Articulo escrito por Juan Carlos Monedero , Lic. en Filosofía por la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino
Introducción
Como es sabido, la inmediatez de las redes sociales
hace posible que se difundan muchas
ideas en pocos minutos, pero que la respuesta a estos planteos involucre
en cambio varias páginas. Contamos
pues con la benevolencia del lector.
En un reciente video1, el profesor
Jonathan Carlos Ramos (calvinista, docente en
la UCA, provincia de Salta, Argentina) ha hecho una descripción bastante
negativa del catolicismo,
comparándolo con el protestantismo. Puesto que están en juego nociones de filosofía y teología –nuestro
campo de estudio–, atendiendo a la difusión cada vez más creciente
en las redes sociales de sus videos,
y porque hemos compartido
–junto con el Lic. Dante Urbina– un espacio junto con el prof. Ramos en internet hace prácticamente un año2,
nos pareció oportuno intervenir. Pero sobre todo porque los juicios del profesor alimentan prejuicios
anticatólicos, que podrían dificultar que
los suscriptores de su canal –por lo general, protestantes– se acerquen a la Iglesia.
Con respeto por el prof. Ramos, a quien hicimos
llegar este artículo en primer lugar,
y descontando que cualquier equivocación suya se deba a una inadvertencia – y no a mala intención: son públicos y
reiterados sus reconocimientos a la Doctrina
Social de la Iglesia–, daremos
respuesta a las críticas.
I.
El catolicismo no enseña lo que
el prof. Ramos dice que enseña
El profesor describe a los católicos en general para
luego compararlos con los protestantes:
“Te dicen: Mirá, la
Iglesia (Católica) nos dice que esto es verdad, esto es verdad y esto es verdad, que esto es verdad, que esto es verdad, y esto es verdad. Como el
Magisterio Católico se mete también en cuestiones filosóficas y científicas, entonces es como que yo me hago católico y a priori
ya hay un montón de verdades que tengo que aceptar,
no importa si las entiendo o no. Es más, no importa si las acepto.
Las tengo que defender. Eh… Qué se yo: estar en contra
de esto y de aquello,
estar a favor de esto y aquello, aceptar esto y esto no, amar a estos y estos no, hacer esto, y esto no, creer esto y esto no. La actitud
de alguien que resolvió que algo es verdad sin haberlo entendido (es distinta a la actitud de quien sí lo entendió)…”.
Aclaremos, en primer lugar, que la Iglesia
Católica nunca enseñó a los católicos lo que el prof. Ramos le atribuye.
Nunca enseñó que los católicos
deban
amar a algunos y a otros no. Se manda amar
al prójimo, sin distinción, como puede leerse
en el Catecismo de la Iglesia3. La doctrina oficial ha recogido el
famoso adagio agustiniano: amar al pecador y odiar el pecado. Esto
es lo que siempre enseñó la Iglesia.
En segundo lugar, para la doctrina católica
oficial importa mucho que se entiendan las verdades de la fe. Son
muchos los casos para ejemplificar: los esposos juran sobre el altar educar cristianamente a su descendencia, “según la ley de Cristo y
de su Iglesia”4. La educación es un transmitir y, como nadie puede
dar lo que no tiene, los esposos no pueden educar a los hijos (cumpliendo sus promesas matrimoniales) si no entienden
lo que creen.
En el sacramento de la Confirmación, los cristianos
ratifican –ya con su propia razón y
voluntad– el deseo de sus padres al bautizarlos. Los padrinos de Bautismo deben instruir a sus ahijados
en el catolicismo. Pero también
los profesores de catequesis,
el sacerdote al pronunciar el sermón, los docentes de formación doctrinal en los colegios, escritores,
intelectuales, teólogos, obispos, cardenales, se ocupan precisamente de hacer entender la fe de la Iglesia. Es decir,
existe una gran cantidad de instancias dedicadas a volver
comprensible las verdades religiosas.
