Amar es darse al otro, sin esperar nada. Dedicarle tiempo y atención, dar lo mejor de nosotros, porque sí. Porque el sentido de la vida es ese, de dentro para fuera, del interior para el exterior, creando y construyendo.
Consumir es conquistar para sí, ceder a los apetitos más feroces. Querer tapar los vacíos de la existencia con cosas materiales. Cosas que en poco tiempo se degradan y destruyen, creando más y más deseos. Casi como un coche que, en cada estación de servicio, exige siempre más combustible que antes
La lógica del amor es cuidar del otro, sin ningún objetivo subyacente que no sea el de ser lo mejor que podamos ser, para otros y para nosotros mismos. Dar, porque es mejor que recibir. La generosidad es siempre mejor que el egoísmo necesitado.
El amor no se negocia. No se compra, no se vende, ni se cambia. Es gratuito. Si no fuera así, sería otra cosa diferente al amor, a pesar de que haya quien le de ese nombre.
¡Los egoístas se consumen y explotan el mundo de los otros! ¡No aman, a pesar de que digan que la instrumentalización de los otros es una forma de amar!
Las relaciones humanas se están volviendo consumistas. Se piensa más en aquello que se puede ganar con el otro que en lo que se puede dar. Algunos llegan a hacer análisis como si se tratase de un negocio, o sea, hacen perspectivas a medio y largo plazo si ese negocio concreto les puede, o no, ser lucrativo. Si las perspectivas fueran prometedoras, si se prevén ganancias, entonces se invierte.
¡Ahora bien, basta considerar que una madre siguiese esta línea de pensamiento y emoción con sus hijos, y la tendríamos por un verdadero monstruo!
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