sábado, 30 de diciembre de 2017
Historia de una Navidad diferente
La Navidad, en su versión comercial, es una historia muy sentimental, llena de paz, de amor y angelitos rechonchos, tocando el arpa y cantando hosannas. Pero no fue así hace 2017 años…
Cuando oímos hablar de Navidad, se nos cuenta siempre la misma historia romántica. Se habla de Jesús bebé y del matrimonio maravilloso, María y José. Se mencionan la vaquilla y el burrito, con diminutivos que hacen aún más tierna la escena. Los misteriosos Magos, venidos de Oriente, dan una nota de fantasía, digna de una mega producción de Disney, en cuanto a la adoración de los pastores introduce una nota ecológica, políticamente muy correcta, pues funde en el mismo amor el culto a Dios niño y a la devoción por la naturaleza.
Esta es, por así decir, la versión comercial de la Navidad: una historia sentimental, llena de paz, de amor y de angelitos rechonchos, tocando el arpa y cantando hosannas. Pero esta no es toda la historia que aconteció hace aproximadamente 2017 años…
De hecho, cuando Herodes supo del nacimiento del Rey de los Judíos, título Mesiánico al que era inherente a la realeza de Israel, decidió eliminar al usurpador. Al no saber su paradero, mandó matar a todos los recién nacidos en Belén de Judá. Jesús no pereció porque antes huyó, con María y José, a Egipto, donde permanecieron algún tiempo. Pero hubo niños que fueron asesinados en esa ocasión y, como murieron por Cristo, la Iglesia los venera como mártires.
No se sabe con certeza el número de víctimas de la furia asesina del tirano, pero se puede creer que fueron bastantes: casi todos los que habían nacido en Belén, en aquellos dos últimos años. José y María solo salvaron a Jesús, porque no sabían, ni pudieron prever, la matanza de los santos inocentes. La horrible muerte de aquellos niños tiñó, con sangre infantil, el misterio de la Navidad.
También ahora, la Navidad tiene una vertiente dramática, muchas veces ocultada en estos días de fiesta. El Evangelio, citando palabras de Jesús en la inminencia de su Pasión y muerte en la cruz, habla de la alegría del nacimiento de un niño: “La mujer, cuando está para dar a luz, siente tristeza, porque llegó su hora; pero, cuando da a luz un hijo, ya no se acuerda de su aflicción, con la alegría de haber traído un hombre al mundo” (Jn 17,21). ¿¡Pero, qué sucede cuando esa criatura no está sana y sin defecto!?
El hedonismo moderno se ha apropiado del odio de Herodes y, todos los años, siega la vida de millares de niños deficientes. Hay países en los que esos bebés ya no nacen, porque su muerte es provocada anticipadamente, por vía del llamado aborto terapéutico. En las naciones en que se ha aprobada la eutanasia, también se practica la eliminación selectiva de los recién nacidos con mal formaciones. Tal vez aquellos que, en un momento de desesperación, deciden poner término a la vida inocente de un niño discapacitado, antes o después de su nacimiento, tengan algún atenuante, no obstante la gravedad de ese acto homicida. Pero los padres que, conscientes de las anomalías del hijo en gestación, lo acogen con amor son, por lo general, verdaderos héroes.
Habrá quien piense que hay egoísmo en esa actitud, porque incluso para el propio menor sería preferible abreviar su sufrida existencia. Claro que, si así fuese, todas las vidas concebidas serían, en nombre de esa suposición, también eliminables, porque nadie puede garantizar, de antemano, que una nueva vida, física y psíquicamente normal, va a estar siempre exenta de sufrimiento. En realidad, la única forma eficaz de evitar el dolor es por la eliminación de la persona porque, donde hay vida, hay siempre esa posibilidad.
Por otro lado, una persona incapacitada no es, necesariamente, desgraciada. No obstante sus penosas circunstancias, si es amada por sus padres y demás familiares, estos niños también pueden ser felices en esta vida. Pero, aunque su infelicidad fuera por el propio sufrimiento y conscientemente, nada ni nadie está legitimado para suprimir su existencia. Por eso, la muerte provocada de un ser humano inocente, aunque estuviera enfermo, es siempre un asesinato, que ofende gravemente a Dios y ataca uno de los principios más sagrados de la convivencia social.
Mi amigo Pablo y su mujer sufrieron una terrible sacudida cuando supieron, por la ecografía, que su última hija padecía el síndrome de Dawn. El nacimiento de Gracinha fue, con todo, un momento de felicidad, aunque enturbiado por la aprensión causada por la deficiencia. Más tarde, cuando comenzó a manifestarse su personalidad, puso de manifiesto una extrema afectividad e, incluso, su alegría.
Los padres se dieron cuenta entonces que aquella hija no era una maldición de Dios, ni un castigo, sino un don y una bendición: si Dios les había dado aquel ser particularmente deficiente, era porque depositaba en ellos una enorme confianza. Cuando unos padres se ausentan durante una temporada y, por eso, tienen que distribuir la prole entre familias amigas, confían al más necesitado al matrimonio que más aprecian. Así hace Dios también, distinguiendo a los padres a quien concede esta gracia.
Por exigencias profesionales, Pablo tuvo que vivir un tiempo en el extranjero, a donde no pudo llevar a su familia. En su pequeño apartamento tenía, luego a la entrada, una sola fotografía: la de su hija más joven. Al fin del día, al llegar a casa, no le pesaba el cansancio ni la soledad porque, al mirar aquel retrato, se sentía acompañado por aquella que era, sin exageración, la alegría de la familia. Además, cuando venía a Portugal, para estar con la mujer y los hijos, Gracinha era siempre la que más fiesta le hacía.
Los santos inocentes no murieron en vano: su muerte por Cristo fue su triunfo y, por eso, la Iglesia los festeja como protomártires del cristianismo. También ellos son navidad porque, cuando el Hijo de Dios nació para el mundo, ellos nacieron para la eternidad. ¡Quiero creer que, en el cielo, hay una gloria especial para estos hijos predilectos de Dios, pero también para sus padres, hermanos y para cuantos los acogieron con la misma ternura y amor con que María y José recibieron a Jesús! ¡Santa Navidad!
http://observador.pt/opiniao/historia-de-um-natal-diferente/
Acerca de Octovilo Mateos Matilla
Mi nombre es Diego Fernando García, soy el administrador del Pensamiento Serio.
Soy un lector de filosofía, libros que hablan de pensamiento humano, mi corriente filosófica es: neo-realismo analógico.
Escritor de blog, artículos, creador del proyecto «pensamiento serio» Es un sitio de filosofía sociedad y religión católica. Con recursos como: texto, imagen, audio , vídeo, diapositivas y diferentes formatos adaptados a este espacio.
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