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martes, 14 de junio de 2022

Respuesta al prof. Jonathan Ramos (calvinista) por su crítica al catolicismo

 




Articulo escrito por Juan Carlos Monedero , Lic. en Filosofía por la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino

Introducción

 

Como es sabido, la inmediatez de las redes sociales hace posible que se difundan muchas ideas en pocos minutos, pero que la respuesta a estos planteos involucre en cambio varias páginas. Contamos pues con la benevolencia del lector.

En un reciente video1, el profesor Jonathan Carlos Ramos (calvinista, docente en la UCA, provincia de Salta, Argentina) ha hecho una descripción bastante negativa del catolicismo, comparándolo con el protestantismo. Puesto que están en juego nociones de filosofía y teología –nuestro campo de estudio–, atendiendo a la difusión cada vez más creciente en las redes sociales de sus videos, y porque hemos compartido –junto con el Lic. Dante Urbina– un espacio junto con el prof. Ramos en internet hace prácticamente un año2, nos pareció oportuno intervenir. Pero sobre todo porque los juicios del profesor alimentan prejuicios anticatólicos, que podrían dificultar que los suscriptores de su canal –por lo general, protestantes– se acerquen a la Iglesia.

Con respeto por el prof. Ramos, a quien hicimos llegar este artículo en primer lugar, y descontando que cualquier equivocación suya se deba a una inadvertencia – y no a mala intención: son públicos y reiterados sus reconocimientos a la Doctrina Social de la Iglesia–, daremos respuesta a las críticas.

 

I.                    El catolicismo no enseña lo que el prof. Ramos dice que enseña

 

El profesor describe a los católicos en general para luego compararlos con los protestantes:

 

“Te dicen: Mirá, la Iglesia (Católica) nos dice que esto es verdad, esto es verdad y esto es verdad, que esto es verdad, que esto es verdad, y esto es verdad. Como el Magisterio Católico se mete también en cuestiones filosóficas y científicas, entonces es como que yo me hago católico y a priori ya hay un montón de verdades que tengo que aceptar, no importa si las entiendo o no. Es más, no importa si las acepto. Las tengo que defender. Eh… Qué se yo: estar en contra de esto y de aquello, estar a favor de esto y aquello, aceptar esto y esto no, amar a estos y estos no, hacer esto, y esto no, creer esto y esto no. La actitud de alguien que resolvió que algo es verdad sin haberlo entendido (es distinta a la actitud de quien lo entendió)…”.

 

Aclaremos, en primer lugar, que la Iglesia Católica nunca enseñó a los católicos lo que el prof. Ramos le atribuye. Nunca enseñó que los católicos deban


amar a algunos y a otros no. Se manda amar al prójimo, sin distinción, como puede leerse en el Catecismo de la Iglesia3. La doctrina oficial ha recogido el famoso adagio agustiniano: amar al pecador y odiar el pecado. Esto es lo que siempre enseñó la Iglesia.

En segundo lugar, para la doctrina católica oficial importa mucho que se entiendan las verdades de la fe. Son muchos los casos para ejemplificar: los esposos juran sobre el altar educar cristianamente a su descendencia, “según la ley de Cristo y de su Iglesia”4. La educación es un transmitir y, como nadie puede dar lo que no tiene, los esposos no pueden educar a los hijos (cumpliendo sus promesas matrimoniales) si no entienden lo que creen.

En el sacramento de la Confirmación, los cristianos ratifican –ya con su propia razón y voluntad– el deseo de sus padres al bautizarlos. Los padrinos de Bautismo deben instruir a sus ahijados en el catolicismo. Pero también los  profesores de catequesis, el sacerdote al pronunciar el sermón, los docentes de formación doctrinal en los colegios, escritores, intelectuales, teólogos, obispos, cardenales, se ocupan precisamente de hacer entender la fe de la Iglesia. Es decir, existe una gran cantidad de instancias dedicadas a volver comprensible las verdades religiosas.

Más aún: a lo largo de la historia, la Iglesia también ha catequizado a través de las imágenes. Se intentó volver inteligible el misterio a través de la iconografía: las obras de arte de temática sacra –en sus distintos períodos: Románico, Bizantino, Gótico, Renacimiento, Barroco, etc.– tenían como finalidad dar a conocer la palabra de Dios, la vida de Cristo, la Virgen María, los santos y los mártires. También la pintura tenía un fin pedagógico. De hecho, quienes prohibieron este arte (que facilitaba la comprensión de la fe, especialmente en los iletrados) fueron paradójicamente protestantes. Iconos como la Virgen del Perpetuo Socorro5 así lo atestiguan:


5 Explicación: 1. Iniciales en griego de "Madre de Dios". 2. Corona: fue añadida al cuadro original por orden de la Santa Sede en 1867 como tributo a los muchos milagros obrados por Nuestra Señora bajo la advocación del "Perpetuo Socorro".