Más aún: a lo largo de la historia, la Iglesia también ha catequizado a través de las imágenes. Se intentó volver inteligible el misterio a través de la iconografía: las obras de arte de temática sacra –en sus distintos períodos: Románico, Bizantino, Gótico, Renacimiento, Barroco, etc.– tenían como finalidad dar a conocer la palabra de Dios, la vida de Cristo, la Virgen María, los santos y los mártires. También la pintura tenía un fin pedagógico. De hecho, quienes prohibieron este arte (que facilitaba la comprensión de la fe, especialmente en los iletrados) fueron paradójicamente protestantes. Iconos como la Virgen del Perpetuo Socorro5 así lo atestiguan:
5 Explicación: 1. Iniciales en griego de "Madre
de Dios". 2. Corona: fue añadida al cuadro original por orden de la Santa Sede en 1867 como tributo
a los muchos milagros obrados
por Nuestra Señora bajo la advocación del "Perpetuo Socorro".
3. Estrella en el velo de la Virgen: Ella es la
Estrella que trajo la luz de la luz al mundo en tinieblas, la Estrella que nos conduce al puerto seguro del Cielo. 4.
Inicial griega de "San Miguel arcángel", sostiene la lanza y la
esponja de la Pasión de Cristo. 5.
Inicial griega de "San Gabriel arcángel", sostiene la cruz y los
clavos. 6. La boca de María: es pequeña, indica recogimiento silencioso. En las Escrituras, Ella habla muy poco.
7. Los ojos de María: son grandes para todos nuestros problemas, vueltos siempre hacia nosotros. 8. Túnica roja: son
los colores que llevaban las vírgenes en los tiempos de Cristo. 9. Iniciales griegas de "Jesucristo". 10. Las
manos de Cristo: las palmas hacia abajo y dentro de las de su Madre, indican que las gracias de la redención
están bajo su custodia. 11. Fondo amarillo: símbolo del cielo, donde Jesús y
María están ahora entronizados. El
color amarillo también brilla a través de sus ropas, mostrando así la felicidad
celestial que puede traer a los
corazones humanos. 12. Manto azul oscuro. Es el color que usaban las madres en
Palestina. María es las dos cosas a
la vez: Virgen y Madre. 13. Mano izquierda: sostiene de manera protectora a
Cristo. Es una mano que consuela a
todo el que acuda a ella. 14. Sandalia caída: ¿Ha casi perdido Jesús su
sandalia corriendo hacia María en busca de consuelo
ante el pensamiento de su Pasión?
La
práctica bimilenaria de la Iglesia siempre ha procurado que las personas comprendan la fe de acuerdo a su capacidad. De hecho, para el Derecho Canónico de la Iglesia, no comprender en absoluto
las promesas matrimoniales es una posible causa
de nulidad matrimonial. Leemos en el Código: “Son incapaces de contraer matrimonio…
quienes tienen un grave defecto de discreción de juicio acerca de los derechos y deberes esenciales del
matrimonio que mutuamente se han de dar y aceptar”6.
Otro ejemplo de la importancia de la racionalidad en
la Iglesia lo constituye el procedimiento para validar milagros:
sólo se reconoce como “milagro”
el acontecimiento que supere un estricto análisis
racional: debe demostrarse acabadamente que el hecho tenido por extraordinario excede las leyes de la naturaleza.
Asimismo, si se sospecha acerca de una posesión
demoníaca, el exorcista ingresa en
escena cuando las explicaciones humanas del fenómeno están agotadas. Ninguna de estas tres
metodologías tendría sentido si los católicos simplemente debiésemos “creer sin entender”, como autómatas. La institución dispone
de numerosas instancias
destinadas a que los fieles comprendan lo que creen, y los contenidos destinados a creerse
pasan por un filtro racional. El programa oficial
católico no es fideísta ni voluntarista, como parece sugerir el profesor
Ramos en su video. Luego de despejar
este hombre de paja,
sigamos avanzando.
