El problema del mal está en la raíz de la realidad. ¿Es que todo lo que no es bueno es malo? ¿Es que el mal es nada más que una ausencia del bien y no algo concreto?
Más aún, ¿Es que el hecho de que existan distintas teorías sobre donde se pueda situar la línea que separa el bien del mal, eso significa que ella es maleable? ¿O es que no existe siquiera por sí solo, y es definida por cada uno de nosotros de acuerdo con nuestras convicciones? ¿O es que el mal nos induce a que huyamos de la evidencia de la diferencia, absolutamente, de lo que es bueno y de lo que es malo?
Hay quien cree que el mal no existe porque sobrepasa a la razón. Piensan que como no lo podemos comprender, es algo que no tiene lugar en la realidad. ¡Como si nada pudiese existir sin que el entendimiento humano lo abarque!
Es difícil demostrar la existencia concreta del mal, porque seduce y promete cosas agradables. La mentira, una de sus principales armas, puede llegar a ser mucho más encantadora y envolvernos de de tal forma que muchas veces suspiramos por ella, aunque sea en verdad uno de los peores engaños. Solo pretende que dejemos de ser quienes somos, quienes podemos y debemos llegar a ser, a fin de no vaciarnos del bien que es la raíz y el alimento de nuestra autenticidad.
La maldad es siempre más fácil que la bondad.
¿Dónde está el mal? Los males no están en el fondo de un calle cualquiera. Están en nosotros, por lo que el combate que entablamos con ellos es interior. El mal pretende que nos volvamos estériles, que no creemos, que no hagamos nada, que nos dejemos llevar y nos volvamos dependientes.
El bien está por encima de nosotros, cree en nosotros, pero necesitamos mucho esfuerzo y sacrificio para alcanzarlo. El mal está abajo, nos espera, vence siempre que nos dejamos caer, siempre que desechamos nuestros sueños, nuestra misión… siempre que renunciamos a luchar por ser quien somos.
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