3. Estrella en el velo de la Virgen: Ella es la Estrella que trajo la luz de la luz al mundo en tinieblas, la Estrella que nos conduce al puerto seguro del Cielo. 4. Inicial griega de "San Miguel arcángel", sostiene la lanza y la esponja de la Pasión de Cristo. 5. Inicial griega de "San Gabriel arcángel", sostiene la cruz y los clavos. 6. La boca de María: es pequeña, indica recogimiento silencioso. En las Escrituras, Ella habla muy poco. 7. Los ojos de María: son grandes para todos nuestros problemas, vueltos siempre hacia nosotros. 8. Túnica roja: son los colores que llevaban las vírgenes en los tiempos de Cristo. 9. Iniciales griegas de "Jesucristo". 10. Las manos de Cristo: las palmas hacia abajo y dentro de las de su Madre, indican que las gracias de la redención están bajo su custodia. 11. Fondo amarillo: símbolo del cielo, donde Jesús y María están ahora entronizados. El color amarillo también brilla a través de sus ropas, mostrando así la felicidad celestial que puede traer a los corazones humanos. 12. Manto azul oscuro. Es el color que usaban las madres en Palestina. María es las dos cosas a la vez: Virgen y Madre. 13. Mano izquierda: sostiene de manera protectora a Cristo. Es una mano que consuela a todo el que acuda a ella. 14. Sandalia caída: ¿Ha casi perdido Jesús su sandalia corriendo hacia María en busca de consuelo ante el pensamiento de su Pasión?



 

La práctica bimilenaria de la Iglesia siempre ha procurado que las personas comprendan la fe de acuerdo a su capacidad. De hecho, para el Derecho Canónico de la Iglesia, no comprender en absoluto las promesas matrimoniales es una posible causa de nulidad matrimonial. Leemos en el Código: “Son incapaces de contraer matrimonio… quienes tienen un grave defecto de discreción de juicio acerca de los derechos y deberes esenciales del matrimonio que mutuamente se han de dar y aceptar”6.

Otro ejemplo de la importancia de la racionalidad en la Iglesia lo constituye el procedimiento para validar milagros: sólo se reconoce como “milagro” el acontecimiento que supere un estricto análisis racional: debe demostrarse acabadamente que el hecho tenido por extraordinario excede las leyes de la naturaleza.

Asimismo, si se sospecha acerca de una posesión demoníaca, el exorcista ingresa en escena cuando las explicaciones humanas del fenómeno están agotadas. Ninguna de estas tres metodologías tendría sentido si los católicos simplemente debiésemos “creer sin entender”, como autómatas. La institución dispone de numerosas instancias destinadas a que los fieles comprendan lo que creen, y los contenidos destinados a creerse pasan por un filtro racional. El programa oficial católico no es fideísta ni voluntarista, como parece sugerir el profesor Ramos en su video. Luego de despejar este hombre de paja, sigamos avanzando.

 

II.                 Reconocimiento

 

Continúa el prof. Ramos:

 

“A pesar de que en la fe hay un reposo en la autoridad –porque no todo lo que el cristiano entiende, lo entiende por la razón sino que mucho es por la autoridad–, el margen de espacio que tiene.


La autoridad en el catolicismo es mucho mayor que en el protestantismo. El margen, cuantitativamente, es mayor. Es decir: hay más cosas que en el catolicismo hay que creerlas por autoridad que por la razón. En ese aspecto, la diferencia es cuantitativa y no cualitativa. No hay una diferencia cualitativa porque nosotros, los protestantes, también tenemos que creer muchas cosas que no podríamos explicar porque justamente no están basadas en el principio de razón sino en el principio de autoridad. No hay que caer en esa falacia”.

 

Tomemos nota de este comentario: se admite que también los protestantes aceptan cosas “por autoridad y no por razón”, sólo que menos que los católicos. Y el profesor pide a los protestantes no caer en la falacia de creer que ellos están exentos de lo que observan en católicos.

