La sociedad actual tiene una perspectiva tan alejada de lo que son los valores que se cree capaz de determinarlos por la vía de las leyes.
Lo que separa el bien del mal no es lo mismo que separa lo legal de lo ilegal. Los valores fundamentales son intemporales, forman parte de nuestra identidad como seres humanos. No están sujetos a los cambios. Tratar de alterarlos es tan peligroso como insensato.
Hoy, muchos atentados contra la vida encuentran soporte en las leyes, que los justifican, e incluso los prescriben.
Son muchas las inseguridades, las oscuridades y las contradicciones cuando se debaten estas cuestiones. ¿Pero por qué razón, en estos casos, se prefiere la muerte?
La justificación del mal contra la vida es paradójico: de cara al sufrimiento, existente o posible, se prefiere ponerle fin inmediato. La sociedad solo solicita que alguien asuma la responsabilidad y exige a los demás que acepten el gesto sin comentarios negativos. ¡Si alguien prefiere la vida ante el sufrimiento, y elige enfrentarse a ese mal con el bien en que cree, ese sí, es condenado como si se tratase de un verdugo!
La vida está hecha de dolores. Sufrimientos profundos. No hay vida sin desdichas, por lo que su inevitable acontecimiento debía ser motivo para unirnos en la defensa del bien y no para tratar de acabar el mal con… un mal aún peor.
Matar es un mal, incluso en los casos en que las leyes defienden a quien lo hace.
La dignidad es el valor que nos llega por el hecho de ser libres, para el bien y para el mal. Quien elige el mal, se elige indigno de de su libertad. ¿Si una madre y un padre confían en las decisiones de un hijo que, después, en el uso de esa libertad, elige el mal, ¿Es que los padres deben alegrarse con la libertad de su hijo? ¿Es él responsable? ¿Y si lo que hace no viola ninguna ley de su país?
¿Qué tiene que hacer cualquiera ante una ley injusta? ¿Cumplirla por ser ley, o violarla por ser injusta?
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