II.
Reconocimiento
Continúa el prof.
Ramos:
“A pesar de que en la fe hay un reposo en la autoridad –porque no todo lo que el cristiano entiende, lo entiende por la razón sino que mucho es por la autoridad–, el margen de espacio que tiene.
La autoridad en el catolicismo es mucho mayor
que en el protestantismo. El margen, cuantitativamente, es mayor. Es
decir: hay más cosas que en el catolicismo hay que creerlas por autoridad que
por la razón. En ese aspecto, la
diferencia es cuantitativa y no cualitativa. No hay una diferencia cualitativa porque nosotros, los protestantes, también tenemos que creer muchas cosas
que no podríamos explicar porque justamente no están basadas
en el principio de razón sino en el principio de autoridad. No hay que caer en esa falacia”.
Tomemos nota de este comentario: se admite que
también los protestantes aceptan
cosas “por autoridad y no por razón”, sólo que menos que los católicos. Y el profesor pide a los protestantes no caer
en la falacia de creer que ellos
están exentos de lo que observan
en católicos.
¿Es mayor el espacio
de la autoridad en el catolicismo que en el protestantismo?
Creemos que no, dado que –en definitiva– en el protestantismo, cada uno de ellos es su propia autoridad, cada uno es
–inconcientemente– su propio magisterio. Por eso fundan sus propias
iglesias, subdividiéndose más y más: cada uno es su propia norma,
como el propio Ramos reconoce.
En efecto, el protestante discute en la Iglesia la
autoridad que reivindica para sí mismo
sin darse cuenta. Al cuestionar toda jerarquía humana, no pueden menos que cortar la rama del árbol que también lo
sostiene a él. Si atarse a una autoridad humana
que defina lo que debe tenerse por revelado implicara una adhesión ciega y cuasi voluntarista –que es lo que parece sugerir el prof. Ramos–,
entonces los protestantes se encuentran al menos
en el mismo problema que los católicos.
III.
¿La Iglesia establece
verdades “a priori”?
Sigamos leyendo
a Ramos:
“Claramente, digamos, si
uno estudia al ‘sujeto católico’ en general, él ya tiene verdades que están disponibles como metas a las cuales hay que llegar, y usa la razón para justificar esas verdades que a priori
ya su Iglesia ha considerado como tales”.
En el lenguaje filosófico, considerar a priori algo
verdadero significa tenerlo por cierto sin razones
suficientes, sin un examen adecuado,
sin contrastarlo adecuadamente, sin contemplar con moderación
las razones en pro y en contra. Por eso,
cuando el profesor dice que “la Iglesia, a priori, considera que tal cosa es verdadera” está incurriendo en una descalificación. Lo peculiar es que el único apriorismo que vemos aquí es el del prof.
Ramos puesto que quien no ejemplifica es él,
no indica puntualmente a qué verdad de la Iglesia se refiere, no presenta un examen adecuado a sus oyentes, no lo contrasta
adecuadamente.
Por otro lado, Ramos dice que el católico usa
la razón “para” justificar esas verdades
establecidas por la Iglesia cuando, segundos antes, había criticado a los católicos
por no usar la razón. ¿En qué quedamos? Ambas no pueden ser verdaderas a la vez.
IV.
El mejor
protestante y el peor católico
Reproduzcamos nuevamente, para mayor comprensión de
nuestra respuesta, las palabras
del prof. Ramos:
“Claramente, digamos, si
uno estudia al ‘sujeto católico’ en general, él ya tiene verdades que están disponibles como metas a las cuales hay que llegar, y usa la razón para justificar esas verdades que a priori ya su Iglesia
ha considerado como tales ¿Por qué? Porque,
bueno, la Iglesia
Católica –de alguna
manera– mastica el conocimiento y, como es tutora, le da al católico las cosas masticadas. El católico no
tiene la mandíbula ejercitada en
masticar las cosas como lo debe tener un protestante, en ese sentido”.