¿Es mayor el espacio de la autoridad en el catolicismo que en el protestantismo? Creemos que no, dado que –en definitiva– en el protestantismo, cada uno de ellos es su propia autoridad, cada uno es –inconcientemente– su propio magisterio. Por eso fundan sus propias iglesias, subdividiéndose más y más: cada uno es su propia norma, como el propio Ramos reconoce.

En efecto, el protestante discute en la Iglesia la autoridad que reivindica para sí mismo sin darse cuenta. Al cuestionar toda jerarquía humana, no pueden menos que cortar la rama del árbol que también lo sostiene a él. Si atarse a una autoridad humana que defina lo que debe tenerse por revelado implicara una adhesión ciega y cuasi voluntarista –que es lo que parece sugerir el prof. Ramos–, entonces los protestantes se encuentran al menos en el mismo problema que los católicos.

 

III.               ¿La Iglesia establece verdades “a priori”?

 

Sigamos leyendo a Ramos:

 

“Claramente, digamos, si uno estudia al ‘sujeto católico’ en general, él ya tiene verdades que están disponibles como metas a las cuales hay que llegar, y usa la razón para justificar esas verdades que a priori ya su Iglesia ha considerado como tales”.

 

En el lenguaje filosófico, considerar a priori algo verdadero significa tenerlo por cierto sin razones suficientes, sin un examen adecuado, sin contrastarlo adecuadamente, sin contemplar con moderación las razones en pro y en contra. Por eso, cuando el profesor dice que “la Iglesia, a priori, considera que tal cosa es verdadera” está incurriendo en una descalificación. Lo peculiar es que el único apriorismo que vemos aquí es el del prof. Ramos puesto que quien no ejemplifica es él, no indica puntualmente a qué verdad de la Iglesia se refiere, no presenta un examen adecuado a sus oyentes, no lo contrasta adecuadamente.

Por otro lado, Ramos dice que el católico usa la razón “para” justificar esas verdades establecidas por la Iglesia cuando, segundos antes, había criticado a los católicos por no usar la razón. ¿En qué quedamos? Ambas no pueden ser verdaderas a la vez.

 

IV.              El mejor protestante y el peor católico


Reproduzcamos nuevamente, para mayor comprensión de nuestra respuesta, las palabras del prof. Ramos:

 

“Claramente, digamos, si uno estudia al ‘sujeto católico’ en general, él ya tiene verdades que están disponibles como metas a las cuales hay que llegar, y usa la razón para justificar esas verdades que a priori ya su Iglesia ha considerado como tales ¿Por qué? Porque, bueno, la Iglesia Católica –de alguna manera– mastica el conocimiento y, como es tutora, le da al católico las cosas masticadas. El católico no tiene la mandíbula ejercitada en masticar las cosas como lo debe tener un protestante, en ese sentido”.

 

Ante todo, parece que Ramos compara al católico más básico posible con el protestante más entrenado en criticar. Para que la comparación tuviese significado, se debería comparar al protestante medio con el católico medio, o comparar a los mejores de unos y otros. Pero el prof. Ramos toma al protestante ideal y nos pide que lo comparemos con un católico genérico.

No hay duda de que el notable apologista protestante William Lane Craig vencería al católico medio en un debate intelectual. Lo mismo podemos decir de César Vidal o Will Graham, con quien hemos tenido el verdadero placer de debatir en controversia pública7. Ahora bien, parece igualmente cierto que el notable escritor católico Juan Manuel de Prada superaría al protestante genérico, como también Roberto de Mattei o el brillante teólogo brasileño Arnaldo Xavier da Silveira.

Es cierto que muchos bautizados católicos, lamentablemente, no ejercitan su inteligencia en el estudio sistemático de la fe (la mayoría, porque no son incentivados a ello). Sin embargo, para ser justos, esta situación tiene lugar también en el mundo protestante con notas quizás más fatales: hay templos donde los pastores practican un exhibicionismo personalista que roza lo ridículo, hay ciertas denominaciones donde las personas quedan sometidas férreamente a los deseos del pastor –que siempre se autodenomina tal–, muchas veces se invocan falsos milagros, y en algunos casos se suele abusar de la gente en nombre del diezmo. En muchos templos se enseña que las riquezas son signo de predestinación.

Por otro lado, si es cierto que la Iglesia “mastica” el conocimiento para luego dárselo en papilla a sus fieles, no es menos cierto que esta masticación no fue realizada por computadoras sino –precisamente– por insignes intelectuales católicos.

