alguien que ‘es un ángel’, porque es muy bueno, o que un estado de mucha felicidad ‘es el cielo’.

El demonio es real, existe y actúa... ¡gracias a Dios! Afortunadamente, también él está bajo el poder del Creador, como criatura que es: todos los seres están bajo el poder de Dios, único Señor del universo. Por eso, el creyente sabe que, a pesar de no poderlo negar, sin caer en herejía e incurrir en la perspectiva de excomunión, la existencia y acción del demonio, no debe temerlo, porque más puede, de hecho, el amor de Dios.

Bien vistas las cosas, la existencia del demonio es incluso bastante positiva, porque es prueba de nuestra libertad, el mayor don de Dios a la humanidad, creada a su imagen y semejanza. También es una muy gratificante explicación para el mal que descubrimos en nuestro corazón, como reconocía un converso que, antes de ser católico, pensaba que las tentaciones eran expresión de su maldad intrínseca y, por eso, se detestaba a sí mismo. Cuando supo que, al final, eran cosa del diablo, quedó tan aliviado que dice que, la existencia del demonio y de las tentaciones, son de las verdades más consoladoras de la fe cristiana!

Nota final: sentido pésame a las familias de las víctimas de los incendios, así como una palabra de solidaridad para cuantos en él perdieron todos sus bienes. Por ambos he rezado mucho especialmente en estos días. Hago también míos los votos de todos nosotros: ¡es necesario que tragedias de esta naturaleza no sucedan nunca más!

http://observador.pt/opiniao/o-diabo-existe-gracas-a-deus/

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