Ante
todo, parece que Ramos compara al católico más básico posible con el protestante más entrenado en criticar. Para que la comparación tuviese significado,
se debería comparar al protestante medio con el católico medio, o comparar a los mejores de unos y otros. Pero
el prof. Ramos toma al protestante ideal
y nos pide que lo comparemos con un católico
genérico.
No hay duda de que el notable
apologista protestante William
Lane Craig vencería al católico medio en un debate
intelectual. Lo mismo podemos decir de César
Vidal o Will Graham, con quien hemos tenido el verdadero placer de debatir en controversia pública7. Ahora
bien, parece igualmente cierto que el notable escritor católico Juan Manuel
de Prada superaría al protestante genérico, como también Roberto de Mattei o el brillante teólogo brasileño Arnaldo Xavier da Silveira.
Es cierto que muchos bautizados católicos,
lamentablemente, no ejercitan su inteligencia
en el estudio sistemático de la fe (la mayoría, porque no son incentivados a ello). Sin embargo, para ser justos,
esta situación tiene lugar también en el mundo
protestante con notas quizás más fatales: hay templos donde los pastores
practican un exhibicionismo personalista que roza lo ridículo, hay ciertas denominaciones donde las personas quedan sometidas férreamente a los deseos del
pastor –que siempre se autodenomina tal–, muchas veces se invocan
falsos milagros, y en algunos
casos se suele abusar de la gente en nombre
del diezmo. En muchos templos
se enseña que las riquezas son signo de predestinación.
Por otro lado, si es cierto que la Iglesia “mastica”
el conocimiento para luego dárselo en papilla a sus fieles, no es menos
cierto que esta masticación no fue realizada por computadoras sino –precisamente– por insignes intelectuales católicos.
En efecto, dentro del mundo católico –tanto en la actualidad como en el pasado–,
abundan personas que incentivan el estudio y la comprensión de la fe. En su carrera de grado, seguramente el prof.
Ramos ha debido toparse con los textos de San Agustín,
Santo Tomás de Aquino. Le serán familiares los trabajos de intelectuales notables
como Pascal, Balmes,
el Cardenal Newman,
Chesterton, Sciacca, Pieper,
Maritain, Gilson, Sertillanges, entre otros. Son todos católicos de mandíbula ejercitada, que no merecen
ser invisibilizados.
La Argentina no se queda atrás: nuestro país ha
formado generaciones de eruditos que buscaron armonizar
la inteligencia con la fe, lejos de cualquier fideísmo
o voluntarismo, como por ejemplo los intelectuales de los Cursos de
Cultura Católica, a comienzos del siglo XX. Pero también
por sacerdotes eminentes
como Meinvielle,
Castellani, Petit de Murat y, más contemporáneos, Sáenz, Andereggen, Biestro,
Baliña, Bojorge. Todos ellos –con sus
libros y conferencias– vienen alimentando varias generaciones de católicos que hicieron uso de su
inteligencia en relación a la fe.
En el siglo XX, la nómina de intelectuales (nativos
y extranjeros) es prácticamente inacabable. Hacia mitad del siglo y posteriormente, florecieron argentinos como Casares, Komar, Genta, Sacheri. En el
extranjero, por la misma época,
estudiosos destacados como Garrigou Lagrange, Royo Marín, Fabro. Más cerca en el tiempo, figuras de renombre
internacional como el padre Loring, el padre
Carreira, Amerio, Mons. Gherardini, Mons. Schneider o el propio Cardenal
Ratzinger, más tarde Benedicto XVI.
En la Argentina, académicos como Caturelli (QEPD),
Hernández (QEPD), los hermanos Caponnetto, Castaño, Buisel, Mayeregger, Basterretche y otros, han formado miles de católicos con buena mandíbula ejercitada en masticar, para
usar los términos del prof. Ramos.