En efecto, dentro del mundo católico –tanto en la actualidad como en el pasado–, abundan personas que incentivan el estudio y la comprensión de la fe. En su carrera de grado, seguramente el prof. Ramos ha debido toparse con los textos de San Agustín, Santo Tomás de Aquino. Le serán familiares los trabajos de intelectuales notables como Pascal, Balmes, el Cardenal Newman, Chesterton, Sciacca, Pieper, Maritain, Gilson, Sertillanges, entre otros. Son todos católicos de mandíbula ejercitada, que no merecen ser invisibilizados.

La Argentina no se queda atrás: nuestro país ha formado generaciones de eruditos que buscaron armonizar la inteligencia con la fe, lejos de cualquier fideísmo o voluntarismo, como por ejemplo los intelectuales de los Cursos de Cultura Católica, a comienzos del siglo XX. Pero también por sacerdotes eminentes como Meinvielle,


Castellani, Petit de Murat y, más contemporáneos, Sáenz, Andereggen, Biestro, Baliña, Bojorge. Todos ellos –con sus libros y conferencias– vienen alimentando varias generaciones de católicos que hicieron uso de su inteligencia en relación a la fe.

En el siglo XX, la nómina de intelectuales (nativos y extranjeros) es prácticamente inacabable. Hacia mitad del siglo y posteriormente, florecieron argentinos como Casares, Komar, Genta, Sacheri. En el extranjero, por la misma época, estudiosos destacados como Garrigou Lagrange, Royo Marín, Fabro. Más cerca en el tiempo, figuras de renombre internacional como el padre Loring, el padre Carreira, Amerio, Mons. Gherardini, Mons. Schneider o el propio Cardenal Ratzinger, más tarde Benedicto XVI.

En la Argentina, académicos como Caturelli (QEPD), Hernández (QEPD), los hermanos Caponnetto, Castaño, Buisel, Mayeregger, Basterretche y otros, han formado miles de católicos con buena mandíbula ejercitada en masticar, para usar los términos del prof. Ramos. Católicos críticos del Mundo Moderno, que advierten en la Reforma Protestante un eslabón clave de la mentalidad racionalista e inmanentista.

No podemos decir que estos millares de católicos sean mayoría, no lo son, pero tampoco merecen ser invisibilizados por análisis parciales o caracterizaciones proclives a la arbitrariedad.

 

V.                ¿Hay que justificar cada paso que se da?

 

Continuemos examinando las palabras del prof. Ramos:

 

“El protestante tiene mandíbula más dura porque tiene que justificar cada paso que da. Cada protestante –bueno– tiene que ser él mismo un teólogo. El protestante no puede refugiarse en lo que dice la Santa Madre Iglesia Luterana, la Santa e Infalible e Inmaculada Iglesia Luterana sino que tiene que cuestionar. Tiene que cuestionar”.

 

El profesor reconoce que el protestante “tiene que justificar cada paso que da”. Aquí estamos en la médula del asunto. ¿Cuántas cosas puede uno justificar? La fe,

¿sería todavía “fe” si estuviese justificada? Si hubiese una evidencia racional de la fe,

¿acaso no desaparecería? En el acto de creer, ¿no interviene acaso la razón?

Ante todo, dejemos establecido que la persona que cree en alguien –sea la Iglesia Católica u otra autoridad–, ciertamente ve que debe creer. Y en ese sentido, previo al acto de creer, se da (explícitamente o no) un juicio absolutamente racional. En efecto, los apologistas católicos han discernido cuatro momentos:

 

·        Puedo creer;

·        Debo creer;

·        Quiero creer;

·        Creo.

 

En efecto, en los dos primeros momentos interviene la inteligencia: racionalmente juzgamos que podemos creer (esto es, que ninguna de las verdades de la fe católica contradice alguna verdad natural conocida, y que la persona que se


presenta es digna de ser creída) y que debemos creer (esto es, que es moralmente obligatorio creerle a la Iglesia). Por lo tanto, en el acto de creer están entrelazados juicios racionales. Ya vamos advirtiendo que el asunto parece un poco más complejo que como se presenta en el análisis del prof. Ramos.

Entonces, los dos primeros momentos son:

 

-         “Puedo creer”: a) estas verdades que la fe católica propone no contradicen verdades que yo conozco; b) esta persona que se me presenta como católica es digna de ser creída, tiene autoridad;

-         “Debo creer”: es necesario que le crea a esta persona y a la Iglesia Católica que habla en ella y por ella.

