Opinión de JOSÉ LUÍS NUNES MARTINS
Nuestra inteligencia nos hace creer que siempre conseguimos evaluar las posibilidades a nuestra disposición, escogiendo después aquella que consideramos mejor.
Creer que hay sentidos que nos sobrepasan es algo de elemental humildad. ¿Por qué razón tendrían que caber los misterios del mundo en nuestras cabezas?
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Nos engañamos a nosotros mismos, a veces sin darnos cuenta. Es curioso que no aprendamos a dudar más de nuestras opiniones respecto a todo lo que nos rodea.
¿Hacemos lo que queremos o debemos?
Muchas veces la voluntad se confunde con los apetitos (impulsos naturales y básicos para la satisfacción casi ciega de necesidades primarias) y con los deseos (pulsiones de componente emotiva y que procuran satisfacer una atracción que no proviene de la razón).
Ser libre no es ser esclavo del deseo, tampoco de los apetitos. Ser libre es saber que no hay otro destino a no ser aquel que nuestras manos determinen. Aceptar los sacrificios de la misión forma parte del heroísmo de luchar por lo mejor.
Querer es aceptar las consecuencias de lo que se quiere.
En ese sentido, el mayor enemigo de cualquiera de nosotros es la mala voluntad.
Por la voluntad vencemos las adversidades. No es la intención donde está la diferencia, sino la decisión y la determinación con que se hacen las obras. ¿La medida de la voluntad? El esfuerzo y la disposición de que se es capaz, en particular la paciencia de afrontar el tiempo en que el bien se demora, sin perder la convicción.
La voluntad está en torno a la raíz del talento. De cualquier talento. Sin voluntad, ningún talento llega a concretarse.
Hay muchas cosas que son independientes a nuestra voluntad y que escapan a nuestro entendimiento. Podemos tratar de encontrarles algún sentido, como si fuesen una voluntad mayor y, tal vez, mejor.
Tendemos a dudar más que a tener fe, a despreciar más que a admirar, a buscar más que a esperar, a pensar más en nuestra satisfacción que en amar. Pero somos libres. Siempre. Incluso delante del amor podemos volver las espaldas e irnos en buena hora.
Entreguémonos a la vida, cumpliendo lo que nos corresponde, aceptando que hay sentidos mayores y mejores que aquellos que somos capaces de concebir.
Quiera yo el mayor bien para mí, aunque no lo comprenda ni sea el más agradable.
Aprenda yo a creer, a admirar, a esperar y a amar.
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