Católicos críticos del Mundo Moderno, que advierten en la Reforma
Protestante un eslabón
clave de la mentalidad racionalista e inmanentista.
No podemos decir que estos millares de católicos sean mayoría, no
lo son, pero tampoco merecen
ser invisibilizados por análisis parciales o caracterizaciones proclives
a la arbitrariedad.
V.
¿Hay que justificar cada paso que se
da?
Continuemos
examinando las palabras
del prof. Ramos:
“El protestante tiene mandíbula más dura porque tiene que
justificar cada paso que da. Cada protestante
–bueno– tiene que ser él mismo un teólogo. El protestante no puede refugiarse
en lo que dice la Santa Madre Iglesia Luterana, la Santa e Infalible
e Inmaculada Iglesia
Luterana sino que tiene que cuestionar. Tiene que cuestionar”.
El profesor reconoce que el protestante “tiene que
justificar cada paso que da”. Aquí estamos
en la médula del asunto.
¿Cuántas cosas puede uno justificar? La fe,
¿sería todavía “fe” si estuviese
justificada? Si hubiese una evidencia
racional de la fe,
¿acaso no desaparecería? En el acto de creer, ¿no interviene acaso la razón?
Ante todo, dejemos establecido que la persona que
cree en alguien –sea la Iglesia
Católica u otra autoridad–, ciertamente ve
que debe creer. Y en ese sentido, previo
al acto de creer, se da (explícitamente o no) un juicio absolutamente racional. En efecto, los apologistas católicos han
discernido cuatro momentos:
·
Puedo creer;
·
Debo creer;
·
Quiero creer;
·
Creo.
En efecto, en los dos primeros momentos
interviene la inteligencia: racionalmente juzgamos que podemos creer (esto es, que
ninguna de las verdades de la fe católica contradice alguna verdad natural conocida, y que la persona que se
presenta es digna de ser creída) y que debemos creer (esto es, que es moralmente obligatorio creerle a la Iglesia). Por lo tanto, en el acto de
creer están entrelazados juicios
racionales. Ya vamos advirtiendo que el asunto parece un poco más complejo que como se presenta
en el análisis del prof. Ramos.
Entonces, los dos primeros momentos son:
-
“Puedo creer”: a) estas verdades que la fe católica
propone no contradicen verdades que
yo conozco; b) esta persona que se me presenta como católica es digna de ser creída,
tiene autoridad;
-
“Debo creer”: es necesario que le crea a esta persona y a la Iglesia Católica que habla
en ella y por ella.
Por tanto, no todo acto de fe implica inmolar
la razón, no todo acto de fe merece ser tenido por credulidad. Para debates como estos, Chesterton explicaba que el
primer y más razonable acto de fe era la aceptación de la propia fecha de nacimiento. Y el sentido común nos dice
que, para operaciones matemáticas de alta complejidad, lo más racional
sería confiar en el resultado
presentado por un matemático destacado. Por eso decimos
que en el creer interviene la razón: inteligencia y fe no son compartimentos
estancos. Esto explica que, al adherirse el católico
a la Iglesia, no incurra en voluntarismo
o fideísmo alguno.
En otro orden de cosas, Ramos dice –y en esto
coincidimos– que el protestante “tiene que justificar cada paso que da”, lo cual es propio de un marco mental moderno, en el sentido filosófico de
la palabra. Estamos volviendo a Descartes, que
intenta justificar cada uno de sus juicios (como si todo debiera ser
probado). Pero, si todo se
justificara, entonces la fe desaparecería para dar lugar a la evidencia y ya no sería fe.
Refresquemos las palabras de Ramos:
“El protestante no puede refugiarse en lo que dice la Santa Madre Iglesia Luterana, la Santa e
Infalible e Inmaculada Iglesia Luterana sino que tiene que cuestionar. Tiene que cuestionar”.