 

Por tanto, no todo acto de fe implica inmolar la razón, no todo acto de fe merece ser tenido por credulidad. Para debates como estos, Chesterton explicaba que el primer y más razonable acto de fe era la aceptación de la propia fecha de nacimiento. Y el sentido común nos dice que, para operaciones matemáticas de alta complejidad, lo más racional sería confiar en el resultado presentado por un matemático destacado. Por eso decimos que en el creer interviene la razón: inteligencia y fe no son compartimentos estancos. Esto explica que, al adherirse el católico a la Iglesia, no incurra en voluntarismo o fideísmo alguno.

En otro orden de cosas, Ramos dice –y en esto coincidimos– que el protestante “tiene que justificar cada paso que da”, lo cual es propio de un marco mental moderno, en el sentido filosófico de la palabra. Estamos volviendo a Descartes, que intenta justificar cada uno de sus juicios (como si todo debiera ser probado). Pero, si todo se justificara, entonces la fe desaparecería para dar lugar a la evidencia y ya no sería fe.

Refresquemos las palabras de Ramos:

 

“El protestante no puede refugiarse en lo que dice la Santa Madre Iglesia Luterana, la Santa e Infalible e Inmaculada Iglesia Luterana sino que tiene que cuestionar. Tiene que cuestionar”.

 

Primero, los protestantes no pueden refugiarse en “la Santa e Infalible e Inmaculada Iglesia Luterana” porque hay miles de denominaciones luteranas. Segundo, como ellos no desean apelar al magisterio de la Iglesia, se refugian en el magisterio interno de su propia razón. Sin advertirlo, rechazan la obra de Dios (la Iglesia Católica) porque, en vez de apoyarse en dos mil años de historia, quieren volver a masticar todo desde el principio. Como si la Patrística y la Escolástica no hubiese masticado todo esto antes que ellos. Como si la evangelización dependiese de que cada cristiano fuese teólogo. Como si la Iglesia primitiva –el modelo de los protestantes– hubiera estado llena de teólogos. Como si todos tuviésemos que masticar todo.

 

VI.              ¿Sospechar de la verdad religiosa?

 

Sigue el prof. Ramos:


“Bueno: ¿Cómo se puede habitar la verdad? Habitar la verdad desde verdades ya disponibles que están como metas a las cuales hay que adherir a priori, sin un análisis previo, y sin la capacidad de sospechar de ellas, genera un sujeto pasivo, dogmático y fundamentalista, que coloca la verdad a priori como fundamento de algo a lo que hay que llegar y no se sabe muy bien por qué”.

 

Aquí el profesor hace una descripción poco simpática del católico promedio, aunque pueda ser cierta para casos particulares. Es cierto que hay personas que viven su fe católica “sin análisis previo” pero también es cierto –y más importante– que la doctrina oficial de la Iglesia no manda esto. Antes bien, manda lo contrario. Dos mil años de historia y de investigaciones humanísticas lo desmienten. Leemos en la encíclica Fides et Ratio, promulgada por el Papa Juan Pablo II:

 

“La Iglesia, convencida de la competencia que le incumbe por ser depositaria de la Revelación de Jesucristo, quiere reafirmar la necesidad de reflexionar sobre la verdad. Por este motivo he decidido dirigirme a vosotros, queridos Hermanos en el Episcopado, con los cuales comparto la misión de anunciar «abiertamente la verdad» (2 Co 4, 2), como también a los teólogos y filósofos a los que corresponde el deber de investigar sobre los diversos aspectos de la verdad…” (punto 6).

 

El capítulo III de esta encíclica se titula Intellego ut credam, es decir, “entiendo para creer”. En los puntos 43 y siguientes, el Papa menciona directamente a Santo Tomás de Aquino, el insigne teólogo de la Cristiandad Católica, por quien el prof. Ramos ha declarado su admiración en numerosos videos. Pues bien, fue justamente Santo Tomás quien hizo del lema Intellego ut credam el santo y seña de su inmensa producción intelectual.

Ahora bien, la misma institución que el profesor calvinista desacredita ha declarado al Aquinate, a través del Papa en 1880, “patrono universal de los estudios católicos”. Ya tres siglos antes, en plena explosión de la Reforma Protestante, Santo Tomás fue designado “Doctor de la Iglesia” en 1567. Más aún: en el recinto donde estaban siendo juzgadas las tesis de Lutero, se colocó un ejemplar de la Suma Teológica de manera simbólica, junto con un ejemplar de la Biblia. Lo justo, por tanto, sería juzgar a una institución en base a sus normativas y posicionamientos institucionales. El profesor Ramos ha podido leer al santo teólogo de Aquino gracias a los católicos y no a los protestantes: fue la Iglesia Católica la que se encargó de traducir y reproducir sus trabajos.

