P. Gonzalo Portocarrero de Almada
Si a la mujer del César no le basta ser honesta, pues debe parecerlo, con más razón la Iglesia, esposa de Cristo, debe rechazar los revisionismos históricos.
Martín Lutero, que tradicionalmente fue tenido, por la Iglesia católica, como el heresiarca responsable de la separación de los cristianos que, siguiéndolo, abandonaron Roma, es ahora considerado por algunos católicos como alguien providencial, como si hubiese sido el instrumento del Espíritu Santo para la reforma de la Iglesia católica. Así lo dio a entender el secretario general de la Conferencia Episcopal italiana, Nuncio Galantino, cuando, en octubre pasado, en la romana Universidad Lateranense, afirmó que “la reforma iniciada, hace quinientos años, por Martín Lutero, fue un acontecimiento del Espíritu Santo”.
Es verdad que todos los acontecimientos, también los negativos, son de algún modo consentidos por el Espíritu Santo, como expresamente afirma San Pablo, cuando dice que todas las cosas contribuyen al bien de aquellos que Dios ama (cf. Rm 8, 28). El creador escribe derecho con lineas torcidas, pero no se puede imputar a la providencia divina los pecados y miserias humanas. Gracias a pasión y muerte de Jesucristo, se dio la redención de la humanidad, pero es obvio que tal efecto sobrenatural no absuelve a los verdugos del Redentor: Judas Iscariote, el Sanedrín, Poncio Pilato, etc. Lo mismo puede decirse, mutatis mutandis,de la 'reforma' luterana: aunque haya sido la ocasión propicia para un posterior esclarecimiento, por el Concilio de Trento, de algunos aspectos dela doctrina católica, no se pueden ignorar los efectos catastróficos del cisma provocado por Lutero.
El cardenal Gerhard Müller se opone a este revisionismo histórico, en un artículo ahora publicado en 'La Nuova Bussola Quotidiana'. Para este prelado, la 'reforma' luterana “tuvo un efecto contrario a la voluntad de Dios”: desde el punto de vista de la doctrina católica, dicha 'reforma' luterana no fue tal, “sino una auténtica revolución de la doctrina de la Iglesia”.
Es verdad que muchos historiadores tienden a justificar a Martín Lutero, porque luchó contra el abuso de las indulgencia y denunció las malas costumbres que entonces se vivían en la corte pontificia. Pero, como aclara el Cardenal Müller, “abusos y comportamientos indignos hubo siempre en la Iglesia y también los hay hoy. Somos una Iglesia que es santa por la gracia de Dios y por los sacramentos, pero todos los hombres de la Iglesia son pecadores y, por eso, todos necesitan del perdón, de la contrición y dela penitencia”. Si Lutero se hubiese limitado a predicar la reforma moral, o a censurar los vicios de algunos de los cristianos de su tiempo, habría sido, por eso, un venerable reformador, como nuestro beato Fray Bartolillo de los Mártires, arzobispo de Braga y figura importante del concilio de Rento. Desgraciadamente, Lutero quiso emprender un cambio radical de la doctrina cristiana, alterando sustancialmente el modo como, hace más de mil quinientos años, se creía y viví la fe cristiana, dando así origen a una experiencia religiosa inédita, divergente de la tradición eclesial.
A propósito de ‘De captivitate Babylonica ecclesiae’, que Martín Lutero escribió en 1520, Gerhard Müller dice: “es absolutamente claro que Lutero abandonó todos los principios de la fe católica en relación a la Sagrada Escritura, a la Tradición apostólica, al magisterio del papa, a los concilios y al episcopado. Se opone [...]a la noción católica del sacramento, como señal eficaz de la gracia contenida en él, sustituyendo la eficacia objetiva de los sacramentos por una fe subjetiva”.
No se piense, con todo, que esta intervención del cardenal Müller se opone al movimiento ecuménico, tan fuertemente incentivado por el Concilio Vaticano II y por todos los papas del post concilio, especialmente el Papa Francisco. “Ciertamente -se reconoce en este artículo- pasaron quinientos años y no es hora de fomentar polémicas sino de buscar la reconciliación, aunque no a costa de la verdad. […] Si, por un lado se debe reconocer la acción del espíritu Santo en los cristianos no católicos que personalmente con cometieron el pecado de la separación de la Iglesia, por otro no se puede cambiar la historia sobre lo que aconteció hace 500 años. Una cosa es tener el deseo de mantener buenas relaciones con los actuales cristianos no católicos […], pero otra muy diferente es la incomprensión o falsificación de lo que aconteció hace 500 años y de su efecto desastroso, contrario a la voluntad de Dios”, la cual es, obviamente, la unidad eclesial ( cf. Jn 17, 21).
A su vez, D. Manuel Clemente, Cardenal Patriarca de Lisboa y presidente de la Conferencia episcopal Portuguesa, considera a Lutero como “una gran fuente de inspiración”, porque “procuraba volver a las fuentes bíblicas directamente”. Aunque no pretendiese provocar una ruptura en la Iglesia, la verdad es que fue responsable del cisma que, desde entonces, divide a los cristianos y que, desgraciadamente, aún no fue superado.
Cristo quiere la unidad de todos los que creen en él, pero en la verdad. Escamotear la historia, incluso aunque sea con un loable propósito ecuménico, no es aceptable. San Pablo exhortaba a los primeros cristianos a la práctica de la caridad en la verdad (Cf. Ef 4, 15). Si a la mujer del César no le basta con ser honesta, ya que debe también parecerlo, con mayor razón la iglesia, esposa de Cristo, debe rechazar los revisionismos históricos, no solo por ser contrarios a la verdad, sino también porque van contra la tan deseada unidad de los cristianos.
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