Primero, los protestantes no pueden refugiarse en “la Santa e Infalible
e Inmaculada Iglesia
Luterana” porque hay miles de denominaciones luteranas. Segundo, como ellos no desean apelar al magisterio de la
Iglesia, se refugian en el magisterio
interno de su propia razón. Sin advertirlo, rechazan la obra de Dios (la Iglesia Católica) porque, en vez de
apoyarse en dos mil años de historia, quieren
volver a masticar todo desde
el principio. Como si la Patrística y la Escolástica no hubiese masticado todo esto antes que ellos. Como si la
evangelización dependiese de que cada
cristiano fuese teólogo. Como si la Iglesia primitiva –el modelo de los protestantes– hubiera estado llena de teólogos.
Como si todos tuviésemos que masticar
todo.
VI.
¿Sospechar de la verdad religiosa?
Sigue el prof. Ramos:
“Bueno: ¿Cómo se puede
habitar la verdad? Habitar la verdad desde verdades ya disponibles que están como metas a las cuales hay que adherir a
priori, sin un análisis previo, y sin la capacidad de sospechar de ellas, genera un sujeto pasivo, dogmático y fundamentalista,
que coloca la verdad a priori como fundamento
de algo a lo que hay que llegar y no se sabe muy bien por qué”.
Aquí el profesor hace una descripción poco simpática
del católico promedio, aunque pueda
ser cierta para casos particulares. Es cierto que hay personas que viven su fe católica “sin análisis previo”
pero también es cierto –y más
importante– que la doctrina
oficial de la Iglesia no manda esto. Antes bien, manda lo contrario. Dos mil años de historia y de
investigaciones humanísticas lo desmienten. Leemos en la encíclica Fides et Ratio, promulgada por el Papa Juan Pablo
II:
“La Iglesia, convencida de la competencia que le incumbe
por ser depositaria de la Revelación de
Jesucristo, quiere reafirmar la necesidad de reflexionar sobre la verdad. Por
este motivo he decidido dirigirme a vosotros, queridos Hermanos
en el Episcopado, con los cuales comparto la misión de anunciar «abiertamente la verdad» (2 Co 4,
2), como también
a los teólogos y filósofos
a los que corresponde el deber de investigar sobre los diversos aspectos de la verdad…” (punto 6).
El capítulo III de esta encíclica se titula Intellego ut credam, es decir, “entiendo para creer”. En los puntos 43 y
siguientes, el Papa menciona directamente a Santo Tomás de Aquino, el insigne teólogo de la Cristiandad Católica,
por quien el prof. Ramos ha declarado
su admiración en numerosos videos. Pues bien, fue justamente Santo Tomás quien hizo del lema Intellego ut credam el santo y seña de
su inmensa producción intelectual.
Ahora bien, la misma institución que el profesor
calvinista desacredita ha declarado
al Aquinate, a través del Papa en 1880, “patrono universal de los estudios católicos”. Ya tres siglos antes, en plena
explosión de la Reforma Protestante, Santo Tomás
fue designado “Doctor de la Iglesia” en 1567. Más aún: en el recinto donde estaban siendo juzgadas las tesis de
Lutero, se colocó un ejemplar de la Suma Teológica
de manera simbólica, junto con un ejemplar de la Biblia. Lo justo, por tanto, sería juzgar a una institución en base a sus normativas y posicionamientos institucionales. El profesor Ramos ha
podido leer al santo teólogo de Aquino gracias a los católicos y no a los protestantes:
fue la Iglesia Católica la que se encargó de
traducir y reproducir sus trabajos.