En otro orden de cosas, el creyente no tiene que sospechar de lo que recibe de la Iglesia (esto significaría sospechar de Dios). No hizo esto el de Aquino: cuando él argumenta contra las verdades religiosas –por ejemplo, en La Suma Teológica–, no está sospechando de Dios ni de la Iglesia. Todo lo contrario: se da el lujo de pensar objeciones porque está seguro de que debe haber alguna manera de resolverlas. Se trata de un fecundo ejercicio intelectual sostenido en la convicción íntima de que, dado que la Iglesia revela la verdad que viene de Dios –quien no puede engañarse ni engañarnos–, tiene que existir alguna forma racional de resolver cualquier crítica dirigida a la verdad. Esta metodología se ha practicado por siglos en la Iglesia Católica, y se enseña muchos seminarios todavía.

Por eso, porque el creyente no sospecha de Dios, enseña Juan Pablo II en

Fides et Ratio que:


“la fe es la respuesta de obediencia a Dios. Ello conlleva reconocerle en su divinidad, trascendencia y libertad suprema. El Dios, que se da a conocer desde la autoridad de su absoluta trascendencia, lleva consigo la credibilidad de aquello que revela. Desde la fe el hombre da su asentimiento a ese testimonio divino. Ello quiere decir que reconoce plena e integralmente la verdad de lo revelado, porque Dios mismo es su garante” (punto 13).

 

VII.            El modo protestante y el modo católico

 

Finalmente, el prof. Ramos sostiene:

 

“El modo de habitar protestante –que es aquel que a través de la filosofía de la sospecha, va horadando cada vez más su propia tradición y su propia autoridad– va generando un sujeto que queda vacío y dispuesto a la vulnerabilidad de lo venidero. Entonces: el modo de habitar protestante, la verdad, ha devenido en el relativismo. Y el modo católico de habitar la verdad ha devenido en el dogmatismo”.

 

Apreciamos este otro reconocimiento de que el hábito mental protestante genere relativismo. Sin embargo, “el modo católico” de habitar la verdad no tiene nada que ver con el dogmatismo, como hemos mostrado. El modo católico tiene su expresión acabada en Santo Tomás de Aquino: que haya católicos que no sigan este camino, es otra cosa.

Finalmente, sólo cabe aclarar el siguiente concepto. La fe católica no es una fe propia, es una tradición. Creemos en lo que hemos recibido, nosotros no aportamos nada nuevo al kerygma: “nuestra fe” no es nuestra, es la fe de los Apóstoles, que a su vez es la fe que recibieron de Cristo, y la fe de Cristo es la absoluta donación del Padre. El católico no cree algo “porque tenga el poder de la razón”, sino que –con nuestra razón– asiente a aquello que no le pertenece. Accedemos por la fe a un tesoro que es más grande que nuestra razón, y damos a los demás esa tradición, compartimos a los demás esa fe que no es nuestra, y nuestra misión es defenderla y amarla.

A la luz de estos contenidos, la caracterización que el profesor hace del catolicismo merece una revisión y rectificación. Con respeto al prof. Ramos –tanto por su preparación intelectual, y en atención a sus reiterados reconocimientos de la Doctrina Social de la Iglesia– instamos a expresarse con mayor prudencia, especialmente a través de las redes sociales, a fin de no alimentar prejuicios anticatólicos en potenciales oyentes.


Bibliografía. 


1 Cfr. https://www.youtube.com/watch?v=svhWjjMfB-Y (minutos 25 y siguientes).

2 Cfr. https://www.youtube.com/watch?v=j2e74oGadKU&t=

3 Cfr. https://www.vatican.va/archive/catechism_sp/p3s2c2_sp.html

4 Cfr. Liturgia del matrimonio: https://www.aciprensa.com/Familia/liturgia.htm

6 Cfr. https://www.vatican.va/archive/cod-iuris-canonici/esp/documents/cic_libro4_cann1095-1107_sp.html

7 Cfr. https://www.youtube.com/watch?v=jJQWBWj-IPk&t=


original: http://jcmonedero.com/respuesta-a-jonathan-ramos/



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