En otro orden de cosas, el creyente no tiene que
sospechar de lo que recibe de la
Iglesia (esto significaría sospechar de Dios). No hizo esto el de Aquino:
cuando él argumenta contra las
verdades religiosas –por ejemplo, en La
Suma Teológica–, no está
sospechando de Dios ni de la Iglesia. Todo lo contrario: se da el lujo de
pensar objeciones porque está seguro
de que debe haber alguna manera de resolverlas. Se trata de un fecundo ejercicio intelectual sostenido en la convicción íntima de que, dado
que la Iglesia revela la verdad que viene de Dios –quien no puede engañarse ni engañarnos–, tiene que existir alguna
forma racional de resolver cualquier crítica
dirigida a la verdad. Esta metodología se ha practicado por siglos en la Iglesia
Católica, y se enseña muchos seminarios todavía.
Por eso, porque el creyente no sospecha de Dios, enseña
Juan Pablo II en
Fides et Ratio que:
“la
fe es la respuesta de obediencia a Dios. Ello conlleva reconocerle en su divinidad, trascendencia
y libertad suprema. El Dios, que se da a conocer desde la autoridad de su
absoluta trascendencia, lleva consigo la credibilidad de aquello que revela. Desde la fe el hombre da su asentimiento a ese testimonio divino. Ello quiere
decir que reconoce
plena e integralmente la verdad de lo revelado,
porque Dios mismo es su garante” (punto 13).
VII.
El modo
protestante y el modo católico
Finalmente, el prof.
Ramos sostiene:
“El modo de habitar
protestante –que es aquel que a través de la filosofía de la sospecha, va horadando cada vez más su propia tradición y su propia autoridad– va
generando un sujeto que queda vacío y
dispuesto a la vulnerabilidad de lo venidero. Entonces: el modo de habitar protestante,
la verdad, ha devenido en el relativismo. Y el modo católico de habitar la verdad ha devenido
en el dogmatismo”.
Apreciamos este otro reconocimiento de que el hábito mental protestante genere relativismo. Sin embargo, “el modo
católico” de habitar la verdad no
tiene nada que ver con el dogmatismo,
como hemos mostrado. El modo católico tiene
su expresión acabada en Santo Tomás
de Aquino: que haya católicos que no sigan este camino, es otra cosa.
Finalmente, sólo cabe aclarar el siguiente concepto.
La fe católica no es una fe propia,
es una tradición. Creemos en lo que hemos recibido, nosotros no aportamos nada nuevo al kerygma: “nuestra fe”
no es nuestra, es la fe de los Apóstoles, que a su vez es la fe que recibieron de Cristo, y la fe de Cristo es
la absoluta donación del Padre. El
católico no cree algo “porque tenga el poder de la razón”, sino que –con nuestra razón– asiente a aquello que no le
pertenece. Accedemos por la fe a un tesoro
que es más grande que nuestra razón, y damos a los demás esa tradición, compartimos a los demás esa fe que no es
nuestra, y nuestra misión es defenderla y amarla.
A la luz de estos contenidos, la caracterización que el profesor
hace del catolicismo merece una revisión y
rectificación. Con respeto al prof. Ramos –tanto por su preparación intelectual, y
en atención a sus reiterados reconocimientos de la Doctrina
Social de la Iglesia– instamos
a expresarse con mayor prudencia, especialmente a través de las redes sociales,
a fin de no alimentar
prejuicios anticatólicos en potenciales oyentes.
Bibliografía.
1 Cfr. https://www.youtube.com/watch?v=svhWjjMfB-Y (minutos 25 y siguientes).
2 Cfr. https://www.youtube.com/watch?v=j2e74oGadKU&t=
3 Cfr. https://www.vatican.va/archive/catechism_sp/p3s2c2_sp.html
4 Cfr. Liturgia del matrimonio: https://www.aciprensa.com/Familia/liturgia.htm
6 Cfr. https://www.vatican.va/archive/cod-iuris-canonici/esp/documents/cic_libro4_cann1095-1107_sp.html
7 Cfr. https://www.youtube.com/watch?v=jJQWBWj-IPk&t=
original: http://jcmonedero.com/respuesta-a-jonathan-ramos/
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